Vicente bajó la cabeza para mirar a Priscila, —Menos mal que esta amante no hizo daño a mi esposa.—
Priscila aún estaba tumbada en el suelo, la conmoción cerebral la hizo incapaz de levantarse, y el dolor se extendió desde la cabeza hasta todo su cuerpo, paralizándola por un tiempo.
—V—Vicente... cariño... ¿qué te pasa? —preguntó Priscila.—
Vicente se burló, —No me llames cariño. Ya no tienes permiso para venir a mi mansión, y además estás despedida como mi secretaria. No tengo uso para un agujero suelto como tú.—
Vicente caminó sobre el cuerpo de Priscila y se dirigió hacia la puerta. La abrió y fue recibido por la preocupada criada que había estado escuchando todo el tiempo.
—Amo, sobre la señorita Priscila, ¿qué debemos hacer con ella?—
—Échenla fuera. Le he dado cincuenta mil dólares como compensación —respondió Vicente—. Pasó junto a la criada y se dirigió al comedor, sintiendo un poco de hambre.—