"Bueno. Conseguiste lo que querías, la corrida de mi hijo dentro de ti. Ahora lárgate de mi casa. Estás despedido."
La criada no se defendió. Bajó la cabeza y permaneció en silencio. Un asentimiento de mi madre hizo que el guardia se acercara, agarró a la criada con rudeza y la arrastró fuera de la habitación. Pronto, solo estábamos yo, todavía semidesnudos en el suelo, y mi madre, de pie en medio de la habitación con un vaso vacío en una mano y la otra mano con el nudillo todavía doblado donde había tocado a la criada. Mamá se llevó el nudillo a la boca, se lo metió en la boca, se lo mordió y se lamió el dedo. Parecía casi un hábito nervioso y aparentemente la mujer misma lo hizo sin darse cuenta, pero el dedo que mordió fue el mismo dedo que recogió mi semen de la barbilla de la criada.
Después de un momento de silencio en el que no supe qué hacer a continuación, se volvió para mirarme con una expresión un tanto amable. "Cariño, ya es hora de que tengamos la charla".