20/12/2019
¡Lo siento! Pero… yo… solo quiero… solo quiero una vida tranquila.
Abro los ojos, parpadeando repetidas veces intentando aclarar mi vista.
Solo fue un sueño.
Me recuerdo mentalmente, soltando el aire que siento atascado, y que está obstruyendo mi respirar regular. Mirando el techo Inhalo y exhalo para normalizar mi respiración. Una pregunta llega a mi mente, a pesar de que intente evitarlo, fue como un disparo certero.
¿Hasta cuándo me pensará perseguir dicho… sueño?
Suspiro apartando la pregunta a las malas, porqué sé muy bien, qué, lo que le procede a esto son recuerdos incómodos e innecesarios.
Mi mente domina mi cuerpo, pensamientos y emociones, no es al contrario.
Repito en mi mente la oración que según un video que miré en YouTube, alineará mis emociones. Ya completamente despierta doy varias vueltas en la cama, sacando la mano de la cobija y estirándola para encender la alarma que está sobre la mesita de noche, la luz de esta, se activa, poniéndome a saltar sorprendida cuando veo la hora. 11am.
Mi sorpresa se debe a qué, ya había perdido la cuenta de los días que llevaba sin poder conciliar el sueño. Me ruedo hasta quedar sentada en la orilla de la cama y estiro mi cuerpo desperezándolo. Al abrir los ojos, no puedo evitar mirar mí alrededor y, está vez, no puedo bloquear mis pensamiento.
Una sensación mala, más varios recuerdos logran arroparme, recordándome qué al final, en todo el sentido de la palabra obtuve lo que tanto pedí. Tranquilidad.
El detalle fue, el precio. Todo es tan gris. ¿A qué viene el tema? No más.
Me regaño a mí misma al no poder controlar mis pensamientos. Odio, no saber de qué lado se colocan, a veces. Reprimo la respuesta y todo lo que vendría luego, levantándome a las malas de la cama.
No quiero otro día dañado, me niego a semejante barbaridad, no me da la gana de seguir por ese camino de pérdidas de sueño, por tonterías. Hoy me compraré unas pastillas para dormir, y punto, no aceptaré más recuerdos de cosas que ya pasaron, no. Ya no tengo 16 años, me niego a sentir cosas que sé muy bien, ya no vienen al caso. Se acabó.
Mis emociones no me controlan. Es la determinación que usaré de hoy en adelante, porque, todo está en la mente, yo ordeno y mi cuerpo obedece, punto. En un último intento por controlar mi mente y despojarme de pensamientos y perezas inútiles, me voy directo al baño. Entro a la ducha convencida, de que no hay nada que un baño de agua fría no resuelva.
24/12/2019
El crujir de una silla se mete en mi sistema auditivo informándome, que alguien se ha sentado a mi lado. Abro los ojos apresurada, enderezándome. Me volví a quedar dormida.
Las horas que llevo sin poder dormir me están pasando factura. Las pastillas no me sirvieron de nada, seguí perdiendo sueños, agotándome tanto, qué, no puedo sentarme y no quedarme dormida.
Me toco las cienes masajeándolas un poco, expulsando el aire que le sobra a mis pulmones. Esto lo hago también con la esperanza de poder desaparecer el repiqueo que tengo en el pecho pero… no pasa. Suspiro derrotada.
Creo, se llegó la hora de admitir que estoy llena de emociones. Me vuelvo a recargar del espaldar de la silla sonriendo como loca estúpida, al sentirme extraña por eso.
Resulta, que a veces puedes pasar años sin ver a otras personas, convenciéndote de que al verlas nuevamente, no pasará nada. Incluso llegas a creer que lo superaste, por el simple hecho de que las emociones no te abruman por su recuerdo; pero, no siempre es así. He comprendido, que la prueba de fuego llega cuando las ves o sabes que las verás. Es ahí, porque todo eso que arrinconaste se revoluciona, viene y ¡bum! Te explota en la cara.
¿Cómo lo sé? Bueno, porque justo eso, me está pasando ahora.
Hace 5 años aproximadamente, salí de mi país, por diferentes razones. Razones de las cuales no es que quiera extenderme a hablar ahorita. Porque, son largas, dolorosas y lo más importante son pasado. Resumiré, que la solución de una, terminó arrastrando las otras. Irme.
El día que salí de mi casa estaba realmente mal, pasé no se cuantos días llorando y extrañando las cosas y personas que dejé. Hasta que me acostumbré a recordarlas y que no pasara nada. Cero llanto, cero aceleraciones, cero suspiros, cero reclamos, no pasaba nada.
