El corazón de Ana latía con fuerza en su pecho mientras se adentraba en la oscuridad. La verdad aterradora que había descubierto la consumía, pero no podía permitirse rendirse. A pesar del miedo que la envolvía, sabía que debía seguir adelante, enfrentar los horrores que guardaban en el camino.
Caminaba por pasillos estrechos y tortuosos, donde las sombras parecían cobrar vida propia. Cada paso resonaba en el silencio sepulcral del lugar, y el eco de sus pisadas se mezclaba con sus pensamientos angustiados. Las paredes parecían susurrar secretos oscuros, mientras una niebla espesa se arremolinaba a su alrededor.
De repente, Ana se detuvo en seco. Frente a ella se alzaba una puerta antigua, cubierta de enredaderas retorcidas y desgastada por el paso del tiempo. Una sensación ominosa la invadió, pero sabía que no podía dar marcha atrás. Con un suspiro tembloroso, empujó la puerta y se adentró en la habitación más allá.
La habitación estaba iluminada débilmente por una luz mortecina. En el centro, sobre un pedestal de piedra, descansaba un objeto misterioso: un amuleto antiguo que parecía emanar un poder oscuro. Ana se acercó cautelosamente, sintiendo cómo su presencia la atraía magnéticamente.
Extendió la mano temblorosa para tomar el amuleto, pero justo cuando lo tocó, una ráfaga de viento helado barrió la habitación. La luz se oscureció aún más, y la sombra de una figura se materializó frente a Ana. Era una presencia maligna y poderosa, envuelta en una oscuridad palpable.
"Has llegado demasiado lejos, Ana", susurró la figura con una voz que resonaba en los confines de su mente. "No puedes escapar de tu destino".
El terror se apoderó de Ana, pero se negó a dejarse vencer. "No tengo miedo de ti", respondió con voz temblorosa pero decidida. "He enfrentado los horrores más oscuros y seguiré luchando".
La figura soltó una risa lúgubre. "Tu valentía es en vano", dijo. "No puedes desafiar el destino que te espera".
Con un movimiento rápido, la figura perforada una mano esquelética hacia Ana, enviando una onda de energía oscura hacia ella. Ana intentó esquivarla, pero la fuerza del impacto la arrojó hacia atrás, haciéndola caer al suelo.
Mientras se recuperaba del golpe, Ana notó que la habitación comenzaba a desmoronarse a su alrededor. Las paredes se agrietaban, el suelo se deslizaba y el techo se desplomaba lentamente. Era como si el mundo mismo quisiera destruirla.
Desesperada, Ana se levantó y corrió hacia la salida. Cada paso era una carrera contra el tiempo, mientras la habitación se deshacía en pedazos a su alrededor. La sombra del destino la perseguía, susurros de condena llenaban el aire.
Justo cuando Ana estaba a punto de alcanzar la puerta, una viga de madera cayó frente a ella, bloqueando el camino. El pánico la invadió, pero se negó a rendirse. Buscó desesperadamente una salida alternativa y, en medio del caos, vio una ventana pequeña en la pared.
Sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia ella. La ventana estaba cubierta de polvo y apenas dejaba pasar la luz, pero era su única esperanza de escape. Con un último esfuerzo, rompió el cristal y se deslizó a través del estrecho hueco.
Cayó al suelo del exterior, exhausta pero aliviada. Miró hacia atrás y vio cómo la habitación se desvanecía en un remolino de escombros y sombras. El capítulo concluyó con una escena escalofriante, dejando a Ana al borde del abismo, preguntándose qué horrores aún le aguardaban en su camino y si algún día podría escapar de su destino siniestro.