Alessandra entró en la casa lista para lo que Priscilla le lanzara.
—Duquesa, mis zapatos —una criada se rascó torpemente la parte de atrás de la cabeza y trató de ocultar sus pies descalzos lo más posible.
—Oh, es cierto —Alessandra miró hacia abajo los zapatos que había tomado prestados para salir afuera—. Por favor, ven a mi habitación después de la cena. Te daré uno de los míos que no haya usado como agradecimiento por ofrecerme tus zapatos.
—N-No es necesario, Duquesa —la joven se ruborizó—. Perdóneme.
—Qué costumbres tan interesantes tienes —comentó Edmund al ver a Alessandra de pie y descalza—. ¿Te has cansado de los zapatos junto a mi hijo? Él tampoco llevaba puestos hace un momento.
—Estuve fuera todo el día, así que mis pies estaban un poco hinchados y rojos. Edgar tuvo la amabilidad de no ponerse sus zapatos para que yo no parezca extraña. Ahora que lo pienso, ¿por qué tenemos que usar zapatos dentro de nuestras casas? Es un fastidio —dijo Alessandra.