Cuando hablaba por teléfono con mi padre, me arrugaba un poco, pero, al cabo de unas horas estaba bien de nuevo. Podía hablar con otra persona sin estar pensando en ello, podía concentrarme en lo que sea estuviera haciendo, sin terminar dañándolo porque me descuidé pensando en otra cosa. En fin, podía sentir que estaba libre de ese peso emocional. Es por eso la ironía de ahora, porque, en este preciso momento siento que el corazón se me va a salir del pecho, al saber que mi regreso está muy cercano y…
Suspiro, porque en el fondo sé, mi temor no es por las emociones, si no por lo que me encontraré y desataré con mi vuelta. Y no hablo de terceros si no de mí, porque son cosas, pensé ya había arrinconado, personas por las cuales pensé había olvidado cuanto aprecié.
Sacudo la cabeza, cuando los recuerdos pasados me quieren violentar los pensamientos.
¡Esta superado!
Me recuerdo. Las palabras de mi padre, la última vez que hablamos de mi regreso, remplazan el tema.
¡Cariño! Ya no es necesario que vuelvas. ¡Cuídate! Y recuerda, siempre serás mi pequeña bolita y siempre te querré de manera exorbitante.
Sí, es curioso. Claramente las palabras no son las más alentadoras en volver, de hecho muy transparente se ve, que no me quiere de vuelta. Es por esto mismo que decidí volver, sé, algo malo debe estar ocurriendo para que él, no me quiera de regreso. Solo espero, no sea nada que no tenga solución.
Desde el primer día que llegué a mi nueva vida, mi padre nunca paró en pedirme que volviera. Día tras día, era lo mismo. Yo pensé, retrasé, pospuse, no hubo cosa que no hiciera para evitar volver, pero, ese cambio que hubo la última vez que hablamos, me pellizcó mentalmente; ya que pude darme cuenta de qué algo malo podía suceder y yo, bien gracias. Así que como dicen por ahí, todo tiene su final, heme aquí, apunto de subirme al avión que me llevará de vuelta a mi país, tras todo este tiempo fuera en otro continente.
Espabilo de repente, cuando siento un ligero tirón en el hombro. No sé cuándo me quedé dormida en el asiento nuevamente. El llamado para abordar el avión se expande por la sala, poniéndome a buscar con la mirada, la puerta con el letrero que indica mi vuelo. Me levanto de inmediato cuando estoy mas orientada.
Mi nombre es Bianka Rull. Vengo a contar una historia, mi versión de la historia.
Voy a dar un poco de contexto, porque los siento como enredados.
Salí de mi hermoso país, Venezuela, con 17 años de edad, cuando a las malas terminé dándome cuenta de qué, ciertas personas no me estaban haciendo bien. Quizás si yo hubiese sido la afectada, sigo sin notarlo pero, no; resulta, que terminé afectando a otros, y aunque no fue mi intención, el resultado fue tan desastroso, que me puso a reaccionar.
Entonces, convencida de que la distancia acabaría con todos los problemas, ya que no podía solo quitar a esas personas del camino y ya, decidí hacerme a un lado yo. Los últimos días fueron terriblemente mal. Un día antes de partir, las desgracias como que se levantaron esa mañana y decidieron joderme con todas las letras en mayúsculas.
En la vida hay personas bastante tóxicas, como le dicen ahora. A mí, me tocó conocer varias, pero, hubo una en especial que se encargó de llenarme la vida de inseguridades, miedos, traumas, sufrimientos y pare usted de contar.
Esa es la parte mala que me empujó a irme. Pero también he de admitir qué, el que me admitieran con una beca en la mejor universidad de esa época, no fue poca cosa.
¿Resultó el plan que tenía cuando salí de mi casa?
En parte resultó. Digo en parte porque, aunque si pude ponerle fin a ciertas relaciones y también me gradué con honores; hubieron cosas que no cambiaron. Por ejemplo terminé graduada en lo último que mis padres querían. Eso me generará un problema súper grande con ellos, pero bueno, ya el mal está hecho, así que ahí voy. Luego está, el que sigo siendo la misma ingenua, tonta e insegura solo que con un poco más de edad. Y aunque vengo dispuesta a cerrar brechas, ruego a Dios no sea necesarias.
Tras varias horas de sueño y no sé cuántas escalas por fin llego a la capital de mi estado Anzoátegui. Barcelona. Aquí debo abordar el último bus, el cual me llevara hasta mi hermoso pueblito, San Andrés, ubicado al sur del estado. Agilizo todos los trámites agradeciendo no tener contratiempos, a pesar de que mi vuelo se había retrasado. Supongo, la aerolínea realizó todos los trámites. Me parece perfecto, es lo menos que podían hacer, ya que debí llegar a las 6 de la mañana y no a las 3 de la tarde que es la hora actual.
20 minutos después ya estoy abordando el bus. Llego a mi puesto alegrándome de qué el asiento a mi lado este vacío. Será más cómodo para mí, me siento suspirando largo cuando el repiqueo vuelve a golpearme el pecho. Son tres horas de viaje y no quiero torturarme en ese tiempo pensando en cosas, que son parte del pasado y por ende no deben interesarme ya. Así que a las malas me obligare a dormir.
