Era mediodía en Londres. Había pasado ya una semana desde el lanzamiento del videojuego de realidad virtual profunda The World Afterwards. Todos los trabajadores de la sede de la empresa desarrolladora del videojuego, We are gamers, estaban reunidos en una sala de conferencias. El mayor responsable de la empresa que aún era localizable, Frank Sakamoto, daba un discurso a toda la plantilla. Habló de todo lo sucedido tras el lanzamiento, del CEO y los máximos desarrolladores desaparecidos, del trabajo en conjunto con las autoridades, la situación actual y del futuro de la empresa.
[Entonces, para finalizar, quiero anunciar una última noticia. Para evitar que los estudiantes se vean salpicados por la crisis que desafortunadamente estamos viviendo y que se vean afectados sus prometedores futuros, todos los contratos de prácticas quedan anulados.]
El auditorio se llenó de los murmullos de los presentes, alterados por las palabras del señor Sakamoto. Aunque algunos ya se lo esperaban, muchos otros se sorprendieron, ya que la empresa hacía un uso extensivo del programa de prácticas. Aun así, Sakamoto ignoró los cuchicheos y continuó con el discurso.
[Todavía tienen mucho por recorrer. Aunque han hecho un fantástico trabajo durante el desarrollo de The World Afterwards y estamos todos muy orgullosos de ellos, aún son estudiantes que están aprendiendo. Es por ello, que la empresa brindará soporte para encontrar otras prácticas a los estudiantes que así lo deseen.]
–Era de esperar…
–Ya te dije que era mejor abandonar el barco… Pero parece que ya no hace falta, nos van a tirar por la borda. Jajaja.
–Bah, ya he tenido suficiente. Vamos, a conseguir todo lo que podamos mientras podamos.
–¡E-ey! ¡Espera!
Alex escuchó casi todo el discurso con los brazos cruzados desde la pared del fondo, hasta que anunció el cese de los contratos de prácticas. En ese momento decidió marcharse, harto de oír excusas y palabras decoradas. Su compañero del departamento, que había estado escuchando a su lado, le siguió.
–¿A qué te refieres con conseguir todo lo que podamos?
–Tenemos que guardarnos una copia de seguridad con toda la información que podamos. Credenciales, ejecutables… Todo.
–¿¡Qué dices!? Eso es…
–¿Qué pasa? –Alex se giró para mirar a su compañero directamente a los ojos–. ¿Tienes miedo? ¿De verdad quieres que "nos tiren por la borda" sin pelear?
–Kgh… Pero, ¿qué harás con todo eso?
Alex sabía muy bien cómo tratar con su compañero. Al final cedió con un suspiro de exasperación ante la determinación en sus ojos.
–Ayudar a mi amigo que está dentro. Como sea.
–Haah… Está bien, te ayudaré.
Sabía que cuando a Alex se le metía algo entre ceja y ceja no se detenía nunca, aunque tuviera que recurrir a métodos poco ortodoxos. Era un ferviente defensor de la frase "el fin justifica los medios".
♦
Los tres aventureros, junto con los trillizos, llegaron al pueblo cuando el sol ya se había asomado totalmente sobre las montañas. No tuvieron mucha complicación atravesando el bosque, excepto por algún combate sencillo contra monstruos que no pudieron evitar. Wulf cada vez iba mejorando más su habilidad usando Rastreo de Maná, lo que facilitaba mucho las cosas al grupo, ya que podían decidir si combatir o no en la mayoría de los casos.
Lo primero que hicieron fue llevar de vuelta a los niños. Cuando alcanzaron el orfanato, la monja Adelle, que no había podido dormir en toda la noche, dejó al instante sus quehaceres y salió corriendo a recibir a los niños. No pudo evitar llorar de alegría y no dejó de agradecerles su ayuda una y otra vez. Se sintieron un poco incómodos al ser reconocidos por una bella monja, respondiendo que era su deber como aventureros. Ganaron unos cuantos puntos en autoconfianza.
Pasaron unos cuantos minutos hasta que Adelle se calmó, entonces les ofreció pasar dentro del edificio y, entre los tres, le explicaron todo lo sucedido. La monja quedó muy chocada con lo que oyó, no podía creer que alguien del pueblo, un vecino, pudiese hacer tal cosa… Sin embargo, los aventureros le pidieron que fuese discreta con el tema, al menos de momento.
