—Guerra, sabes qué hacer. —Lith tomó la hoja enojada colgada en su cadera y la colocó frente al escritorio de Kamila.
—Matar. Matar. ¡Y matar! —Las hebillas de la vaina se retorcían como serpientes furiosas, sus clics producían palabras con una voz que nada tenía de humana y que ni siquiera intentaba sonar como tal.
—No, proteger. —Lith lo reprendió—. Piensa en el bebé.
—¡Hija! —Guerra gimió, el recuerdo de la muerte de Phloria todavía la atormentaba. Por alguna razón, Elysia había reemplazado a Phloria como la misión principal de la espada, haciendo que la obsesión de Guerra con el bebé fuera casi tan mala como la de Lith.
Casi.
—¿Si lastima, mato? —La hoja enojada gimió como un cachorro pidiendo una golosina.
—No, si incluso sospechas que están intentando hacerle daño, puedes salir de tu vaina.—Lith negó con la cabeza, haciendo que Guerra emitiera un aullido estridente de emoción.