Que el bus se detenga de golpe me hace abrir los ojos. Me enderezo rápidamente para mirar por la ventanilla a ver qué sucede, pero, no veo nada así que vuelvo a mi antigua posición, mirando la hora antes. Todavía faltan 45 minutos para llegar. No pensé había dormido tanto aun así, me preparo para seguir durmiendo, cierro los ojos…
—¡Disculpa! ¿Está ocupado? —Mientras abro los ojos, ruego porque la pregunta no sea conmigo, pero, no, sí es conmigo. Un chico está frente a mí, con un bolso a su espalda.
—Creo ese es mi puesto. —Explica el chico, logrando que espabile. Rápidamente recojo todo lo que había dejado en el puesto, que ahora tenía dueño. Resignada, me preparo para intentar dormir otra vez…
—¡Disculpa! Pero… necesito hablar con alguien o me volveré loco. —Habla rápido, giro el rostro para verlo, ganándome una sonrisa, puedo detallar que se le hacen hoyuelos en las mejillas.
—Es que, llevo no sé cuántas horas subiéndome y bajándome de cuanto avión, bus, carro y todo transporte que te puedas imaginar y nunca pude hablar con nadie, porque, no me entendían o estaban ocupados. —Le sonrió enderezándome. Total, yo también necesito distraerme.
—¡Gracias! Mi nombre es Esteban. —Estira la mano ofreciéndomela. Le miro por un momento a los ojos antes de corresponderle.
—Me llamo…
Eleva la mano, pidiéndome me detenga.
—Déjame adivinar. ¿Bianka?
El asombro por la pregunta no me deja responder, solo alcanzo a asentir con la cabeza, desatando su risa.
—Tranquila. No soy ningún psicópata que viene persiguiéndote, solo que me encontré esto aquí. —Señala el piso antes de entregarme algo. Al darle vuelta veo que, es un documento de identidad el cual, me pertenece. Rápidamente escarbo en mi bolso, Encontrándome con que efectivamente no está mi cédula. Recuerdo que al subir me la entregaron, seguro pensé meterla en el bolso, pero, se me cayó y no me di cuenta. La guardo asegurándola bien esta vez.
—Debes estar más pendiente, que se te pierda eso, sería una locura. —Susurra y yo asiento, mirando a través de la ventanilla.
—¿De vacaciones o vives por acá? —Indaga. Volteo a mirarlo de nuevo, permitiéndome detallarlo un poco más al tenerlo mas cerca. Tiene bonito rostro y cuando sonríe se le forman esos hoyuelos que le dan mucha más simpatía, su nariz es puntiaguda, su tez es de color canela y su cabello negro le cae en la frente, tiene una dentadura perfecta, también los ojos son muy lindos.
Es muy guapo.
Concluyo en mis pensamientos sin dejar de mirarlo. Intuyo que no paso desapercibido mi escáner ya que me sonríe, humedeciendo sus labios.
—Tú también eres muy guapa. —Dice, logrando que sonría. Por un momento logra hacer que me olvide a donde voy. Termino sacudiendo la cabeza ocultando mi sonrisa.
—Voy a San Andrés. Pero, hablemos mejor de ti. —Le pido amablemente. Sonríe ladeando la cabeza, al momento se endereza
—Soy hijo único, estudiante de medicina y voy a San Andrés, a realizar mi labor comunitaria, la cual es necesaria para graduarme. —Levanto las cejas ya que no lo imaginé, se ve bastante joven para estar a punto de graduarse. Estudiamos…
—También me gusta la aventura —Continúa alejando mis pensamientos. —Los deportes extremos son mi delirio, amo a mi madre y mis abuelos, no me gustan los estigmas, los tabús, juzgar a la primera, los estereotipos son fatales, soy bastante ligero. —Asiento convencida de que es muy ligero.
—También estoy soltero, vivo solo y, tengo un loro, una araña, un sapo y un ratón de mascota —Vuelvo a reírme sin poder creer lo fácil que está siendo la conversación.
—¿En serio tienes todos esos animales de mascotas? —Asiente.
—En serio, mira. —Del bolsillo del suéter que lleva puesto saca un teléfono celular yendo a galería, empezando a mostrarme fotos donde aparece él, con cada animal que mencionó.
—También tenía un murciélago, pero… se murió hace un mes, no sé cómo mi respiración boca a boca no funcionó —Suspira triste.
—Todavía lo extraño. —No puedo retener la risa al pensar que le huía a estar loco cuando ya lo está.
—¿Piensas que estoy loco, cierto? —Niego para que me crea pero, el que intente ocultar mi risa no ayuda en la tarea.
—Yo sé que sí, pero, no importa. —En serio no, solo que generalmente un murciélago, como que no se ajusta a una mascota doméstica.
—¿Ves? Me estás juzgando por no seguir un estereotipo. —Se hace el ofendido. Niego y el asiente pareciendo tonto.
—Parada San Antonio. —El grito del hombre nos saca de la conversación. El bus se hace a un lado deteniéndose. Entonces, varias personas empiezan a levantarse. San Antonio queda a 30 minutos de San Andrés.
