Irene despertó con un brazo rodeando su cintura. Giró para ver al hombre durmiendo a su lado. Estaba acostumbrada a la belleza de los demonios antiguos, pero nunca se acostumbró a su cabello. ¿Cómo alguien no sólo podía verse bien, sino hermoso con el cabello azul?
Su cabello era azul aqua y ondulado, igual que el océano. Ni siquiera sus ojos la fascinaban tanto como el hecho de que su cabello se veía bien en él.
Empujando su cabello hacia atrás, tocó su rostro. Sus labios se curvaron ligeramente, pero sus ojos permanecieron cerrados. Detestaba despertarse. Siempre le pedía quedarse un poco más, y un poco más se convertía en mucho más tiempo.
—¿No quieres levantarte hoy también? —preguntó.
Él negó con la cabeza levemente.
—La gente pensará que los estoy volviendo perezosos —dijo ella.
—¿Cuándo me importó lo que ellos piensen? —él dijo, atrayéndola hacia sí.
—No quiero que me desagraden.
Él abrió sus ojos. —¿Quién se atrevería?