Curiosamente, el hechizo no encontró nada malo en la salud de Narlond. Aparte de tener hambre y estar cansado, el Rezar parecía estar completamente bien.
—Tal vez sea porque te comiste mi almuerzo, me hiciste desear reventar mis propios tímpanos y luego usaste mi ropa como toalla. ¡Otra vez! —La voz de Nalrond era un gruñido bajo.
—Vaya llorón. A diferencia de ti, no me pasé toda la mañana sentado en mi trasero. Tenía hambre y esa sopa me sentó de maravilla. Te cocinaré algo delicioso en un abrir y cerrar de ojos —respondió Morok.
—¡Dioses, no! Prefiero beber una poción de nutrientes —se quejó Nalrond.
—En cuanto a la falta de toallas, no es mi culpa si tenemos que quedarnos aquí tanto tiempo y no empaqué suficientes. Además, después de una ducha, estoy tan limpio como un bebé, así que no hay daño. Todavía puedes ponerte la ropa después de secarla un poco.