Vicente leyó la nota una y otra vez. No podía creer lo que veían sus ojos y, desde luego, no quería creer que fuera cierto.
Conocía esa letra. Era la firma de Chloe, su hermosa caligrafía en cursiva. No había error.
Y eso lo hacía aún más aterrador.
Vicente miraba simultáneamente la bolsa de cenizas en la caja y la nota.
Su rostro palideció al instante, y su cuerpo temblaba mientras trataba de luchar contra el shock en su corazón.
No sabía si era cierto o no. Sin embargo, era suficiente para aplastar por completo su mente, impidiéndole actuar mientras seguía mirando la nota y las cenizas.
—No hay manera... —murmuró Vicente—. ¡No hay manera de que esa perra pueda matar a María! ¡Es solo una debilucha! ¡No puede hacer nada contra mí, cómo podría de repente defenderse?!
Vicente intentó negar la verdad. Sabía que la nota y la bolsa de plástico eran muy probablemente ciertas.
¡Pero no quería, no, se negaba a creerlo!