—¿Por qué me estás pellizcando, Alessandra? —preguntó Edgar mientras sentía cómo ella le clavaba los dedos en la piel.
—¿Ibas a esperar a que me durmiera para hacer algo, verdad? Ocultarme algo es tan malo como mentirme. Prefiero saber lo que planeas hacer en lugar de despertar con la noticia. Te mereces un buen pellizco —dijo ella, haciéndolo una vez más. Se sentía bien cuando podía atacarlo de esta manera.
—¿Cuándo vas a admitir que disfrutas un poco del dolor? Específicamente lastimándome a mí. No me importa si quieres agregarlo a nuestro tiempo en la cama —dijo Edgar.
—Edgar, ¿por qué eres así? —preguntó Alessandra, saliendo de su abrazo antes de que pasara algo.
—¿Así cómo? ¿Perfecto? Recuerdo que no soy el único que disfrutó de anoche y tú fuiste la que gemía tan deliciosamente cuando era un poco rudo contigo. Simplemente estoy buscando maneras de hacerte disfrutar más y el dolor parece ser algo que te gusta. No hay necesidad de avergonzarte frente a tu esposo —dijo Edgar.