Eva gime a mi oído, le falta poco por acabar, ha tomado el control, ella es quien está encima de mí, me ha dejado inmóvil mientras ha amarrado mis manos con una soga, estamos en mi mueble, se mueve en círculos, intento aguantar un poco más cuando las ganas de tocar su pecho me invade, muevo mis manos con furia pero no puedo desatarme, así que con mis labios empiezo a succionar y a morder sus pezones de manera suave, ella sabe que soy débil, así que se pausa y yo me quedo esperando una respuesta.
Se ha puesto de pie, luego bajó y apretó mi miembro con sus dedos.
—Aguanta un poco más, tengo ganas de jugar.
—Joder, déjame acabar, ¡Te lo suplico!
Y así fue, no pude contenerme más y acabé jadeando de placer pero en mi cama, solo, y sin nadie a mi lado, lo que me hizo sentir basura cuando miro el estado en el que me encuentro.
Caminé al baño y no duré tanto bañándome, salí, me vestí y me mire rápidamente al espejo. Mi piel palideció por completo, hace mucho que no salgo a tomar el sol, mi pelo ha perdido cualquier dirección y mi cara se ve desanimada, pero normal.
«Otro día más».
Pude dormir, pero me siento como si hubiera estado caminando toda la noche o como si un muro acaba de caerme encima, enciendo mi auto y me pongo en marcha al restaurante, es temprano pero el tráfico está al tope.
Agradezco de haber salido unos minutos antes de casa y aprovecho para comprar frutas que venden algunos señores en la calle mientras el semáforo está en rojo.
Tardé un poco pero al final he llegado a tiempo, saludé a Mae y a Greta, Greta no responde pero es normal. El ambiente se siente rancio pero no me animo a preguntar, no es de mi incumbencia y aunque lo fuera no quiero hacerlo.
Cubrí mi pelo con un gorro plástico y cubrí mis manos con guantes del mismo material, es lo de siempre. Empiezo a picar cebollas, aplasto unos cuantos dientes de ajo y pico en cuadro las zanahorias, el primer pedido es sopa, hoy es sábado así que es muy movido, no hay tiempo para ayudar a nadie, cada quien tiene algo que hacer, de milagro tenemos tiempo de comer algo en estos días.
Estiro mi espalda y empiezo a cortar un trozo de carne de cerdo, recordando que hoy me toca salir más tarde ya que me encargaré de fregar los platos, la persona que lo hacía ha renunciado, y tendré algo extra por eso, aunque me espera una jodida montaña rusa.
El sudor empieza a hacerme sentir incómodo, el fuego en esta cocina siempre cobra vida, veo de reojo a Mae, está preparando sushi, mientras que Greta prepara ceviche, hace mucho la gente por aquí no se ponía tan creativa, solo espero que sobre un poco para probar.
Por desgracia así no fue, el tiempo pasa lento pero pasa, decore los platos con la sopa, carne y arroz y luego lo puse en una bandeja para que un camarero la entregara, luego de eso perdí la cuenta de cuántas veces cociné o cuántos platos decoré. Estaba acostumbrado pero siempre llega un punto dónde duelen los pies, la noche se asoma y aquí estoy, despidiéndome para enfrentar esta montaña rusa dónde mi único consuelo es que para mañana ya consiguieron a alguien que limpie los trastes.
Así que quité el gorro, sintiendo como mi pelo cae hasta tocar mis hombros, lo amarro en una cola pero aún así se siente liberador, coloco un poco de música en mi teléfono y empiezo con los platos que para ser sinceros creo que nunca voy a acabar.
Mientras empiezo con la presión del agua y la espuma mi mente viaja, viaja a Eva y la primera vez cuando fui a casa de Mae. Cuando me mudé aquí, Eva, Greta y Mae siempre estaban juntos, en ese entonces todos éramos amigos, nadie tenía doble intenciones con nadie. Su piel morena, sus pelo suave y largo, su cara y la forma en la que se expresaba al hablar, todo me había dejado enloquecido. Eva era exactamente todo lo que una vez quise en mi vida y me pregunto ¿Qué pasó? ¿Qué salió mal? Si todo estaba bien.
