—Mi Señora, está embarazada —le anunció la comadrona—. La emoción clara en su voz.
Nyx debería haber estado danzando de alegría pero no lo estaba. Le encantaban los niños y quería tanto tener los suyos propios, entonces ¿por qué no estaba feliz? Al menos su esposo estaría feliz, pensó, pero estaba completamente equivocada.
—¡Váyanse! —ordenó el rey que había irrumpido en la habitación, su rostro enrojecido de ira—. Una vez que todos se fueron, la agarró del cuello y la inmovilizó en la cama. Su agarre era apretado, cortándole el aire.
—¿Qué… estás... haciendo? —logró preguntar mientras sufría de dolor.
—¿Qué has hecho? —gruñó acercando su rostro al de ella—. ¿De quién es este hijo?
Nyx agarró su muñeca e intentó quitar su agarre pero él la mantuvo inmovilizada. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Es... tuyo.