—Edgar, realmente tengo miedo de que algún día intentes matarme con tus pequeñas bromas. Si le pasa algo al pobre corazón de Alfred, recuerda que esta fue tu idea y te echaré la culpa por meterme en esto. Espero que seamos malos actores y Alfred se dé cuenta de tu trampa,— suspiró. Esta idea tenía todo el aspecto de un mal plan.
—¿Dónde está la diversión si no? No mates mi diversión, Alessandra. He seguido de buena gana lo que querías hacer hoy. Ahora es el momento de hacer lo que yo creo que es divertido.—
—Sí, tratar de matar a tu mayordomo siempre es divertido. Terminemos con esto,— Alessandra se sentó en la cama para esperar el momento en que se suponía que Alfred llegara a revisarlos. ¿Y si no aparece? ¿Tenía que quedarse en su habitación hasta que Edgar superara esto? —Deberías cambiarte de ropa, Edgar.—
—Ahora quieres hablar de quitarse la ropa,— respondió Edgar mientras se dirigía al armario para conseguir una camisa y pantalones limpios.