—No es necesario que mires mi frente, Hazel. La hemorragia ha parado y no siento dolor en este momento. Estoy bien —dijo Alessandra por décima vez—. No necesito más disculpas de ti, Eleanor. No fue tu culpa que me golpearan. Tirar una piedra a un grupo de personas es una mala idea desde el principio.
—Sí, pero eso no me hace sentir mejor. Puedo manejar las represalias por mis palabras, pero no cuando alguien más resulta herido en mi lugar. Perder sus manos no es suficiente. Déjame sola en su celda por un minuto y luego podré relajarme —dijo Eleanor mientras levantaba el puño.
Ella era experta en lanzar puñetazos porque los chicos donde creció eran unos molestos que le tiraban del pelo. El primer golpe había sido un error, pero una vez que vio al chico en dolor, Eleanor no pudo evitar golpear a los demás.