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El reino de Zafiro

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Synopsis
Asterias Lee es un joven de 17 años, que lleva una vida normal. Sin embargo nunca imaginó que ir al Carnaval, acompañada de su hermana mayor, cambiaría por completo su vida. Tras intentar ayudar a una niña a buscar a sus padres, Asterias no vio venir el momento en donde un hombre le cubre la boca con un trapo bañado de cloroformo, provocando que se desmayara. Cuando ella despierta, se encuentra en un lugar completamente desconocido. —  Un placer conocer a la portadora de Dones. ¿Qué pasa cuando te enteras que tu vida no era completamente normal? ¿Qué eras especial desde nacimiento pero no tenías consciencia sobre ello? ¿Qué pasa cuando está en juego la vida de tus familiares al querer escapar de quienes te secuestraron? Amenazada no le queda otra alternativa que resignarse a vivir con ellos, mientras veías la manera de poder regresar a tu mundo.

Table of contents

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Chapter 1 - Capítulo 01

A veces al despertar me siento extraña, como si yo no perteneciera en este mundo. No sé, es como algún tipo de sensación que por más que quiera, no se me quita de la mente. Lo cual llega hacer molesto. Y entonces, sin poder evitarlo mi estado de ánimo cambia, que ni yo misma puedo llegar a soportarme.

Justo como ahora.

Me encontraba observando mi reflejo en el espejo de cuerpo completo que tengo a un lado de mi armario. Y fruncía el ceño, molesta porque el vestido que se suponía que llevaría hoy al Carnaval, no me favorecía en nada. Me hacía ver gorda, y mi autoestima bajaba.

Es una lástima, pensé.

Compré este vestido porque era realmente hermoso, rojo carmín de lentejuelas manga larga. Suspiré totalmente resignada, vaya que la mala suerte se encontraba de mi lado. Y justamente hoy.

¿Qué se supone que haga con este vestido?

Se lo podría regalar a mi prima Sophia, pero a saber si realmente se lo va a poner. Ya paso una vez, le regalé un par de zapatillas deportivas el año pasado y hasta el día de hoy no se lo veía puesto. Era -por no decir demasiada- quisquillosa cuando se trataba de calzado. Y con lo caro que me salieron. Así que mejor lo revendo en un tianguis, por supuesto no lo estaré vendiendo al mismo precio, pero al menos le recuperaré la mitad. Eso o nada, me dijo una vez mi mamá.

Tenía aproximadamente una hora y media para terminar de arreglarme, y alcanzar a mi hermana Alice en la explanada. Por lo que decidí quitarme el vestido con cuidado, empezando por los brazos y terminando por deslizarlo por debajo de mi cuerpo. No quería dañar el producto. Después de doblarlo, lo metí en su respectiva bolsa de compras. No estaba en mis planes llevar unos jeans negros, pero bueno, es lo primero que encontré. Estaba corta de tiempo, no me quedó de otra que acompañarlo con un top azul oscuro, corto de manga larga, acampanada de malla y lentejuelas. Mis botas favoritas que vienen siendo del mismo color que los jeans. La pulsera de oro que mi papá me había regalado en mi anterior cumpleaños, un poco de bálsamo en mis labios, y había quedado lista. Me veía perfecta.

Gire sobre mis talones para ir en dirección a mi mesita de noche y coger mi móvil, proseguí a desbloquearlo. No es como que me haya tardado mucho en arreglarme, ¿verdad? Pero aun así siempre procuró ver la hora. Y todavía tenía suficiente, pero preferiría llegar antes de tiempo. Así que tomé mi mochila del perchero, y después salí disparada de mi cuarto.

Había pensado que me encontraba sola en casa al no escuchar ruido, pero al parecer me equivoqué. Pues ahí, en la sala, se encontraba mi mamá descansando en uno de los sofás. Debe estar muerta del cansancio. Desde que amanece, nomás se da un baño, hace la comida y luego a su trabajo. Regresa hasta las 8:30 de la noche. No era fácil para ella, ni para mi abuela, las dos son vendedoras ambulantes, venden botanas y dulces a pleno sol del día. Caminando horas. Aunque algunas personas piensen que yo me avergüenzo de ellas, la verdad es que son mi mayor orgullo. Y por eso mismo me esfuerzo en tener las mejores notas en mis exámenes, poder graduarme, buscar un trabajo con buena paga y darles una vida mejor. De los sueños se viven, le escuche decir a alguien.

