—Una ciudad perdida acumula tanto poder que sin un hechizo adecuado, las consecuencias son peores que un desastre natural. Aquellos como yo, en cambio, no podemos hacer tal cosa.—
—Si se rompen más allá de la reparación, también explotamos, pero las consecuencias de la caída de nuestros núcleos de energía no son nada comparadas con una ciudad perdida.— Windfell pensaría una y otra vez mientras pasaba el tiempo.
Los legados vivientes consideraban a las ciudades perdidas como sus hermanos mayores, perfectos e invencibles. Algo a lo que aspiraban a lograr y que también les ofrecía refugio seguro en momentos de necesidad.
Aunque los objetos malditos rara vez compartían el mismo creador, se llamaban hermanos y hermanas precisamente porque eran conscientes de que, como objetos inmutables atrapados en un mundo en constante cambio, su única oportunidad de supervivencia radicaba en trabajar juntos.