—Ok, hagamos esto. —Me ofrece su teléfono poniéndome a mirarlo confundida.
—Estoy convencido, y creo que tu también, de que esta conversación no se puede quedar así. Nos faltan tantas cosas por saber. Entonces, haremos esto. Anotarás tu número ahí, yo te llamaré cuando tenga unos minutos libres y nos iremos a tomar un café. —Sigo mirándolo raro, mirando de reojo como los pasajeros empiezan a bajar.
—Debo bajarme aquí —Continúa explicando, sin embargo eso no evita que siga con el ceño fruncido, sin entenderlo ni un poquito.
—Necesito buscar unas cosas donde mis abuelos. —No reacciono. —Si no me crees, me puedes acompañar. Luego seguimos. Te caerán bien, ya verás. —Niego cayendo en cuenta. Me pone cara de tristeza, entonces, tomo el teléfono y anoto el número de mi casa, antes de devolvérselo. Sonríe triunfante tomando el móvil desapareciéndolo en su bolsillo.
—Bueno, fue un placer. — Se despide. Estira la mano y yo le correspondo estrechándosela.
—Un gus…
—¡Ah! —Me interrumpe.
—No hablar de tus problemas no los hará desaparecer, al contrario los agrandará tanto que cuando quieras abordarlos será tarde, así que te daré un consejo. Enfócate en las soluciones, que créeme sí las hay, el problema está en que a veces uno se empeña en que las soluciones sean las que uno quiere y no, así no es. Cuídate guapa y piensa mucho en mí, hasta que nos volvamos a ver.
Se levanta y se va, dejándome con la palabra en la boca. Tiro la cabeza hacia atrás cuando sus palabras me remueven algo por dentro. Obviamente me niego a ponerle atención, cerrando los ojos de nuevo. Es estúpido lo sé, pero, por los momentos es la única solución que hayo. Dormir, para no pensar.
Me despierto de repente, dándome cuenta de que por fin llegue. Me enderezo frotando mis brazos, para entrar en calor. Me quedo sentada en mi asiento esperando bajen los demás, no es que ande tan apurada.
A San Andrés no llegan vuelos, a menos que tengas tu propio hangar, y ese no es mí caso. Quizás, el de mis progenitores sí. Según lo que sé, tienen algo de dinero, el cual por cierto, no sé de dónde provino, porque cuando me fui éramos unos ciudadanos de clase baja con inicios a clase media.
La cuestión es, que ya sea por suerte o no sé qué, ahora el dinero no es problema. Eso decía mi padre cada que le preguntaba por las operaciones de mi madre, la cual por cierto, a de estar muy feliz. Con solo verla puedo deducir, que ya podría morir en paz, por alcanzar su mayor anhelo, entrar en el circuló.
Volviendo al tema. No es mi caso el tener dinero. Yo solo soy una simple recién graduada abriéndome camino, a ver si en par de años tengo un departamento propio, por lo menos. No es que esté discriminando mi profesión, no, pero, hay que ser sinceros. Con tan corta edad, no serán muchos los pacientes que pondrán su vida en tus manos. Tristemente la mayoría piensa, que la edad te da experiencia. Ok, puede ser que en algunas cosas puede ser así, pero, definitivamente hay otras en las cuales esto no es así.
Tengo claro qué… se podría decir yo me boicoteé el futuro. En mi trabajo anterior ganaba bien sí, pero, nada se compara si hubiese estudiado administración de empresas, y me hubiese hecho cargo de las empresas que me ofreció contabilizar mi padre.
Sacudo la cabeza al ver que ya no puedo retrasar más mi llegada. Entonces, me levanto caminando hacia la salida del autobús y bajo, sin responder el saludo que no sé quién me da.
Al salir del terminal alzo la vista encontrándome el auto de mi padre estacionado en frente. Una emoción cruza mi pecho poniéndome a correr hacia él, las lágrimas se me acumulan en los ojos cuando veo como la puerta se abre. No sabía cuánto me hacía falta hasta que vi ese auto, sonrió apurando el paso pero…
No tengo una explicación exacta, pero, al levantar la vista de nuevo…
La alegría se me derrumba al ver que quien baja del auto, no es mi padre si no Karla. Me detengo en seco, sin embargo rápidamente intento controlar el hermetismo de mi cuerpo en avanzar, obligándome a andar.
Ciertos recuerdos me aturden cuando me llegan de repente, recordándome porqué es qué me niego a caminar.
Una de las personas por quien debí poner distancia fue ella, no teníamos la mejor relación. Sacudo la cabeza y me obligo andar, repitiéndome que, debo estar feliz; pero, mientras camino puedo sentir los pasos más lentos y el cuerpo pesado. No voy a negar que me da un poco de decepción conmigo, ese comportamiento, en serio pensaba que con el tiempo todo había quedado atrás, obvio duele ver que no es del todo así, que de mi parte, algo sigue rechazándola.