Me acerqué sigilosamente para no hacer ruido con el tacón de mis botas, y me dispuse a besarle la frente.

— Regresamos en la noche, Mamá.

Sabía de nuestra salida al Carnaval, pero aun así era una costumbre despedirme de ella, este o no este dormida. Camino hacia la puerta, abriendo y cerrando detrás de mí.

Una vez fuera de mi casa, comienzo a caminar hacia la avenida con la intención de parar un taxi. Mi suerte fue mayor, pues el chófer resultó ser un señor muy amable y educado. Y no amargado y grosero como suele tocarme. Mientras hablábamos de cosas triviales, busqué el contacto de mi hermana en el WhatsApp para mandarle un texto diciéndole que en unos minutos estaría llegando. Cómo de costumbre, no tardó mucho en responderme con un simple y seco ok. Típico de ella

La idea era no gastar mucho. Pero conociéndome, podía decirle adiós a todos mis ahorros. Ni modo.

— … que me contacte —salí de mis pensamientos cuando escuché al señor hablar.

— Disculpe, ¿decía? —dije avergonzada.

— ¿Decía que si tiene como regresar? –oh, era eso.

No parecía tener malas intenciones, al contrario, era muy amable de su parte en ofrecer sus servicio. Ya que en día como hoy, que era el carnaval, iba a ser muy difícil parar un taxi en medio de la noche.

— ¿Cuál es su número, señor?

Había guardado el contacto con el nombre de Joseph. Al menos hoy Alice no soltaría insultos cada vez que un taxista no quisiera parar. Sonreí de lado. Momentos como ese como iba a olvidarlos, me parecían de los más graciosos.

Para cuándo me di cuenta ya había llegado a mi destino. Le pagué al señor y salí cerrando la puerta detrás de mí. Localicé de inmediato a mi hermana justo en el lugar que habíamos acordado, tenía la espalda recostada en la pared de un local de joyería. Ella al igual que yo llevaba unos jeans negros, acompañado con un top azul marino con abertura de cuello alto con lentejuelas, aretes de fantasía y zapatos negros. No tenía rastro de maquillaje en su rostro, sin embargo eso no fue impedimento para que los chicos que pasaban a su lado se les cayera la baba con tan solo mirarla.

— ¿Por dónde quieres empezar? –pregunté habiendo llegado a ella.

Ignorando mi pregunta, puso en marcha la caminata. Frente a nosotros se encontraban los pequeños puesto con grandes variedades de productos, maquillaje, ropa, accesorios, mascarillas para la cara, postres, helado, etc. Pero, mi favorito viene siendo el puesto de comida chatarra, razón suficiente por la que terminaré gastando hasta el último peso. No soy muy fanática de los postres, es muy dulce y lo mínimo que puede recibir mi estómago es uno por semana o incluso por mes, una vez llegué a sobrepasar esa pequeña cantidad porque mi hermana me compró una rebanada de pastel de chocolate y lo siguiente que recuerdo fue que vomité apenas llegando a casa. Y eso es lo menos que quiero ahora. Pero, mi hermana, en cambio le fascinan las cosas dulces, principalmente si son de chocolate. Cambiando de tema, los aretes de acero inoxidable están muy chulos, en verdad, pero no más hizo falta ver los precios, dejarlo en el mismo lugar y pasar otro puesto. Ni loca gasto 150 en un maldito arete. Mientras veíamos los demás, pusieron música de fondo.

Fuimos testigos de como pasaba el coche con varias personas arriba, disfrazadas, bailando y cantando en voz alta. Esto recién acababa de comenzar.

Hubiera preferido que mis primos también vinieran, pero que se le va hacer si mi prima solo quiere pasar el rato con su novio, y mi primo queriendo descansar en su casa. Bah, para lo que hace falta su presencia. No sé, desde que mi abuela tuvo una discusión muy fuerte con mi tía, siento que ellos no son los mismos. Es decir, la bronca fue entre adultos, entonces, no entiendo porque dejaron de hablarnos a nosotras. No teníamos ni la mitad de la culpa.

