Al día siguiente, en las primeras horas de la mañana, Edgar bajó las escaleras para recoger el periódico y ver si su dinero había sido bien gastado.
—Buenos días, Alfredo —saludó Edgar al mayordomo que estaba leyendo el periódico que Edgar buscaba.
—¡Edgar! Estás despierto temprano. ¿Tienes algún negocio que atender? ¿Debo preparar el carruaje ahora mismo? —preguntó Alfredo. Edgar solo estaba despierto a estas horas si tenía algún lugar al que ir que requería un largo viaje. Estas eran las horas en que los sirvientes comenzaban a alimentar a los animales y preparar el desayuno.
—¿Los gatos te arañaron? —Alfredo preguntó al ver una línea de marcas rojas en el pecho de Edgar.
—No —Edgar tomó el periódico de Alfredo—. Eso es obra de mi esposa. Es una mujer temperamental. No me voy de casa todavía. Bajé por el periódico.