Si no era otro intento de su mente para crear una realidad falsa para escapar del dolor de la tortura.
Por eso a Raaz le gustaba tanto el Invernadero. El olor de la tierra le resultaba tan familiar que borraba la ilusión de la sangre. El peso de las herramientas de agricultura le permitía asegurarse de que no llevaba cadenas.
Ahora, sin embargo, sentía que había dado un paso fuera de la jaula invisible en la que había estado atrapado durante tanto tiempo. El matrimonio era real. El dolor de la joven mujer entre sus brazos era real. El niño que crecía en el vientre de Elina era real.
Su oferta de sustituir al padre de Kamila era solo un pequeño gesto, pero para él, significaba dejar de observar la vida desde las sombras y ser algo más que un jarrón agrietado que todos temían tocar.
Significaba haber encontrado finalmente la fuerza para enfrentarse a sus demonios para ayudar a las personas que amaba.