Klara observaba la puesta de sol en el horizonte, trayendo una ráfaga de ricos colores que se extendían por todo el cielo. Naranjas, azules, carmesís y morados se mezclaban como el más fino arte creando un impresionante lienzo.
Una vez ella había sido como esos colores. Cálida, vívida, viva y llena de pasión. Había sido alguien que vivía su vida en sus propios términos. Era fuerte, segura y aventurera. Pero en estos días no había sido más que confusa y asustada. Incluso su hermana Astrid se había dado cuenta.
—No quieres casarte con él. ¿Por qué lo estás haciendo? —Astrid había preguntado.
—Rasmus está esperando que yo elija a alguien —Klara recordó.
—¿Y cuándo dejaste que tu hermano decidiera las cosas por ti o por cualquier otra persona, en ese caso?
Klara suspiró. —Me estoy haciendo vieja —Se rió entre dientes.
—¿Y cuándo te importaron las reglas de la sociedad? ¡Vamos! ¿Dónde está mi hermana rebelde que hacía lo que quería?
—Pensé que la odiabas —Klara se preguntó.