—¿Así que de eso se tratan todas esas ropas de niños? —Dawn se sentó en el regazo de Baba Yaga. Regenerar el cuerpo de Acala requeriría mucha energía y ella estaba demasiado débil para hacerlo. Dawn se aseguró de preservar justo la cantidad suficiente de sus tejidos para que su anfitrión no muriera.
—Por supuesto, querida. —Baba Yaga sonrió al sentir el calor de su hija expandiéndose por su vientre. Ahora parecía una hermosa mujer en sus cuarenta años, con cabello rojo ardiente y ojos verdes esmeralda.
Su voz era tranquila y sabia, su cuerpo tenía el aura reconfortante típica de las buenas madres.
Era la encarnación de aquellos que habían alcanzado la mitad de su vida. Tenía tanto pasado como futuro. La forma de Crepúsculo.
—Los niños son nuestro futuro y el mejor material para trabajar. —Ladeó la cabeza, señalando el enorme caldero hirviente en la chimenea, lleno hasta el borde de carne picada y sangre.