Lucian había estado tanto emocionado como preocupado los últimos días. Emocionado porque su hijo estaba por llegar a este mundo pronto y preocupado porque temía perder a su esposa en el parto. Hazel era lo único que lo mantenía feliz y cuerdo. No podía vivir sin ella. Pero la semana pasada, había estado en tanto dolor y muchas veces pensó que estaba a punto de dar a luz.
Al no poder hacer nada por ella, Lucian se sintió impotente.
—No te preocupes. No morirá. Ahora tiene sangre de demonio en sus venas —su madre lo aseguró cuando notó su preocupación.
Aún así, no le gustaba ver a Hazel sufrir y muchas veces parecía que iba a morir. Especialmente cuando escuchaba sus gritos en el día que daba a luz.
—Su Majestad, es mejor si se queda afuera —la partera le aconsejó pero él no escuchó.