Después de la iglesia, se dirigieron a los cuarteles situados cerca de la empalizada. Allí encontraron al capitán Vance, que estaba entrenando a un grupo de soldados. Una vez oyó el corto resumen que le hizo Redwill, pasaron a su despacho y le reportaron todo lo que pasó la noche anterior.
–Entiendo… Ordenaré que busquen a Lina con máxima precaución. Haré un informe de todo y avisaremos a todo el pueblo para que nos avisen si la ven.
–De acuerdo.
–…Ahora que os veo… Estáis en bastante mal estado… –dijo el capitán Vance con preocupación.
Repasó el equipo de los tres aventureros con la mirada. Tenían rasguños en las armaduras, partes rotas en la ropa y estaban totalmente sucios. Incluso las armas mostraban signos de desgaste. Los aventureros repasaron su propio equipo con la mirada como si no se hubieran dado cuenta hasta ese momento.
–B-bueno, haré algunos remiendos luego…
Wulf pensaba utilizar Magia de Creación para hacer algunos parches temporales, por si pasase algo. Pero necesitaban urgentemente mejorar prácticamente todo su equipo y armas.
–Hah… Debéis tratar las armas y armaduras como si fuesen extensiones de vuestro propio cuerpo… En fin, por vuestro servicio al pueblo, tenéis a vuestra disposición la herrería del pueblo, se lo diré al herrero jefe. Aunque es una forja humilde, los materiales que conseguimos en la mina del norte son de primera clase.
–¡Muchas gracias!
Wulf agradeció la oferta educadamente. Realmente no sabía qué hacer con ese tema, un equipo nuevo podría costarles mucho dinero, que no tenían. Con esto, un problema solucionado.
–A vosotros… Creo que puedo decir en nombre de todo el pueblo que estamos inmensamente agradecidos por vuestra ayuda. Por fin puedo ver el final de esta horrible pesadilla… Hah…
Tras suspirar aliviado, el capitán Vance se recostó en su silla, cerró los ojos y puso una sonrisa cansada. El sol de la mañana se abrió paso entre las nubes, haciendo brillar espectacularmente la flor favorita de su mujer. Los tres aventureros intercambiaron miradas entre ellos y también sonrieron.
♦
Cuando acabaron de hablar con el capitán Vance, esta vez sí, era el momento de descansar. Los aventureros se dirigieron a su habitación en la taberna. Justo antes de entrar al edificio, Roland se detuvo.
–¿Qué sucede?
Redwill se dio cuenta de que el paladín no les seguía y se dio la vuelta, haciendo que Wulf también se detuviera.
–Me ha llegado una carta, un momento.
Roland abrió el buzón que estaba a un lado de la entrada y recogió la carta. Tenía una expresión severa en su rostro, como si ya supiera que había escrito dentro, y no fueran buenas noticias.
–…
Tras un momento de duda, la abrió y leyó su contenido. La expresión se le oscureció aún más por un momento, pero trató de poner cara de póker enseguida para disimular.
…Los han encontrado.
–Lo siento. –se disculpó–. Tengo que irme. Es importante.
–¿Ahora? ¿A dónde? –preguntó Redwill, perplejo.
–Si, es urgente. A la capital, Barona.
–Pero…
Redwill trataba de procesar la información que acababa de recibir tan rápido como podía. No entendía que el compañero que tanto les costó encontrar se fuera de golpe. Acababan de superar una gran aventura juntos y todo iba bien, sólo tenían que descansar, mejorar su equipo y seguir subiendo de nivel. ¿Por qué ahora? ¿Por qué tanta prisa? Eso quiso preguntar el hechicero, pero Roland no le dejó.
–Tranquilos, cogeré un caballo e iré directo. Antes de que anochezca ya habré llegado, no me pasará nada. Estaré de vuelta en unos días.
–Si tú lo dices… –dijo Wulf, que tampoco pudo cuestionarle nada.
–Ok…
Roland no dejó mucho margen de discusión. Wulf y Redwill tuvieron que confiar en su palabra. Enseguida se despidió, se dio la vuelta y se marchó. Los dos aventureros se quedaron mirando su espalda hasta que lo perdieron de vista. Se quedaron allí pasmados otros cinco minutos más, sin hacer ni decir nada.