Ajusto el bolso de espalda que traigo, soltando un suspiro largo, repitiéndome en voz alta que está superado. Levanto la cabeza de nuevo y el ánimo se me revoluciona al ver, que detrás de ella, baja, Yello, con su alboroto particular.
Yello, es un perrito de raza pekinés, quien fue mi fiel compañero después de un evento que viví en mi adolescencia. Viví tanto junto a él, que no puedo evitar írmele encima, cuando llego a su altura, lo cargo, llenándolo de muchos besos y arrumacos, mientras, giro con él, entre mis manos. No me sorprende lo emocionada que estoy, lo amo. Entonces, pasa…
Me es inevitable recordar en honor a quien le coloqué el nombre, por ende, quien me lo regaló. La nostalgia me cruza de repente deteniendo mis giros. Pasando saliva, vuelvo a repetir la oración principal de mi rosario.
Esta superado.
Esta superado, que no te afecte y todo estará bien. Son las palabras que convertí en mi rosario, desde que me enteré volvería.
Vuelvo a mirarlo a los ojitos y él solo menea la colita inquieto, intentando lamerme la cara. Es hermoso.
—¡Bianka!
Me tenso con el grito que me pega la señora que tengo al lado. No es un grito a viva voz, fue entre dientes, pero eso me basta para quitarme el buen ánimo.
Bajo dejando al animal en el suelo, suspirando antes de enderezarme de nuevo para mirarla. La sonrisa se me dibuja sola al verla sonriéndome. A pesar de que sé, no es del todo autentica mis labios no vuelven a su lugar.
Sacudo la cabeza para alejár los pensamientos que me quieren tomar la mente.
Con Karla es así, si ella sonríe tú sonríes. Como siempre está bien perfumada, muy bien vestida y estilizada. Puedo notar desde mi lugar que se operó la nariz. De la señora que me despedí hace años no queda mucho. La recuerdo por las fotos que me enviaba mi padre, sí no, estoy segura no sabría a quién tengo en frente, parece mi hermana. Me repasa con la mirada antes de tomarme de las mejillas, sin dejar de sonreírme.
—¿Pudiste saludarme a mi primero y no parecer loca con ese animal?
Me habla entre los dientes acariciándome la cara. Medio giro a ver quién está cerca dando con que cuatro hombres nos están mirando. Típico, quiere aparentar que todo está bien y somos felices, pero, su postura me deja muy en claro, que está incómoda, tirando más al enojo. Me es difícil pasar por alto el pensamiento de qué, al igual que yo, me sigue rechazando.
La incomodidad que siento, se ve reflejada en como se me acelera la respiración. Sé que lo nota por la manera en que clava su mirada en mí.
Termino bajando la cabeza al sentir como se me acojona el alma, doy un paso atrás, pero ella da uno hacia delante volviendo a tomar mis mejillas, y esta vez no es sutil, es mas, ni siquiera intenta serlo, ya que clava sus perfectas uñas en mi piel. El corazón se me comprime y las lágrimas se me amontonan en los ojos al igual que el llanto en la garganta.
—Me haces el favor y te comportas, que nos están observando. —Empieza con las demandas. Sacudo la cabeza ligeramente, para que afloje el agarre, ya que me está lastimando.
Me pregunto. ¿Para qué trajo al perro?
A las malas me obliga a mirarla de nuevo, pero sabe disimular muy bien, que no es a la fuerza.
Que no te afecte.
Empiezo a repetir en mi cabeza, pero…
—Ya sabía yo, que eras tiempo y dinero perdido. No sabes la vergüenza que me da, el que solo hayas crecido en edad, que sigas siendo una inmadura. Siempre se lo dije a tu padre tan inteligente para tenerlo todo, pero tan ingenua y cobarde para cogerlo.
Puedo jurar que no llegué predispuesta, pero me es inevitable no captar ciertos aires de desprecio en su mirada y su voz.
Suspiro intentando no dramatizar las cosas ya que apenas estoy llegando. Después de unos segundos le sonrió asintiendo, logrando que me suelte.
Vuelvo a fijarme en Yello. Frunzo el ceño al recordar lo que dijo Karla cuándo me fui.
Lo voy a sacrificar porque es horrible.
¿Por qué lo conservaría?
Dejo el tema a un lado, cuando me fijo en qué Karla no deja de mirarme. Suelto un suspiro, antes de hablar.
—Tan delicada y sensible como siempre. —Le hablo entre los dientes, antes de alzar la voz para darle el show que quiere.
—Bendición. —Intento sonar entusiasmada, sonriendo como si todo estuviera muy bien, como le gusta a ella que actué, que me comporte. Me sonríe hipócrita al captarme el sarcasmo y me voltea los ojos antes de dar unos pasos atrás. Reprimo las ganas de devolverme, mirando al perro en el suelo quien no deja de moverse y menear la cola.
Por más que intento, no logro entender el comportamiento de Karla, llevábamos años sin vernos. ¿No podía solo abrazarme y ya? Tenía que hacer el berrinche, porque tomé un momento al perro.
