Adam no tardó en conquistar el resto de la urbanización. Los días de paz trajeron consigo muchos problemas. Muchos supervivientes comenzaron a experimentar con sus clases y a intentar desbloquear algunas nuevas. El refugio también se preparó como pudo para los desconocidos cambios que traería el séptimo día.
A pesar de todos los problemas internos y el creciente conflicto entre los supervivientes y los infectados, las cosas parecían marchar bien, sin embargo, Adam no podía dejar de pensar en lo que había pasado en la plaza y que ese hombre podía estar vivo en algún lugar.
Tampoco podía evitar sentirse nervioso al pensar en encontrar otros refugios y grupos de supervivientes en el exterior. La cárcel de Manaria, el presidente, el ejército, todos ellos le daban la impresión de que tendría que ir a la guerra. No había tenido problemas en matar zombies, pero no sabía qué pasaría cuando tuviera que matar a otros humanos. ¿Cómo reaccionarían los otros supervivientes en el refugio en ese caso? ¿Sería buena idea rendirse a otro refugio en vez de combatir?
No quería considerar lo segundo, no pensaba entregar su refugio a nadie, por lo que solo esperaba poder llegar a un acuerdo.
En ese momento se encontraba mirando el cielo desde la azotea del superbloque en el bloque 4. Sabía que los cambios anunciados por el Sistema deberían llegar en cualquier momento. Cerró los ojos e intentó pensar en lo que podría pasar. Cuando los abrió, instantes después, se encontró en un lugar oscuro. Estaba comenzando, pensó.
Unos minutos antes, Eric, el mago que preocupaba a Adam, estaba parado en el tejado de un edificio en el centro de Vinte. Desde allí podía ver a una manada de zombies Robbers recorrer las calles y devorar Stalkers y cualquier cosa viva en su camino. Los zombies con forma de perro eran criaturas curiosas para él, por lo que había decidido matarlos a todos. Sin embargo, esa sería una tarea para otro día, pues en ese momento Eric también miraba las estrellas, pero sus pensamientos eran contrarios a los de Adam. El asesino había disfrutado como nunca estos últimos días, por lo que no podía esperar a los nuevos cambios que implementaría el Sistema.
Todavía se estaba acostumbrando a los cambios que había sufrido su cuerpo. Después de huir de la plaza, había subestimado el número de Stalkers que lo perseguiría. Había terminado herido en un brazo por uno de ellos, por lo que pensó que su diversión llegaría a su fin. Era el único momento en el que se había sentido tan frustrado en toda su vida. Por suerte, el Sistema siguió sonriéndole, ya que la herida solo le había convertido en un infectado. El concepto de devorar humanos le resultó fascinante, así que se fue de caza. El resultado fue un nuevo cuerpo y un poder inigualable.
Ahora, de pie en el tejado, desvió la mirada hacia la dirección en la que debía de estar Manaria. Una sonrisa se plasmó en su ahora deformado rostro. Esperaba encontrar mucha diversión en ese sitio. Luego desvió la mirada hacia la plaza en donde todo había comenzado para él. Allí debería estar todavía esa monstruosidad que había creado, algún día le haría una visita.
De pronto, Eric parpadeó y se encontró en un mundo oscuro. Supo enseguida lo que estaba sucediendo y se le escapó una sonrisa.
Luna se encontraba en ese momento en el lugar donde había reubicado su refugio. Había decidido buscar el sitio más alto a la vista. Este había resultado ser una montaña en lo que parecía el medio de la nada, La abundante vegetación le llamó la atención, pues era la primera vez que veía algo así. También consiguió cerca una serie de curiosas cuevas que parecían adentrarse infinitamente en la oscuridad.
No le gustaba la idea de poner su refugio en un lugar tan estrecho, por lo que terminó colocándolo en una casucha que consiguió en la zona. Al principio temió no poder fundarlo en tal sitio, pero para su sorpresa, el Sistema se lo permitió. La vieja cabaña de guardaparques estaba cerca de un mirador con vista a la cercana ciudad Humana. Si agudizaba la vista, creía poder distinguir la antigua posición del refugio, pero estaba tan lejos que no podía estar seguro.
Arnold estaba parado al lado de Luna, su vida se había convertido en algo completamente miserable. El Breeder lo había arrastrado herido a una montaña en medio de la nada, justo al lado de lo que se conocía como la cueva de los Jacintos. Estaba tan cansado que lo único que deseaba era irse a dormir, pero él, Luna y Sombra, que debía de estar oculto en alguna parte, esperaban el comienzo de los cambios del Sistema. Arnold tenía cierta curiosidad por lo que pasaría, pues el Breeder parecía entender más sobre lo que se avecinaba que Adam y su propio grupo.
El cambio llegó de manera abrupta, de un parpadeo. Luna, Arnold y Sombra se encontraron en un sitio oscuro.
En las oscuras habitaciones de un hospital, un hombre vestido con una bata de médico y con los ojos agotados levantó la vista.
—¿Vienen de nuevo?
En la habitación había entrado un hombre peculiar, estaba vestido con una armadura de placas a cuerpo completo y sostenía una espada larga y un escudo en una mano.
