Para cuando el sol artificial comenzó a ponerse, los miembros de la expedición decidieron terminar por el día. Yondra podía hacer salir el sol cuando quisiera, pero eso desequilibraría aún más su ciclo de sueño.
Todo el mundo estaba cansado, ya fuera por los constantes lanzamientos de hechizos o por tratar de dar sentido a los datos recopilados sobre la pared. Algunos, como Quylla, tenían un fuerte dolor de cabeza por hacer ambas cosas.
En cambio, los soldados de Morok y Phloria estaban bastante relajados. Habían dormido, comido y pasado su tiempo jugando a los dados o a las cartas mientras vigilaban los túneles.
—¿Cómo funcionan exactamente tus armas? —Lith le preguntó a Morok mientras cenaban.
—El problema de las tierras salvajes es que nunca sabes en qué lío te vas a meter. Así que tuve un maestro forjador que me hizo armas de Oricalco capaces de cambiar de forma a voluntad.