Una vez que se calmó, Tista se sintió tan cansada que volvió a la cama de inmediato, esperando dormir todo como si fuera una pesadilla.
—Gracias por venir en nuestra ayuda, Madre. —Dijo Elina una vez que se habían trasladado de nuevo al salón y le ofreció a la Señora Suprema los mejores dulces que tenían.
—No lo menciones, niña. —Salaark sacudió la cabeza, aceptando una taza de té endulzado con miel.— Siempre me alegra ayudar a mi sangre a superar una crisis. Debería haber enseñado a Lith y Tista a hacer crecer de nuevo sus plumas cuando fueron al Desierto por primera vez.
—Si no fuera por mí, esto nunca habría pasado.
—No es tu culpa, Abuela. —Dijo Lith.— Supongo que elegir tu raza para el resto de tu vida con una mente clara no es fácil en absoluto. No sé si en el lugar de Tista, habría actuado de manera diferente y estoy sinceramente feliz de que cuando me tocó a mí, no tenía muchas opciones.