El insistente gorjeo del despertador fue el grosero despertar que Lucy nunca necesitó. Destrozó el pacífico sueño que Lucy y Tom habían estado disfrutando.
Con un gemido, Lucy azotó su mano sobre el botón de repetición, sus ojos todavía apretados, silenciando momentáneamente el chillido agudo.
La luz del sol, una traidora en la situación, se filtró a través de las persianas, pintando franjas atrevidas en la cara de Lucy. —Ugh, ¿qué hora es? —murmuró, su voz cargada de sueño.
Tom, que también se había despertado, alcanzó su teléfono. —Uh oh —dijo él, un atisbo de diversión asomándose en su voz ya que sabía lo molesta que estaría cuando le dijera la hora.
—Son casi las ocho —dijo después de echar un vistazo a la hora mostrada en la pantalla.
Los ojos de Lucy se abrieron de golpe, y se levantó de un salto, el horror amaneciendo en su rostro. —¿Ocho? ¿p.m. o a.m.? Por favor, dime que es p.m. —dijo, y Tom se rió.