…Volvemos a ser dos… –pensó Wulf.
–Haaah… Entremos. Comamos algo rápido y descansemos.
–Ok.
Wulf dejó ir un largo suspiro, desahogando esa sensación de decepción y rechazo que le había inundado la mente desde hace un buen rato. Fue el primero en hablar, usó palabras simples, serias, que salían más del lado de la razón que de la emoción, pero que hicieron a ambos recuperar la capacidad de actuar.
Sin pensar mucho, casi automáticamente, hicieron lo que propuso Wulf, comieron y se fueron a la habitación a dormir. Aunque les costó conciliar el sueño de lo agitadas que estaban sus mentes, el cansancio los acabó venciendo.
♦
[¿¡Todavía no han vuelto!? ¿¡Más desaparecidos!?]
[¿¡Pero los aventureros no habían acabado ya con las brujas!?]
[¡Es la venganza de la que escapó!]
[No fueron las brujas. ¡Fueron Goblins! ¡Los vi!]
[¡Si, y otros aventureros que justo llegaron hace nada fueron a salvarlas!]
[ Ya deberían haber vuelo, ¿no?]
[¿No me digas que han muerto…?]
[¡Que alguien vaya a salvarles…!]
[¡Tenemos que avisar a los otros aventureros!]
Unos gritos fuera del edificio despertaron a los dos aventureros, que habían dormido durante todo el día.
–¿Eh…? ¿Qué está pasando…?
Un somnoliento Redwill abrió la ventana de la habitación. La fresca brisa de una noche particularmente oscura invadió el dormitorio. Mirando abajo, en la plaza, había un grupo de aldeanos que parecían bastante alterados.
–Algo grave ha sucedido, bajemos a ver.
–¡Ok!
Wulf se levantó enseguida y se colocó su equipo. Lo mismo hizo Redwill, que recuperó su vigor habitual. Cuando bajaron las escaleras hacia la recepción, nada más verlos, una alterada Lilith salió del comedor a toda prisa.
–¡Red! ¡Wulf! ¡Es una emergencia!
–¡Lilith! ¿Qué ha pasado?
Redwill se adelantó a recibir a la llorosa camarera como un buen gentleman. La chica-gato se agarró dramáticamente al pecho del hechicero entre sollozos.
–Fueron… ¡Hic! ¡Fu-fueron los Goblins! ¡Unos Goblins raptaron a mis amigas…! ¡Hic! ¡Por favor…! ¡Salvadlas…!
–¿¡Qué…!?
Los dos aventureros se quedaron atónitos ante la súplica de Lilith. Intercambiaron miradas sin saber bien cómo responder. Justo acabaron una aventura y ahora se les plantea otra, este mundo no les dejaba apenas margen para descansar debidamente.
–¡Lilith! Explícaselo bien para que lo entiendan. Sentaos en esa mesa de ahí, ahora os traigo algo de comer para que recuperéis energías.
Kyra, la dueña de la taberna, apareció de la cocina para regañar a la camarera e instó a los aventureros a que tomaran asiento en el comedor, al cabo de unos minutos volvió a aparecer con un par de platos de estofado casero.
Lilith les explicó lo que pasó mientras se tomaban el puchero. Unas horas antes, unos Goblins consiguieron romper un trozo parcheado de la empalizada y se llevaron a un grupo de aldeanas jóvenes, pero, por suerte, una de las chicas consiguió escapar y pudo dar la alarma enseguida. Por casualidad, unos aventureros que acababan de llegar al pueblo decidieron ayudar. Pero eso fue hace dos horas, ya deberían haber vuelto y los aldeanos se empezaron a preocupar.
–Por favor… Id a salvarlas…
Wulf y Redwill se miraron y sonrieron irónicamente. Sin necesidad de decir nada, tenían claro lo que el otro quería hacer.
–Está bien. Iremos. –ambos respondieron al unísono, asintiendo con decisión.
–G-gracias…
La camarera los miró con los ojos vidriosos, como un cachorrito de gato hambriento.
–¿Y bien? ¿Qué necesitáis?
