Desde aquel día, cuando su Qi se mezcló con su sangre, los sentidos de Quinn habían estado más agudos que nunca. Era como si el Qi se activara solo a veces, y ahora estaba sintiendo lo mismo. Tan pronto como la extraña bola de lodo se rompió, sus sentidos le decían que retrocediera, y hizo bien en obedecer moviéndose fuera del camino.
De pie frente a él ahora estaba Duke. La razón por la que estuvo tanto tiempo en esa bola fue para asegurarse de tener suficiente tiempo para equipar su arma del alma. Ahora, de pies a cabeza, su cuerpo estaba cubierto de una extraña sustancia parecida a la roca. Su tamaño era casi el doble de lo que era antes, y el único rasgo humano que se podía ver en él eran sus ojos.
Parecía algún tipo de bestia de roca hecha de, bueno ... rocas.
—Supongo que no va a facilitarme las cosas como lo hizo el sargento. Esa armadura se ve sólida y tampoco tengo mis guanteletes. Esto va a ser difícil.— Pensó Quinn.