Al día siguiente, Alfred y Sally salieron en un carruaje que les había dado Edgar.
—¿Por qué parece que tienes miedo? ¿Tienes miedo de visitar a tus padres? —preguntó Alfred.
—No, tengo miedo de cuando empieces a regañarme por ser una criada o por mi inexistente relación con Caleb —pensó Sally.
Por fuera, forzó una sonrisa y respondió: —Más o menos.
—Vivir separada de ellos debe hacerte sentir nerviosa por cómo están. En el momento en que los veas, tus preocupaciones desaparecerán. Puedes relajarte conmigo porque ya no soy el mayordomo. No te regañaré —dijo Alfred, sabiendo que eso era lo que ella temía.
—Eso no me hace sentir mejor. Estoy acostumbrada a acudir a ti para cualquier cosa relacionada con la Duquesa, pero ahora eres parte de la familia y no puedo hablarte como antes. Es extraño —admitió Sally. Había otra línea dibujada entre ellos que a veces dificultaba que Sally hablara con Alfred.