Lo primero que Lith y Solus hicieron fue volver a Lutia. La forma física de Solus estaba limitada a los terrenos de la torre, pero lo que más le gustaba era rodar sobre el pasto cubierto de rocío y sentir el calor del sol naciente en su forma de luciérnaga.
Después de estar atrapada durante meses dentro de su anillo, incluso las experiencias más triviales, como escuchar su propia voz en lugar de solo sus pensamientos, le proporcionaban a Solus una felicidad infinita. Caminarían alrededor de la torre, poniendo a prueba sus nuevos límites, y cambiaban de lugar en cuanto comenzaba a sentirse como un hámster en su rueda.
—¿Estás seguro de que no quieres llevar a Tista contigo? —preguntó Lith.
—Tal vez más tarde. Pasar tiempo con ella me hizo entender cuán extraña es nuestra relación a los ojos de una persona normal. Estoy segura de que me preguntaría qué pienso de Kamila, pero en este momento realmente no quiero hablar de eso. —suspiró Solus.