Priscila se levantó lentamente. Se quedó quieta por un momento, tratando de procesar lo que acababa de suceder.
Sus lágrimas se habían secado ya que lloró mucho en la oficina de Vicente, pero el dolor aún permanecía en su corazón. Podría ser permanente en este punto.
—Me dejó tan fácilmente, aunque le dediqué cuatro años de mi vida a él… —murmuró Priscila. —¿Entonces, qué pasa con todos los momentos dulces que vivimos? ¿Fue todo solo una mentira? ¿O tal vez solo un producto de un momento caliente porque estaba tan excitado por acostarse conmigo?
En el fondo, Priscila sabía que Vicente nunca la amó. Ese chico no amaba nada ni a nadie más que a sí mismo.
Pero ella continuó engañándose a sí misma, pensando que tenía una oportunidad.
Priscila abrió su puño para ver el cheque arrugado de cincuenta mil dólares.
—Así que esto es lo que llamas 'último pago', ¿eh? —Priscila se burló. —Bueno, lo tomaré. Esto también es una compensación por el asalto que me hiciste.