Zarin estaba lleno de culpa. Lo consumía por dentro, y se iba poniendo cada vez más furioso y frustrado a medida que pasaban los momentos. Esa mañana había ido al castillo para llevar las cartas que los padres de Cielo le escribieron.
Cuando conoció a su madre, ella había tomado sus manos entre las suyas y lo había mirado suplicante. —Cielo estará en casa pronto. Vuelve con ella. —le había dicho—. Te estaremos esperando.
¿Por qué esperarían? Él no iba a volver. Estaba cansado de que todos fueran amables con él. Estaba cansado de esta culpa. Quería deshacerse de ella.
Miró las cartas en sus manos. Quería dárselas a Cielo, pero no sabía por qué estaba dudando.
—Sabes lo que te detiene. —Tezz apareció en su mansión con su habitual sonrisa burlona—. Quizás en el fondo no quieres que ella se vaya. —dijo, caminando alrededor de la silla donde él estaba sentado.