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Después de dar un paseo por el vecindario como habían planeado, Harry y Jade estaban ahora sentados en los columpios del porche, disfrutando de la frescura de la tarde justo antes de la cena.
—Sabes, esto me recuerda a la primera vez que ambos nos sentamos aquí —dijo ella con una pequeña sonrisa mientras miraba a Harry.
—¿De verdad? ¿Qué recuerdas de eso? —preguntó Harry, y ella sonrió ampliamente.
—Recuerdo nuestras tazas de chocolate caliente, nuestras conversaciones, y lo más importante, recuerdo haber pensado que tenías el par de ojos marrones más hermoso que había visto jamás y que podría mirarlos toda la noche y no sentirme satisfecha —dijo Jade y Harry entrecerró los ojos.
—Ya que estamos en ello, supongo que puedo confiar en ti para que no vayas por ahí elogiando los ojos de otros hombres o pasando largas horas charlando con ellos y mirándoles a los ojos en mi ausencia, ¿verdad? —preguntó Harry, y Jade lo miró con enojo mientras le daba un golpe en el brazo.