—Sí, mi señor —dijo el hombre mientras se arrodillaba en el suelo —No caeremos ante el enemigo, pero tengo entendido que la comida para ustedes ha comenzado a escasear.
El doctor asintió y el hombre simplemente continuó de rodillas, esperando. Por fin, el doctor decidió responder.
—Espero que los cambios del Sistema sean a nuestro favor, si no todo estará acabado. No puedo seguir manteniendo a Kimien vivo sin recursos suficientes.
El caballero levantó la vista y fijó su mirada en su rey, un hombre flacucho y de aspecto malnutrido, que dormía profundamente, solo con vida gracias a las atenciones del doctor.
—Lucharemos hasta el final.
El doctor perdió la paciencia y abrió la boca para gritarle a ese idiota que era el final, pero se encontró en el mismo mundo oscuro que recordaba del primer día. La sorpresa le hizo perder el equilibrio y casi se cae a lo que parecía un abismo sin fondo. Tardó un momento en darse cuenta de que estaba sobre un piso sólido a pesar de la situación.
Durante las siguientes dos semanas, el mundo fue vaciado de todos los humanos, zombies, monstruosidades y los animales aún presentes. Todos ellos ya habían tenido la oportunidad de subir de nivel y evolucionar, por lo que ahora era el turno de otros. El mundo se recubrió de una energía verde fosforescente. Desde el espacio, el planeta se convirtió en una bola verde que brillaba intermitentemente como un faro en un día nublado.
Plantas, árboles, hongos, bacterias, virus y todas las demás criaturas, aún en el planeta, comenzaron a absorber esta energía y a luchar por ella. Desde el punto de vista humano sería una lucha lenta y sin emoción, pero para estos organismos era una competición a muerte.
Dos semanas fue el tiempo que tardó la energía verde en ser absorbida por completo y, a su paso, creó un nuevo mundo. Las ciudades fueron invadidas en la mayor parte del mundo, pues cedieron paso al crecimiento agresivo de cientos de árboles y plantas. La naturaleza recobró todo el terreno cedido al hombre y esta vez no pensaba doblegarse a los deseos de este.
Lo que antes había sido Vinte, se convirtió en una selva, en donde miles de árboles crecieron y se aferraron al concreto de miles de casas y edificios, que, a pesar de todo, aún aguantaban de manera antinatural los increíbles pesos a los que estaban siendo sometidos. Esto se debía a que los seres vivos no fueron los únicos en sufrir grandes cambios, pues todos los materiales se volvieron mucho más resistentes.
En medio de este caos, existían lugares a los que plantas y árboles les resultó imposible invadir. Todos los refugios fundados durante la primera semana resistieron la intrusión y absorbieron una gran cantidad de energía para sí mismos.
Pero este no fue el final del cambio. Cuando la energía verde fue consumida y todo volvió a estar en calma, en el mundo aparecieron, al mismo tiempo, todos los animales que hasta ese momento habían desaparecido. Adams se había dado cuenta de ello en los primeros días, pues advirtió que, a pesar de que los cadáveres de zombies se apilaban como una montaña, no había moscas presentes por ninguna parte.
La razón de ello era que el Sistema transportó a la mayoría de los animales a un mundo aparte, repleto de tesoros naturales que pudieran devorar y utilizar para evolucionar de manera rápida. Ahora era el momento de que regresaran.
Luego tuvo lugar el nacimiento de las leyendas. Seres míticos, cuentos y tradiciones pasadas de generación en generación, cobraron vida en un extraño nuevo mundo. Curiosos, comenzaron a buscar un lugar en donde asentarse y satisfacer esa acuciante necesidad que el Sistema había implantado en sus mentes. Consumir y evolucionar.
Algunas de estas criaturas eran consideradas benévolas y hermosas, pero muchas de ellas eran verdaderos horrores, nombres que eran mencionados con miedo en algunas partes del mundo. Algunos de estos seres, que en las leyendas eran únicos, ahora no estaban solos, pues miles de copias a su semejanza aparecieron y se distribuyeron a lo largo de los territorios en los que antes eran conocidos.
Uno de estos seres, un hombre flaco y desnutrido, de casi tres metros de altura, vestía un sombrero llanero y una sonrisa macabra, repleta de dientes retorcidos y podridos. Sus ojos estaban muertos y su alma contenía solo amargura y odio hacia los demás. Este ser retorcido recogió del suelo un viejo saco gris y elevó la mirada hacia un lugar que le llamó la atención.
Había aparecido en los restos de una carretera, ahora cubierta de raíces, y frente a él se alzaba un letrero construido de madera en el que se podía leer "Bienvenidos a Vinte".
La criatura comenzó su larga caminata a paso lento. Esperaba encontrar pronto alguna presa con la que divertirse y huesos que agregar a su por ahora inexistente colección. De sus secos labios, emitió un largo, pero entrecortado silbido que pondría los pelos de punta a cualquiera que conociera su leyenda.
Un día después, cuando la humanidad volvió de aquel desolado y oscuro mundo en el que las dos semanas se convirtieron en un parpadeo, se encontraron con que la seguridad y la estabilidad que deseaban o que creían haber logrado, se había convertido, nuevamente, en un sueño muy lejano.