Capítulo 2
El Joven dragón estaba cansado de correr, el estúpido dragón dorado era tan terco que siguió corriendo detrás de él. Todos esos árboles temblando, hasta un estúpido se daría cuenta que algo andaba mal. Ahora sabrían que hay un dragón por estos lares.
Se adentró en una cueva, con tal de esconderse para que el brillo del dragón no delatara su ubicación, otra vez.
―Perfecto, ahora decides seguirme, pero antes ni siquiera me escuchabas. ―Se recostó en el suelo y peinó su larga melena negra, con franjas de un azul electro que parecen pintadas, a cualquier humano sorprendería ver que su pelo era realmente de ese color; los humanos están demasiado limitado a sólo un par de gamas de colores, desde su pelo a su cuerpo.
El dragón dorado se ocultó en la cueva, parecía deslizarse entre sus estrechas paredes, aunque apenas tenía espacio para moverse.
―¿A dónde vamos? ¿Por acá hay alguna de las bóvedas subterráneas? ―dijo con una voz demasiado gruesa.
―¿Quieres tomar forma humana de una vez?
―No ―lo pensó un poco―, preferiría evitar cuanto pueda esa repugnante forma. ¿No hay nada más por aquí?
El dragón se movió más en la cueva y con una de sus alas empujó sin querer al joven, que maldijo entre dientes.
―¿Qué es este lugar? ¡No hay nada! ―se quejó el dragón―. ¿Osas hacerme dar vueltas en vano? No sabes con quien te la estás jugando, niño.
―Primero que nada, este niño tiene nombre. Me llamo Lancel, y tú deberías estar más agradecido, después de todo, te acabo de salvar la vida… Aunque no estoy seguro de cuanto la has cagado.
El dragón bufó y de sus fauces salió un humo dorado.
―No me importa el nombre que portes, y debías ayudarme, es tu deber. Ningún dragón de honor pediría agradecimientos ni gloria por cumplir su labor, eso es mezquino y lamentable.
―¿Se puede saber de qué coño hablas? ¡Ni te conozco! ―El humano se frotó los ojos por la frustración―. Yo no te debo nada y no me importas. Pero mi Aliento me estaba fastidiando y me llamaba a alguna parte, te encontré por el camino y te ayudé a evitar que te mataran por estúpido. Creo que es suficiente razón para agradecerme.
―Esos humanos no son problema, su gloria no es más que servirnos. Los incapaces de servir como corresponden, son ejecutados sin remedio.
Lancel retorció su cara en una mueca, estaba confundido. Parece que su discusión no iba a llevar a ninguna parte. ¿El dragón habrá enloquecido? ¿Se cree que está en la época donde los dragones gobernaban el mundo? Que absurdo pensar que podría con los humanos, los Cazadores no tardarían en asesinarlos. Puede que hasta este mejor muerto y no rompiendo las pelotas con su locura.
―¿Qué año es este? ¿Se puede saber porque la Majestuosa Corte no ha venido a hacer presencia de mi despertar? ―preguntó el dragón.
―Sí… está muy loco ―murmuró Lancel.
―¿Cómo dices? ―El dragón lo penetró con la mirada que le causó un escalofrió.
Enfrentarse a un dragón claramente más fuerte que tú mientras gente te estará buscando para darte caza, puede que no sea la mejor idea de todas. Parece que no quedaba de otra que seguirle el juego y responder.
―Es el año 6.380 después de los dioses. La corte de los dragones fue destruida hace miles de años por los humanos, actualmente los…
―¿¡Qué blasfemia es esa!? ¡Ya he escuchado suficiente de esta insensatez! Humanos derrotándonos, eso es imposible. ―Comenzó a retorcerse y salir de la cueva, empotrando a Lancel en la piedra sin siquiera darle importancia.
El dragón ya fuera de la cueva, empezó a batir sus alas para tomar vuelo.
―¡No! ¡Idiota! ―Lancel saltó hacía él, revolviéndose en el calor de su aliento. Su cuerpo manó escarcha y sus fuerzas se vieron incrementadas, elevándose hasta el rostro del dragón y asestándole un veloz golpe en la quijada.
El dragón no fue tumbado, pero retrocedió y una rabia lo embargó.
―¿Intentas impedir mi vuelo a las ciudades del cielo? ―Lancel cayó al suelo y lo desafió con la mirada. El dragón hizo una mueca bestial―. Que así sea. Te llevarás el castigo por desafiar al Rey Héroe Arthur VIII. Deberías sentirte honrado porque seré tu ejecutor, las circunstancias no me permiten perder tiempo en busca de un verdugo oficial. No te asustes, te daré una muerte rápida.
Lancel se quedó de hielo, mirando al dragón boquiabierta. Su mirada no tardó en tornarse de pena. Pobre, quien sabe por lo que tuvo que pasar para terminar tan desquiciado. Ahora se cree una especie de salvador.
―¿Cómo dices?
El dragón se irguió y lo miró por lo bajo, como si no fuese más que un insecto.
―Será más fácil si aceptas tu muerte con honor y…
―¡Eso no, estúpido! ―interrumpió Lancel―. Lo del Rey Héroe, él nos abandonó en la guerra por miedo y es la causa de la derrota. Los dragones no volvieron a saber de él, pero sin duda es el causante de que los humanos gobiernen ahora. ¿Te crees que es gracioso? Dártelas de las esperanzas por la que tantos esperaban, y algunos todavía se creen que podría volver, pero esto… Eres patético. ―dijo con pesar en la voz.
Arthur se quedó sin palabras, agachando ligeramente la cabeza. Parecía reflexivo, que bien que le hace falta. No importa si está loco o no, pero jugar con algo de tanta importancia para toda su raza, eso sí no tenía honor alguno.
Se hizo el silencio por un momento que parecía eterno.
―Yo no… ―balbuceó Arthur en un intento por hablar. Parece que su arrogancia se había caído por un instante.
Fue silenciado por una ráfaga de balas que ametralló su cuerpo. Por lo distraídos que estaban, no cayeron en cuenta de llegada de un grupo de humanos con armaduras negras como el carbón cargando con grandes armas de fuego, disparando balas tan grandes como para herir a muerte hasta a los animales más inmensos. Los Cazadores habían llegado.