—Tengo mis propias manos, Edgar. Alimentate tú mismo. Eres tú el que corre el riesgo de enfermarse.
—Así que deberías alimentarme. Vamos —Edgar dejó su tenedor en la mesa y esperó a que ella usara el suyo para darle de comer.
Alessandra suspiró. Estaba haciendo solo las cosas que él quería para mantener su mente alejada de Alfred. Metió su tenedor en la carne que había cortado y lo acercó a la boca de Edgar para que comiera.
—¿Cómo está tu cabeza? —preguntó Edgar después de dar un mordisco, refiriéndose a la herida que ella había recibido durante su estadía en el palacio.
—Está bien. No ha dolido desde que ocurrió y esta mañana me puse la crema del palacio, junto con mis cicatrices —respondió Alessandra.
—Todavía voy a castigar a esa mujer. Después de lidiar con el atacante de Alfred.