Me parece absurdo, pero estoy segura que muchos se preguntarán.
¿Por qué soportas eso Bianka?
La respuesta es sencilla. A parte de porque es mi madre, mi papá la ama.
Tras mi partida vi como la cosa empeoraba, cuando día tras día mi padre me recalcaba su idolatría por ella. Dejándome con la esperanza, de no tener que convivir con ella siempre, más allá de tres cuadras después del infierno; entonces, como yo lo amo a él, no es mucho lo que, pude, puedo y podría hacer en un futuro. Bueno, en el pasado le encontré la solución, irme. Pero, como vemos solo funcionó por un tiempo. Ahora, es muy triste ver como todo empeoró.
Sacudo la cabeza intentando espantar los malos pensamientos, pero, es que, verle la cara de fastidio a mi madre, los arrastra hacia la superficie con una facilidad que abruma.
Aclaro. No es que yo no sienta nada por mi madre. De hecho, de niña tengo muy buenos recuerdos con ella. Era tan dulce, fue en mi adolescencia, cuando todo cambió bastante, sin embargo, yo me tragué cada cosa, pero, eso no evitó zanjar esta brecha entre nosotras.
Evoco la visión que traigo de como quiero sean las cosas, y a pesar de ir tan diferente a como las imagino. No pierdo la esperanza. Tiempo para acoplarnos nos sobrará. Estoy muy decidida a limar las asperezas. Es por eso que si para estar bien debo comportarme como ella, lo hare.
—A ver Karla. —Le doy un abrazo, luego de suspirar, pero me lo corresponde a medias. Claramente ya le dañé el ánimo. Llamarla por su nombre es el acto más fastidioso que le hago siempre y aun así se enoja.
Camina hacia el auto, deteniéndose en la puerta. Gira mirándome de arriba abajo, haciendo una mueca de reprobación.
—¿Es lo único que traes de equipaje?
Asiento, descolgando el bolso de mi espalda para poder subir al auto. Le muestro también el bandolero.
Un bandolero, es un bolso más pequeño que te puedes cruzar por todo el cuerpo. Me gustó mucho cuando lo vi, porque es cómodo y sencillo.
Uno de los tipos me quita el bolso grande, metiéndolo en la maletera del coche.
—¡Gracias a Dios! Vistes horroroso y quítate eso, pareces verdulera de barrio. —Demanda antes de subir.
—¡Ah! Otra cosa, debes ponerte a dieta, ya está bueno de esa mentalidad de gorda.
Bendita oración que tanto odio.
Reparo el bolsito sin encontrarle nada malo. Me apresuro a subir tras ella, quedando acomodadas de extremo a extremo. Quito el bolso de su vista.
—¿Y mi papá?
La pregunta me sale automática, cuando el auto se pone en marcha.
—Julián, tenía algo importante que hacer y Ernesto, debía acompañarlo.
Lo único que absorbe mi mente es el primer nombre que pronuncia mi madre, repitiéndolo como disco rayado. Ciertas emociones se remueven poniéndome a sacudir la cabeza. Lo último que quiero y necesito es llenármela con lombrices destructoras. Me trago la pregunta ¿Qué hacen juntos? La cual lucha por salir de mis labios.
Intento relajarme, recargando la cabeza en el asiento, pero…
—Vale. Así que venir a recibir a su hija ¿no califica como importante? —Reflexiono, abriendo mucho los ojos al notar que lo hice en voz alta. Nunca antes le había respondido a mi madre y menos así. Siento como el calor se concentra en mis mejillas.
Caigo en cuenta, de que estos 5 años sin Doña perfecta a mi lado, diciéndome: eso no se dice, yo respondo las preguntas, debes ser educada, las malas palabras te hacen una vulgar y te condenan un minuto más en el infierno; me afectaron, ya que al verme sola y sin nadie reprimiéndome, me solté, creando ese mal hábito de pensar en voz alta.
Debo intentar controlar esa lengua o terminaré en problemas. Termino bajando la cabeza en espera de la reprenda, pero, solo suspira largo.
—No empieces. —Advierte, pero yo sigo sin poder controlarme e ignoro la orden.
—Solo es que, fueron 5 años más o menos sin vernos, me pareció interesante el que no esté aquí. —Voltea a mirarme comiéndome con los ojos.
—¡Silencio. Es que…!
Calla el grito cuando uno de los hombres levanta la mirada, para mirar por el retrovisor. Se endereza antes de volver a sonreír, de esa manera que no me gusta, se desliza hasta terminar con el espacio que nos separa. Nunca he podido descifrar, como es que aun estando con las peores emociones nunca se sale del papel. Su sonrisa nunca se borra.
—Debes de tener algo claro, digo, para que no te lleves una decepción luego. — Ladea el rostro ampliando mas la sonrisa mostrándome su dentadura perfecta.
—Como te decía, las prioridades de tu padre han cambiado — Aun sin entender el contexto de sus palabras, el susurro me da escalofríos.
