En lo profundo del velo de la noche, cuando el mundo está sumido en un apacible sueño, un alma antigua se alza una vez más. Habiendo vagado por los rincones más recónditos del tiempo y el espacio, habitando cuerpos efímeros en innumerables vidas pasadas; ahora renace en un nuevo mundo, llevando consigo el peso de su inmortalidad.
En el umbral de su nueva vida, Aelar despierta en una cuna de suaves tejidos y ve el mundo con ojos que ya han visto siglos. Sin embargo, en su mirada fría y serena, ya no hay asombro ni curiosidad. Ha presenciado el auge y caída de civilizaciones, ha amado y ha perdido, y ahora, se encuentra atrapado en un ciclo interminable.
El aire de la habitación era denso, impregnado de un silencio sepulcral. La tenue luz de la luna se filtraba a través de las cortinas, proyectando sombras irregulares en las paredes. En el centro de la estancia, una cuna de madera antigua se encontraba meciéndose suavemente, como si guardara un secreto oculto en su interior.
Su mirada profunda y serena recorrió la habitación, absorbiendo cada detalle con una familiaridad casi dolorosa. Sabía que este era el comienzo de otra vida, una más de una cadena interminable de existencias.
El recuerdo de su última vida aún estaba vivido en su mente. Había sido un gobernante sabio, un líder temido y respetado por su pueblo, traicionado otra vez por aquellos en los que más confiaba, asesinado para que pudieran saciar sus ansias insaciables de poder. Sin embargo, poco importa ya, ahora no es más que un eco lejano en su memoria, eclipsado por el peso de los recuerdos de vidas pasadas. Ya no había lugar para el apego ni para las emociones efímeras, solo un pensamiento ocupaba su mente, el mismo que le había estado obsesionando demasiado tiempo ya: encontrar la llave que le permitiera desatar las cadenas de la inmortalidad. En cada una de sus reencarnaciones, había buscado respuestas en los más remotos rincones del mundo y se había enfrentado a desafíos inimaginables con el fin de terminar con su existencia maldita, sin embargo, nada había dado resultado.
Había intentado de todo para acabar con su existencia, pero cada intento había sido en vano. Desde caer en batallas épicas hasta desafiar los límites de la magia más oscura, ningún método lograba romper el vínculo de la inmortalidad que lo mantenía prisionero.
En algún punto, la frustración y el cansancio comenzaron a consumirlo, erosionando incluso su aparentemente imbatible voluntad de seguir adelante. Pero en lo más profundo de su ser, persistía un atisbo de esperanza. Sabía que, en algún rincón oculto, en algún momento de este tiempo infinito, encontraría una verdad que podría liberarlo de su eterno tormento. La pregunta era ¿seria esta la vez que conseguiría alcanzar su ansiado deseo? Tan solo el destino, ese eterno testigo de las almas errantes, desvelaría la verdad que tanto anhelaba.