En estos momentos es cuando me engaño, recuerdo aquella sensación y quiero correr a Eva de nuevo, pero cuando lo hago, vuelvo a mirar su rostro, ya no hay nada allí, aquel sentimiento desaparece y siento que fue un error volver.
Porque no somos los mismos, los mismos locos que coincidieron una vez, todo parecía ir perfecto pero lo que empieza en algún momento y aunque no queramos, termina.
Nada es para siempre, incluso lo decía mi madre cuando empezaba una tarea que parecía difícil, o cuando empezaba algo que parecía no tener fin. Cómo estos trastes, estoy secando el último vaso para largarme, he estado más de una hora pero como he estado en mi mente ni siquiera me he enterado del tiempo y su paso.
Me aseguré de que todo estuviera en orden, para luego cerrar la puerta trasera con llaves y salir. Mi auto es el único en la estación y todo está lo suficiente oscuro y frío como para conducir. Pero aún así me subí a mi auto y conduje a casa, apreté mis manos al volante y me aseguré de llevar la llave de mi casa conmigo, no quería tener que devolverme por despistado.
Subí el volumen de la radio del auto, una música electrónica, nunca antes la había escuchado pero hizo bien, porque me ayudó a relajar mis músculos y mente.
Al llegar solo subí las escaleras, entré a casa y me senté en el mueble, perdido en mi propio espacio solo que hoy me acompaña las peleas y gritos de los vecinos de al lado.
¿Qué podía hacer?
Supongo que toda pareja está conformada por estos momentos. Momentos de agonía, dónde la razón se nubla por cualquier cosa y con la única persona que llegas a explotar es a la que tienes enfrente, gritas solo para ganar una pelea de cuyo origen no tienes —muchas veces— idea, para defender tu razón y empezar un tema que a lo mejor se cerró hace mucho tiempo y otra vez surgió.
Me quedé allí, sentado. Intentando solo mantener la calma en medio del ruido, de gritos fuertes y palabras inaudibles. Pronto me fui a la cama y con el mismo uniforme del restaurante y con la canción electrónica que aún resuena en mi mente, me he quedado dormido.
O eso quería lograr, quedarme dormido ya que mis pies ardían y mis manos estaban hechas pasas por haber estado limpiando la cocina del restaurante. Miré la hora en mi celular, son más de la media noche y alguien toca mi puerta.
Alguien solloza del otro lado, «no puede ser la pareja de al lado», pregunté varias veces pero esa voz ya me la conocía.
—Soy yo —dice casi en susurros Eva, del otro lado de la puerta.
La recibí en mi casa, tengo los ojos ardiendo por el sueño y aún así sigo de pie aguantando sus intento de herirme mientras con sus manos no para de empujar mi pecho.
—Eres un maldito, ¿Por qué eres incapaz de amarme? —Quiero decirle que tampoco sé la respuesta, pero pronto se quedará dormida en mis brazos, se ha pasado de alcohol así que solo la abrazo con fuerzas, evitando sus puños en mi pecho y escuchando su llanto desesperado.
Lleva tanto dolor dentro, está tan destruida, y me cuesta creer que sea yo el causante de tanto resentimiento.
Como era de esperarse se ha dormido, su cara está hinchada de tanto llorar, la llevo a mi habitación y quitó sus zapatos, la arropo y aunque intento dormir a su lado no puedo, así que me quedo sentado en la cama mirando hacia la ventana.
«¿Qué carajos John?».
«¿A esto le llamas vida?».
¡Holu! Aquí de nuevo. Por cierto, soy Givanna pero puedes decirme Gigi, me gustaría que si te ha gustado la historia me dejes un voto (⭐), nuevamente gracias por darle una oportunidad a "Buscando a quien amar", estaré actualizando rápido.