— ¿Tienes cambio de 200? –me preguntó Alice.

— ¿Cuánto cuesta la rebanada?

— 25.

Sacando los 25 de mi cartera, le pagó a la señora. Tomé la cuchara que tenía mi hermana entre sus manos y corté un poquito para después llevármelo a la boca, sin embargo, no contaba que mi hermana me iba a detener.

— ¿Pero que haces? Iba probar un poco –dije haciendo un puchero.

— No puedes, tiene almendras adentro –dejé de golpe la cuchara en el plato. Por poco y consumía veneno, literalmente, claro. Para nadie de mi familia era un secreto que yo soy alérgica a las almendras.

Solamente consumir un poco provocaba una terrible picazón por todo mi cuerpo.

Aah, y tan apetecible que se veía. Ni modos.

— Más adelante hay de tres leches, te compro uno.

— Mejor cómprame unos tacos al pastor, tengo tiempo que no los como, ¿si?

— Está bien –yes. ¡Tacos hay les voy!

Quedaba más adelante, casi terminando. Entonces, mientras avanzábamos, le damos unos vistazos a los demás puestos. Cada una compramos ropa interior, estaban a 100 por tres, al igual que los sostenes y por supuesto no íbamos a desaprovecharlo. Seguimos y nada, puros aretes caros.

Pasamos un puesto de ropa y a mi hermana le dio por comprarle una camisa de las Américas a papá. Había una cosa que nos diferenciaba a las dos y es que ella no tiene el apellido de papá, según lo que dijo mamá es que el actual pareja de mi abuela se opuso a que él se lo pusiera, si me preguntan la razon, no lo s. Pero, pregunté a mi abuela y ella me dijo que fue papá quien no quería darle su apellido. Ya ni se a quien creerle. Pero la relación que mantiene Alice con papá es buena. Y a veces le vemos las ventajas, por ejemplo cuando queremos entrar a trabajar en la misma tienda, simplemente podemos decir que no nos conocemos y ya. Cuando se lo dijimos a mamá, no pudo con la risa.

— Solo a ustedes, par de diablillas, se les puede ocurrir tal estupidez –fue lo que dijo.

Gracias a Dios estamos en perfecta armonía. Ojalá que así siga estando.

Aproximadamente habíamos gastado 375 pesos, pero como dice Alice, el dinero va y viene. Y el dinero nunca falta en nuestra casa, así que ni nos preocupamos.

Seguimos pasando hasta llegar al puesto de los tacos, pedí 5 y Alice 3, por más que ella insistía en pagar, al final yo lo hice. Ya había gastado mucho, y yo casi nada. Buscamos una mesa vacía y nos sentamos, nosotras no fuimos las primeras en llegar, así que toca esperar. Espero no tarde mucho, porque mi estómago ya gruñe.

— ¿Crees que si le llevo un vestido a mamá, lo usé? –preguntó de repente Alice.

Silencio.

Recuerdo que la última vez le compramos una blusa muy bonita a mamá, tenía la imagen de la virgen adornada con pequeñas piedritas, se lo regalamos para Navidad, que si no mal recuerdo faltaban menos de una semana, llegó 24, le vimos ponerse un vestido viejo y no la blusa que le dimos, sepa en dónde estará esa blusa ahora, porque no lo he visto en su armario.

— Es una pregunta que no querrás que te responda.

— Cierto. Mejor le llevo una rebanada de pastel. Eso de seguro lo disfruta –asiento con la cabeza totalmente de acuerdo.

Puede ser que en algunas ocasiones nos peleamos, pero al final nunca olvidamos que somos hermanas y después nos reconciliamos.

— Mientras nos traen la orden, iré a comprar algo, ¿Vale? –soltó.

Solamente pude ver cómo se puso de pie y se marchó con dirección al puesto de postres. Me sorprende que todavía no le haya dado diabetes.

— ¡No vayas a tardar mucho! –alcancé a gritarle.

Escuché que sonó mi celular. Lo saco de mi bolsa y veo que es mamá. Tomé la llamada.

