—Duke Collins, es una lástima que te hayas casado en medio de la noche. Mi hija siempre ha estado interesada en ti cada vez que nos visitas. No podemos entender por qué elegiste a una mujer con—ahem—, el posadero aclaró su garganta cuando Edgar no parecía muy feliz.
—¿Tienes una hija? ¿Desde cuándo? —Edgar cuestionó al pequeño hombre regordete. Colocó un sobre que le dejaron dentro de su bolsillo del pantalón.
—Durante dieciocho años. Te la he presentado muchas veces —al posadero le resultaba difícil creer que Edgar no sabía que tenía una hija—. Ella está allí con mi esposa.
Edgar miró en la dirección que señaló el posadero y encontró a una joven sonriendo más de lo que debería hacia él. —No se parece a ti ni a su madre. Se parece al carnicero de al lado. Buen día.
—¿Qué diablos...?