El campo de batalla era un caos. El sonido del acero contra el acero, los gritos de guerra y el dolor, la luz brillante y el calor de la magia en plena explosión, todo creaba una cacofonía apocalíptica. En medio de todo esto, Johnathan, como un demonio surgido de las profundidades del infierno, destrozaba a sus enemigos con una sonrisa en su rostro, deleitándose en el carnaval de destrucción que había orquestado.
Los primeros en caer habían sido los soldados regulares, apenas más que presas para el depredador que era Johnathan. Con su arcanum, una fusión perfecta de Qi y Mana, derribó a los soldados como si fueran hojas en un vendaval, sin darles tiempo para reaccionar ni para entender el verdadero horror que se cernía sobre ellos.
Pero ahora, se enfrentaba a verdaderos desafíos. Los emperadores de las razas Clar y Elfa, poderosos magos trascendentes de tres estrellas, se unieron a la batalla. Estos dos eran adversarios dignos, capaces de hacerle frente a Johnathan. Aunque no eran match para él, sus habilidades eran lo suficientemente impresionantes como para poner a Johnathan en guardia. Al igual que el Emperador de la raza Grag, estos dos también poseían poderes y habilidades divinas, dándoles una ventaja en cualquier otra situación. Sin embargo, en esta batalla, solo estaban destinados a ser otra presa de Johnathan.
El primer enfrentamiento fue intenso. El Emperador de la raza Clar, un ser de luz y fuego, enfrentó a Johnathan con una valentía y una determinación dignas de un rey. Sus ataques eran rápidos y poderosos, y sus habilidades mágicas, intensas y abrumadoras. Pero Johnathan simplemente se rió, desviando sus ataques con una facilidad insultante. En cada paso, en cada golpe, Johnathan demostraba su superioridad. Era un espectáculo terrorífico, ver a un ser tan poderoso ser reducido a nada más que un juguete en manos de un niño.
Mientras tanto, la emperatriz de la raza Elfa, una mujer de increíble belleza y elegancia, utilizaba su magia para atacar a Johnathan desde la distancia. Sus ataques eran agudos y precisos, destinados a dañar a Johnathan y distraerlo de su lucha contra el emperador de la raza Clar. Pero, una vez más, Johnathan simplemente los esquivó, su rostro aún con una sonrisa siniestra.
El emperador de la raza Grag, ya gravemente herido, observaba con horror cómo sus aliados eran derribados por Johnathan. A pesar de su supremacía como mago trascendente de tres estrellas, no podía hacer nada más que mirar mientras la destrucción se desataba ante él. Nunca antes había experimentado un poder tan aterrador, un poder que trascendía las normas del universo, un poder que no debería pertenecer a un niño.
Johnathan se enfrentó a sus adversarios con un regocijo evidente, jugando con ellos como si fueran simples juguetes. Su risa siniestra se mezclaba con el sonido de los huesos rompiéndose y los gritos de sus adversarios. El emperador de la raza Clar fue el primero en caer. Su luz y su fuego se extinguieron, y su cuerpo cayó al suelo, inerte. Johnathan ni siquiera se detuvo para observar su caída; simplemente se volvió hacia la emperatriz de la raza Elfa.
Su magia se desataba en formas ondulantes y fluidas, creando un espectáculo hermoso y mortífero. Pero, para Johnathan, no era más que una distracción. Evadió sus ataques con facilidad, cerrando la brecha entre ellos con una velocidad inhumana. Cuando llegó a ella, levantó la mano y desató una oleada de arcanum directamente hacia ella.
La emperatriz intentó defenderse, reforzando su magia para formar un escudo, pero fue inútil. El arcanum de Johnathan atravesó su defensa como si fuera de papel, y la emperatriz fue arrojada al suelo con una fuerza impresionante. Su cuerpo golpeó el suelo, y no se levantó.
La batalla estaba llegando a su fin. El campo de batalla estaba lleno de cuerpos, y solo quedaban tres figuras de pie: Johnathan, el niño rey del imperio Ellyrian; el emperador de la raza Grag, herido y temblando de miedo; y una nueva figura que acababa de llegar al campo de batalla. Su presencia era imponente, y su aura era abrumadora. Parecía estar en otro nivel, un nivel que incluso Johnathan no podía alcanzar. Pero Johnathan simplemente se rió, se volteó hacia la nueva figura, y dijo: "Finalmente, un adversario digno".
A medida que la batalla se desarrollaba, las noticias de la lucha habían llegado al corazón del imperio de la raza Grag. El palacio estaba en un estado de conmoción, y las cortes se habían llenado de súbditos aterrados y miembros de la aristocracia. Pero en la sala de estrategia, un puñado de embajadores y políticos de alto rango se habían reunido para discutir la situación.
La sala estaba sumida en un silencio absoluto, interrumpido sólo por los ecos lejanos de la batalla y los murmullos ocasionales de los presentes. El embajador de la raza Therg, uno de los imperios más poderosos del universo, fue el primero en hablar. "Nunca había visto nada igual. El imperio Ellyrian está dirigido por un niño, y ese niño está exterminando a nuestros aliados".