— ¿Ya están viniendo? –por su tono de voz se le notaba preocupada.

Le respondí:

— Estamos esperando una orden de Tacos al pastor, ¿Por qué? ¿Quieres que te lleve unos? –mi mamá era igual a mí. Amaba los tacos.

— Cariño, necesito que regresen a casa. He tenido una pesadilla muy horrible y con ustedes a fuera me da miedo que se cumpla

— No te preocupes, maman. Fue solo un mal sueño, nosotras estamos bien, en verdad.

Escuché un sollozo. Oh no.

— Cariño, por favor.

Estaba llorando. No me gusta que llore, se me formaba un nudo en la garganta cuando ella lloraba.

— Está bien. Ya vamos en este momento para la casa —aunque en realidad no quería, pero pues, no podía decirle eso, ¿verdad?

Colgué.

Para la próxima mejor la invitamos. Así no tiene porque preocuparse por nosotras.

Busqué con la mirada a Alice y todavía seguía en el puesto. Bueno, eso me tranquiliza. Me pare de mi lugar, le pagué al señor que ya tenía mi orden lista y estaba a punto de ir hacia mi hermana cuando sentí que alguien jaló de mi mano. Agaché la mirada, era una niña de aproximadamente 5 años. Poniéndome en cuclillas, le pregunté:

— ¿Qué pasó, cariño? —aunque mi voz sonó suave, pude percibir en sus ojos algo de miedo— ¿Dónde están tus padres, corazón?

—alcé la mirada, moviendo la cabeza de un lado para otro con la intención de encontrarlos en alguna parte, pero nada.

Y entonces, sin previo aviso, comenzó a llorar. De por sí no era buena con los niños, por eso no estaba en mis planes tenerlo. No tengo idea de que hacer para que deje de llorar. Joder, ¿en donde mierda están sus padres? Que irresponsables.

— Ya, ya, no llores —traté de calmarla frotándole la cabecita, pero ni así desistía. Ay Dios– Vamos a buscar a tus padres, ¿Vale?

Fue lo que dije, tratando de calmarla. Al parecer funcionó.

— Pero antes déjame enviarle un mensaje a mi hermana, ¿Ok? –tomé mi celular de la bolsa de atrás de mis jeans, le quité el bloqueo ingresando la contraseña y fui directo a WhatsApp para avisarle, pero es que la condenada cría no me dejó si quiera escribir una maldita letra. Sentí un jalón en mi brazo, provocando así que se me cayera no solo el celular, sino también mi orden de tacos, por tan repentino movimiento. Joder, me salieron un ojo de la cara.

Perdí de vista a mi hermana. Solo podía ver a la multitud de gente que estaba en el festival, bebiendo, charlando e incluso llegué a ver a una pareja besuqueándose como si no hubiera un mañana. Ni rastro de los padres de esta cría. ¿Qué se supone que debería de hacer? No puedo simplemente abandonarla a su suerte. Pero soy consciente que no puedo seguir avanzando sin avisarle a mi hermana.

Frené de golpe cuando ví a mi alrededor. No había nadie, estábamos completamente solas. Y el lugar estaba un poco oscuro. Sentí un escalofrío recorrer mi columna vertebral.

Desde que tome la llamada de mamá, me dejó inquieta.

— Cariño, ¿Qué te parece regresar? No estarás sola, me tendrás a mí y a Alice como compañía mientras esperamos por tus padres, ¿Si? —dije mientras observaba a mi alrededor. En respuesta sentí un jalón, claramente la cría insistía en seguir.

— Cariño, oye, escúchame. ¡Oye!

¿Por qué los niños tienes que ser tan tercos? Me pasa lo mismo con mi primo mas pequeño.

Entonces, pasó. Sentí como alguien me cubría la boca con un trapo con el olor de una sustancia raro. Traté de forcejear soltando la mano de la niña, pero nada. La fuerza de esa persona era mayor a la mía. Me estaba quedando sin fuerzas, mis ojos poco a poco estaban cerrándose y no podía hacer nada para evitarlo.

Lo único que recuerdo antes de caer en la profunda oscuridad, fue la voz de Alice, gritando mi nombre.

Mi querida y dulce Alice.