La luz se extendía desde el cristal en su pecho por todo su cuerpo, iluminando sus venas con el pulso rítmico de un corazón latiente. El resplandor blanco invadió sus ojos, torciendo sus rasgos en una expresión más controlada mientras su voz se volvía alegre y tranquila, dejando de sonar como un niño haciendo una rabieta.
—Dioses, si adoro a los humanos. Tan puros, tan honestos consigo mismos, tan estúpidos. Debería haber renunciado a los no muertos superiores hace siglos. Son tan molestos con sus cavilaciones en cada paso antes de darlo.
—Sus largas vidas los vuelven demasiado cautelosos, mientras que los humanos son como mariposas. Su existencia es tan corta y están tan ansiosos por conseguir todo lo que quieren que tomar el control es casi demasiado fácil.
—Casi. —Dijo la cosa que llevaba a Acala.