Los otros embajadores asintieron con gravedad. Ellos, que se habían criado en los mundos más poderosos y habían vivido durante milenios, nunca habían presenciado tal poder. No tenían palabras para describir la sensación de terror y asombro que les causaba el pensamiento de un enemigo tan formidable.
En ese momento, un mensajero entró apresuradamente en la sala, trayendo noticias frescas del campo de batalla. Todos contuvieron el aliento mientras leía el mensaje. "El emperador de la raza Clar y la emperatriz de la raza Elfa han caído. Johnathan ha derrotado a dos de los magos trascendentes más poderosos del universo. La batalla está perdida".
El silencio que siguió a este anuncio fue ensordecedor. Miradas de incredulidad y horror se cruzaron por la sala. Algunos se aferraron a sus asientos, otros cayeron de rodillas. Estaban presenciando la caída de un imperio, y la ascensión de un nuevo poder.
La sala de estrategia estalló en caos después de que se anunciaron las noticias. Los embajadores y los políticos estaban en un estado de shock y horror, discutiendo frenéticamente entre sí sobre qué hacer a continuación. En el centro de todo esto estaba el embajador del imperio humano, Lord Hadrian, que miraba impasible la escena que se desarrollaba a su alrededor.
Después de un tiempo, se decidió convocar a un consejo de guerra de emergencia, invitando a los emperadores de las cuatro razas principales restantes. Este consejo era una reunión de los seres más poderosos del universo, y era convocado sólo en tiempos de crisis extrema.
El primer emperador en llegar fue Aelar de la raza Jotun, que ocupaba el puesto número 6 en el ranking mundial. Siguió Azir de la raza draconiana, número 8 en el ranking mundial. Luego, Lillith de la raza demoníaca, que se encontraba en el puesto número 9, y finalmente, Ulric de la raza humana, que estaba en el puesto número 10.
El consejo de guerra fue tenso y lleno de discusiones acaloradas. Todos estaban preocupados por lo que la derrota de los emperadores significaría para sus propios imperios y qué medidas deberían tomar. Durante la reunión, un mensajero llegó con noticias aún más perturbadoras: otros dos emperadores habían sido derrotados por Johnathan.
El silencio que siguió a la noticia fue palpable. A pesar de sus diferencias, todos compartían el mismo temor: ¿Cómo podrían enfrentarse a una amenaza tan poderosa? ¿Cómo podrían enfrentarse a Johnathan?
El eco del anuncio de las muertes aún resonaba en la sala de estrategia. Las facciones estaban en un completo shock, horrorizadas por la brutal realidad de la situación. El joven mago que habían subestimado tanto estaba causando estragos en los imperios más poderosos. Estaba claro que los habían despreciado y estaba decidido a demostrar su poder.
Durante un momento, la sala quedó en silencio. Incluso las discusiones más acaloradas se apagaron, reemplazadas por un silencio pesado y tenso. Se podía oír un alfiler caer. Aelar de la raza Jotun rompió el silencio. Su voz retumbó en la sala, sus palabras eran firmes, pero la preocupación era evidente en su tono.
"No podemos subestimar a este niño, está claro que representa una gran amenaza. Nos guste o no, debemos prepararnos para la guerra", dijo con gravedad.
Azir de la raza draconiana gruñó en acuerdo, "Estoy de acuerdo. Este niño, Johnathan, es mucho más peligroso de lo que pensábamos. No podemos permitir que continúe con sus acciones sin oposición. Debemos unir nuestras fuerzas y enfrentarlo".
Las palabras de Aelar y Azir provocaron un torbellino de discusiones, cada raza tenía sus propias preocupaciones y estrategias para enfrentar a Johnathan. Pero todos estaban de acuerdo en una cosa: debían prepararse para la guerra. Con esa resolución en mente, los líderes se retiraron, cada uno con la pesada carga de preparar a sus razas para el conflicto que se avecinaba.
A pesar del caos que se estaba gestando en la sala de estrategias, la pelea contra los emperadores aún continuaba. La habilidad de Johnathan para mantener la calma bajo la presión de tres magos trascendentes era verdaderamente asombrosa. Su rostro infantil se iluminó con una sonrisa siniestra, alentado por el pánico y el temor que podía ver en los rostros de sus oponentes.
Cada movimiento de los emperadores se veía lento e ineficaz en comparación con la velocidad y precisión de Johnathan. Cada intento de contraatacar o esquivar sus ataques era inútil. Johnathan era como una serpiente venenosa, atacando rápidamente y de manera letal. En un momento, pareció danzar en el aire, esquivando un rayo de energía disparado por la Emperatriz Elfa y al mismo tiempo lanzando un contraataque. Su contrincante no tuvo tiempo de reaccionar. Su cuerpo cayó al suelo, una expresión de shock y miedo eternamente grabada en su rostro.
La Emperatriz Elfa, una de las figuras más respetadas y poderosas del mundo, cayó ante un niño que no parecía tener más de nueve años. Este hecho dejó a los espectadores incrédulos. La tensión se apoderó del campo de batalla. El miedo era palpable. A pesar de todo, Johnathan no mostró signos de agotamiento o miedo. Su sonrisa siniestra permanecía, ansioso por la batalla que se avecinaba y el caos que estaba causando. Estaba decidido a seguir adelante hasta que su objetivo estuviera cumplido.