—Cariño, estoy yo aquí, y no tienes una idea cómo desee esté momento llegara. —Ahora habla en voz alta, con una dulzura que me pone a picar la garganta, me toca la cara antes de suspirar para continuar.
—Cuando supe que vendrías cancele todo mis compromisos, así que no seas mal agradecida, sabes que tenemos muchas responsabilidades y más en esta época.
Los hombres pierden el interés en nosotras enfrascándose en su propia conversación. Su sonrisa hipócrita se vuelve auténtica al notar que triunfó.
—De malas para ti sino llegó quién esperabas y no te gustó verme. —Vuelve a susurrar y odio que me duela el comentario y su actitud. Decido no mostrarle lo que todavía me afecta su frialdad, sonriéndole, pero mi lengua no puede quedarse quieta.
—Aprecio su sacrificio, y me disculpo por quitarle tan valioso tiempo, pero, yo me sabía el camino, si estaba tan ocupada pudo llamarme y me vengo sola. —El que use el mismo tono que ella, le achica los ojos y le tensa la mandíbula con la presión que ejerce. Se queda mirándome unos segundos, después sonríe como siempre, falsa.
—Cuidadito con esa boquita, Bianka. —Me advierte en susurros. Algo me dice que la línea de aguante que lleva ahora, es mucho más delgada, así que opto por no decir más.
Es mi madre.
Me recuerdo mentalmente. Pero…
Vuelve a deslizarse hasta mi lado. —El que tengas más edad no quiere decir que no te pueda dar una que otra bofetada, cariño, recuerda que soy tu madre y me debes respeto, ya que tengo la potestad para reprenderte sin fecha de vencimiento.
Mantiene la sonrisa mientras me acaricia la cabeza. Cualquiera que la miraría, diría que me está consintiendo.
—Claro —Continúa después de cerciorarse que los hombres siguen sin prestarnos atención.
—No te voy a negar qué, el que haya muchas personas pendiente de mí, me hacen calmar, esperar y calarme el numerito. Porque, si sé llegase a filtrar que mi única hija volvía al país, después de años fuera y nadie la esperó, no me beneficiaría en nada, tampoco a tu padre, créeme. Así que, de hoy en adelante quiero recuerdes y tengas en claro lo siguiente: la imagen que tenemos que cuidar ahora, vale mucho, así que te comportas, y mucho cuidado con lo que haces y dices —Me suelta enderezándose por completo en su asiento.
—Y obvio te llamé, pero como siempre tu celular está apagado.
Reviso el bolso, y efectivamente el aparato está apagado. Consigo al fin ponerme un cierre mágico en la boca y no digo más. Discutir después de tanto tiempo sin verla es ilógico. Me comprometo a poner de mi parte, para no mostrarle el mal carácter, que no sé de dónde adquirí, porque en efecto es mi madre y debo respetarla.
Mi madre tiene un carácter fuerte, y siempre lo deja claro, le gusta el control, el orden, lo correcto, los lujos, las apariencias, entre tantas cosas superficiales, es por eso que chocamos. Ya que yo soy más sencilla e humilde, sin embargo el respeto que se ganó fue tanto que llegué al punto de tenerle miedo. Si, la quiero, pero no sé porqué hay algo en mi que la rechaza. Nunca entendí, como encaja con mi padre, el es tan diferente.
Otra de las cosas por las que no había vuelto, era que sentía que no haría nada aquí, ya que lo único que valía la pena, había muerto aquel día que fui arropada por aquella bola de desgracias, la cual no me dejó otra alternativa, mas que irme.
Cierro los ojos cuando los recuerdos me quieren jugar sucio, metiéndose a mi mente.
Esta superado.
Empiezo a repetir, hasta que logro calmarme.
Hacemos el recorrido desde el terminal, el cual queda a las afueras del pueblo, en total silencio. Yello se sube en mis piernas y ahí se queda recibiendo mis caricias. Karla, nos mira mal de vez en cuando, pero no dice nada, lo que sea que ve en el móvil es más interesante. Por la hora no hay mucho tráfico así que llegaremos rápido.
Pasan 10 minutos antes de entrar al pueblo. Para llegar a casa debemos atravesar el centro del mismo. Me enderezo viendo por donde pasamos, todo sigue igual. Bueno, la verdad es que no notaría cambios ya que a pesar de vivir 17 años aquí, solo recorría el camino de la casa a la escuela. Pasados 10 minutos mas, empezamos el recorrido por la carretera de piedra rodeada de árboles. Esto es lo que me encanta de mi pueblo el aire fresco que se respira. Vivimos en una de las urbanizaciones mas lindas, es la más retirada y tiene de todo. Es como un mini pueblo. Por esto es que no salía, ya que hasta la escuela queda aquí.
Después de identificar el auto entramos a la urbanización la cual desde la entrada está repleta de lado y lado de árboles de Araguaney, el árbol nacional del país, pero, por la época no podre disfrutar de la belleza de los mismos ya que florecen en época de febrero a junio.
