Después de mi breve momento con padre, Regaleon me acompañó a una sala de recepción para cuidar mis ojos hinchados de tanto llorar.
No pasó mucho tiempo antes de que una sirvienta llegara cargando una pequeña toalla y una cubeta de agua helada.
Regaleon tomó la cubeta y la pequeña toalla de la sirvienta.
—Puedes irte —ordenó y la sirvienta hizo una reverencia y se fue en silencio.
Veía a Regaleon sumergir la pequeña toalla en la cubeta de agua helada.
—Yo puedo hacer eso yo mismo —dije tímidamente.
Regaleon era el príncipe heredero de una nación poderosa. Es un poco vergonzoso dejar que él se ocupe de mí.
—No hay necesidad. Déjame hacerlo —Regaleon me sonrió dulcemente y eso hizo que mi corazón se acelerara.
Regaleon me empujó suavemente para que me acostara en el sofá. Cerré los ojos y dejé que él pusiera la toalla fría sobre mis ojos.