Aurora estaba de pie en el porche de la cabaña de Philip, el aire de la tarde llevando el tenue aroma de pino y tierra.
Se alisó la camisa de franela a cuadros y miró por el camino de grava, esperando la llegada de sus amigos. La cabaña estaba enclavada entre árboles imponentes, cuyas hojas susurraban suavemente con la brisa.
El cielo era de un naranja cálido, prometiendo un clima perfecto para su viaje de pesca y aventura de acampada del fin de semana.
—¿Crees que les gustará? —preguntó Aurora, girándose hacia Philip, que estaba sacando el equipo de pesca del coche.
Philip sonrió, sus ojos arrugándose en las esquinas al girarse hacia ella. —Has sido la tranquila todo este tiempo, ¿por qué de repente estás nerviosa? —preguntó él, y ella se encogió de hombros.
—No lo sé. Nunca he organizado algo como esto antes. Y sé cuánto significa esto para ti…