El rayo le había exprimido el aire de los pulmones a Jirni y la había empujado hacia atrás mientras su cuerpo seguía sin obedecerle. Su armadura de Agente junto con los efectos de la poción habían absorbido la mayor parte del daño, pero el dolor irradiaba desde el punto de impacto convirtiendo cada movimiento en agonía.
Sin embargo, el dolor era un viejo amigo suyo, algo a lo que Jirni se había acostumbrado desde que su familia la había entrenado para infligir y resistir torturas antes de cumplir los diez años. El dolor fue lo que le permitió recuperar el control de sus extremidades.
Las estacas de hielo apenas lograron perforar su piel antes de que girara sobre las puntas de sus pies para redirigir el impulso de su caída hacia un lado y rodar hacia un lugar seguro.