El auto se detiene informándome que al fin llegamos. Suspiro y luego de unos minutos bajo, teniendo que esperar cuando intento abrir la puerta y esta no cede. Karla me quita de en medio de un empujón. Frunzo el ceño cuando la puerta se abre sin que la toque si quiera.
—Hay cambios —Se pavonea entrando. Entro tras de ella, mirando a ver si fue mi padre quien abrió pero, no, no hay nadie.
—En tu cuarto está el atuendo que lucirás.
Me informa. Espabilo cuando una chica, la cual no tengo idea quién es, me quita el perro y se lo lleva.
Sí que hay cambios, hasta una empleada tienen.
Me enderezo observando lo diferente que se ve toda la casa, cualquiera que entra diría que somos millonarios, eso es lujo por donde se le mire.
—Le hicimos una que otra remodelación, cariño, te encantara. —Explica mi madre con emoción al notar mi sorpresa. Me da risa porqué debió decir: dejé una que otra cosa. La casa no es ni la sombra de lo que recuerdo.
—Fabiano, te hizo el traje con anticipación y quedo hermoso. —Se emociona de nuevo juntando las palmas repetidas veces. Tampoco sé, quién es Fabiano. De repente su sonrisa se borra al recorrerme con la mirada.
—Ruégale a quien sea que creas porque entres en él. Otra cosa, el traje es muy delicado así que… trátalo con cuidado. Tienes 15 minutos para salir y alcanzarnos en la peluquería. Raúl te llevará. —A Raúl, si lo conozco, era el jardinero, pero yo le decía el indispensable porque realizaba de todo.
—Te estoy hablando. —Golpea mi cabeza descolgándome. —Así que, préstame atención. Yo me voy a ir, necesito terminar otras cosas, pero, te esperaré para realizar nuestra llegada juntas. No creo tener que recordarte, cómo odio me hagan perder el tiempo ¿cierto?
Ni si quiera me deja responder, bueno, tampoco debía hacerlo, para que obtuviera mi afirmación.
—Grábate esto, la hora de llegada es las 9:50pm, Bianka. Puedes llegar los minutos que quieras antes, pero ni un minuto más. — Se da la vuelta.
—¿A dónde iremos?
La pregunta la detiene en seco. Se gira lentamente sacudiendo la cabeza, veo como voltea los ojos, antes de mirarme fijamente.
—Nunca prestas atención… iremos…
Me recorre con la mirada humedeciendo sus labios, achico los ojos al presentir que está disfrutando mi desorientación, por un segundo creo ver cierta sonrisa.
—Iremos, a la casa de los Meyer.
Informa reanudando su caminar, sin importarle el vuelco que sabe sus palabras provocarán en mi. No logro reaccionar al momento, solo la veo caminar hacia la escalera. Inicio una lucha conmigo misma para soltar las palabras...
—No quiero ir. —Digo al fin, haciéndola detenerse de nuevo, pero esta vez regresa a mi altura.
—¿Qué dijiste?
Me pregunta cuando me tiene a pocos centímetros. Que se lleve el dedo al oído y me mire con esa mirada que ya conozco, desata una bola de recuerdos que me minimizan.
—Repítelo. Es que no escuché bien lo que dijiste. —La respiración se me acelera poniéndome a escuchar mis propios latidos.
No quiero desatar lo que sigue.
Ese pensamiento me pone a mover la lengua automáticamente, bajando la cabeza. —Nada.
No la veo, pero puedo escuchar como sonríe victoriosa devolviéndose.
Suelto el suspiro cuando empieza a subir las escaleras por la parte derecha. Recojo aire empezando a subir yo, por la parte izquierda.
En los últimos 5 minutos, mi madre se puso bastante conversadora, informándome acerca de una fulana cena, pero nunca dijo donde era. Inhalo y exhalo controlando mis emociones o por lo menos intentándolo.
Esta superado.
Repito, mirando la hora en el gran reloj que está en medio de la pared, 6:55pm. Me lleno de rabia al sentirme como me siento. Pareciera que no hubiese estado fuera ni un día, por la cantidad de emociones que tengo. Llego a mi antigua habitación, cerrándole la puerta en la cara a la chica que me seguía y no lo había notado.
Hasta mal educada me he vuelto.
Estoy tan cansada, emocionada, estresada y todo lo que le sigue que no doy para disculparme.
Después le hablo.
La cena es a las 10pm. Que llegue un poquito tarde a la peluquería no querrá decir nada. Lo único que hago después de despegarme de la puerta es encender el teléfono, antes de colocarlo a cargarse. Luego me voy directo a los brazos de la cama que no deja de llamarme. Medio ojeo mi alrededor sacudiendo la cabeza cuando no reconozco donde estoy.
Las remodelaciones también llegaron aquí.
Me quedo dormida tan pronto mi cabeza toca la almohada, con un solo pensamiento rodando en mi cabeza.
Solo serán 5 minutos.