Kyra apareció al lado de la mesa mientras se secaba las manos con un trapo. Su mirada amable, y al mismo tiempo resuelta, demostraba que estaba dispuesta a proporcionar toda la ayuda que sea necesaria a los aventureros. Paga la casa.
–Pociones, nos quedamos sin. Necesito una extra para ahora, tengo que recuperar maná después de reparar nuestro equipo.
Por desgracia, debían partir cuanto antes y no tuvieron tiempo de mejorar su equipo en la herrería. Así que, con la asistencia de la tabernera, los dos aventureros repararon a toda prisa lo justo para poder luchar en condiciones y se reabastecieron de pociones. Sin más dilación, partieron hacia el bosque, por donde avistaron la huida de los Goblins.
Los dos aventureros se enfrentaron a esos malévolos monstruos en una noche muy oscura.
♦
Wulf corría. Corría y seguía corriendo, sin parar ni un segundo.
El bosque en el que se encontraba era interminable, apenas veía dos árboles más adelante y los monstruos acechaban detrás de cada arbusto, pero el aventurero no se rendía.
Trató de pedir ayuda, pero su voz no llegaba a nadie.
Estaba desesperado.
Su amigo, que cargaba en su espalda, iba a morir.
De pronto, ve una luz. Era el pueblo. El bosque no era interminable, lo había conseguido. Podía salvarlo. Lo iba a salvar. En el pueblo hay una herboristería, seguro que saben cómo curar un envenenamiento.
Pero…
Cuando llegó, no había nadie. El pueblo estaba vacío. Los aldeanos no habían dejado rastro alguno. Únicamente se oía el viento y el crepitar del fuego de las antorchas. Probó a entrar en una casa, nadie. En la taberna, nadie. La desesperación volvió. Se dio la vuelta, y lo vio…
Su amigo Redwill, yacía en el suelo.
Sus ojos estaban abiertos, inmóviles.
Su cuerpo estaba totalmente quieto, no respiraba.
La cara empezaba a ponérsele pálida…
Entonces Wulf se percató.
Redwill estaba… muer-.
–¡¡¡Red!!!
–Oh, por fin despertaste.
¿¡…!? ¿Era… un sueño…? …¿Quién es e-?
Una brisa agradable mecía su cabello, la luz del sol irrumpía por una ventana abierta. Wulf estaba sentado sobre una cama con sábanas blancas, el cabezal, también blanco, tenía cierta elaboración, no era un mueble austero.
Delante, sentada en una silla, había una chica con un espectacular pelo rubio dorado que caía sobre sus hombros. En ese momento estaba usando unas gafas pequeñas de leer y sostenía un libro en su regazo. Lucía un vestido de falda larga azul claro que bien podría ser de una princesa. Sus labios mostraban una sonrisa cálida y agradable.
–Wulf.
Allí estaba Redwill, de pie, a un lado de la cama. Acababa de levantarse de un salto de la silla en la que descansaba al descubrir que su amigo justo había despertado. Bajo unos ropajes elegantes, totalmente diferentes a la toga de hechicero aprendiz que solía usar, le asomaba algún que otro vendaje.
–Aahh… Estás bien… Menos mal.
–Eso debería decirlo yo… –Redwill sonrió visiblemente aliviado, aunque con un toque de exasperación.
Wulf relajó los hombros y cerró los ojos. Había tenido una pesadilla, Redwill no había muerto, estaba bien. Toda la tensión se aligeró al instante. Sintió un escalofrío al notar la brisa que realzaba el frescor del sudor en su cuerpo.
–¿Dónde estamos?
–En la mansión del duque de Montd'Or.
¿Duque…?
Esta vez habló la chica. Su melódica voz tenía un tono alegre. Dejó el libro y las gafas en una mesa pintada a juego con los demás muebles, se levantó y se acercó a la cama. Wulf no dijo nada, pero estaba visiblemente confundido.
–No me he presentado debidamente. Soy la hija del duque, Irina Montd'Or. Me salvasteis hace dos noches de los Goblins. Estoy profundamente agradecida.
La futura duquesa puso su delicada mano derecha sobre su pecho e inclinó la cabeza, en señal formal de gratitud.
¿¡Es una NPC de la nobleza!?
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