"La sensación de no tener poder sobre las personas suelen ser insoportables para nosotros: sentirnos impotentes es terrible" — extracto de "Las 48 leyes del poder".
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Era hora del almuerzo en ese campo a las afueras de la ciudad, noventa estudiantes en el segundo día del retiro espiritual, con las rodillas rotas, suspiros dolorosos y sin poder ver su celular, esperaban con ansias en la fila de la cafetería por la pieza de pollo menos radioactiva hecha por las hermanas de la congregación, hasta que un grito llamó la atención de todos en ese lugar.
— ¡Oye, Talia! — grito un adolescente de ascendencia asiática y a su lado, un chico complementante igual a él.
Andrew y Arthur, hermanos gemelos diferenciados únicamente por un cerquillo a la izquierda y derecha,e hijos de la famosa actriz Gabriela Chang. Ahí estaban los dos, molestando a alguien como normalmente lo hacían.
— Guarda dos alitas picantes, para nosotros — agregó Arthur, el menor, en su alarido que molestó a los demás.
Aunque, normalmente jugaban con los becados, Talía Adams era la excepción, de una familia adinerada no tenía el reconocimiento suficiente para ser vista como "igual".
« Por favor, no me hables, no me hables … » se repetía miles de veces por las miradas de sus demás compañeros. Encogida de hombros, como acostumbraba la joven de trenzas ante los nervios. No, en realidad era por las miradas de tantas personas sobre ella.
— Oigan — se escuchó de otro chico — esperen su turno.
— ¿nos está hablando? — preguntó Andrew en un susurro solo audible para su hermano menor y una agria expresión de asco — ¿a nosotros?
Ambos hermanos intercambiaron miradas, una breve ojeada que comunicaba más de lo que cualquiera pensaría. Por otro lado, un grupo de chicos sentados en una mesa alejada del resto, jugaba con un balón de basquet. Nadie sabía cómo lo llevaron.
Pero … ¿qué importaba? se estaban divirtiendo.
Bueno, todos menos Theo Sandoval. El determinado capitán de dieciséis años e hijo de un adinerado CEO de un bufete de abogados, ordenaba su cabello pelirrojo mientras veía con anhelo a sus compañeros jugar. También quería hacerlo, pero había una voz que no lo dejaba.
"No te metas en problemas" Fue lo que dijo su padre la noche anterior. Una amenaza.
— capitán ¡atrapa! — grito un chico. Al segundo, Theo atrapó el balón en manos.
No pasó ni un segundo, cuando se olvidó de la amenaza y siguió con el juego. Tan aliviado y feliz, se había olvidado hasta que pedazos de comida cayeron desde el cielo, llamando su atención a la guerra.
Theo se mantuvo quieto por el espectáculo, viendo tarde como el balón regresaba y que por acto reflejo, esquivo.
Grave error.
— ¿De quién es el balón?.
«La hermana superiora» se escuchó en los pensamientos de los niños asustados, como una mente colmena sudando frío ante la presencia de esa mujer con un par de arrugas bajo sus ojos llegó frente a ellos.
— ¿De quién es el balón? — repitió ella ahora agresiva.
Theo, trago saliva, mientras su mirada giraba hacia sus compañeros cabizbajos y luego a la mujer.
«A veces odio ser el capitán» Se dijo a sí mismo al alzar su mano.
— se les dijo que este sería un retiro, no un campamento — argumentó y volteó a las hermanas y docentes que intentaban detener la guerra. Ella suspiro y regreso a los menores — Theo, acompáñame.
Mientras tanto, otro accidente se creaba entre las mesas más cercanas al pequeño buffet. Un grupo de seis, veía con alegría al par de gemelos ser llevados por una joven novicia fuera de las mesas, así como a Talia, quien intentaba protegerse.
— Aprovecha, mientras nadie nos ve — habló un chico antes de besar la mejilla de su novia.
Jack, el enamorado de Cornelia Esposito, o mejor llamada, Corni. Una linda pareja de la escuela que solo demostraban su verdadera cara a sus mejores amigos.
Corni dudo, si bien una travesura como esa no la dejaría fuera como única heredera de un negocio multimillonario, sin duda estaría en problemas con su abuela. Sin embargo, no podía evitar emocionarse por el acercamiento de Jack.
Ella suspiró resignada y se acercó coqueta a un beso con Jack.
— Eres un mal ejemplo — murmuró al levantarse.
Su corazón latía con fuerza mientras su mano viajaba rápido entre un hueso y las trenzas de Talia. Ni siquiera pudo contemplar su sucio trabajo, cuando una mano la sujetó.
Corni volteo con miedo, hacia una hermana con comida en su ropa. Rose.
— ¿Qué haces? — preguntó con fuerza a pesar de ser siempre muy amable.
Talia giró sorprendida, tanteando su cabello con su mano ante el peso. Al mismo tiempo que Corni regresaba con desesperación a sus amigos consternados por la guerra de comida, dejándola a la suerte.
— Corni acompáñame — dijo Rose.
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Minutos más tarde, mientras las hermanas intentaban limpiar el comedor, algo más pasaba detrás de esa torre. Dos chicas veían alegremente a un joven corpulento agachado. Bruno Davila, un becado acostumbrado a ser hostigado por Jessica y Lucia. Dos mejores amigas de familias adineradas.
Con sus manos en la tierra aguantando su cólera, veía los últimos pedazos de comida caer de su ropa.
— ¡Habla de una vez! ¿Por qué? — cuestionó Lucía con un timbre de autoridad mientras el chico mantenía un par de lágrimas — Mejor cállate y acepta lo que se te diga.
Bruno estaba desesperado, apretando sus ojos, mientras sus manos rasgaban la tierra húmeda con el único deseo de huir, pero no tenía sentido pedir ayuda cuando los padres de sus acosadoras harían lo que sea por hacerlo ver como el culpable. Aunque, esa vez fue diferente.
Unos inesperados aplausos alarmaron a los tres y con sorpresa, el chico volvió a alzar la cabeza, pasó sobre las dos chicas pálidas y al final, hacía una linda joven de cabellos negros y seductores ojos verdes.
Kayle Cruz o "Psycho" por un rumor, una estudiante becada y constante primer puesto, que si no fuera por su lengua afilada, tendría más pretendientes. Grababa con su celular la escena, apuntando con una sonrisa ladina y desafiante.
— Psycho ¡No te metas en nuestros asuntos! — gritó Jessica, mientras su amiga la retenía con su mano en el hombro.
Mientras tanto, Bruno no lo pensó mucho y salió corriendo dejando a sus acosadoras indignadas.
— genial nuestro juguete
— Bien, juguemos — interrumpió kayle en una falsa inocencia y una linda sonrisa — ¿Quieres que hablemos sobre cómo subieron al top veinte? Fue una gran sorpresa para todos, hasta para quienes bajaron.
— ¡Lo siento! — interrumpió Lucia con miedo. Mientras su amiga, resistió enojada — ¿no escuchaste el rumor de su novio criminal?
— oye, nosotras lo inventamos — susurro Jessica desesperada.
Kayle giro los ojos, un poco emocionada al sentir poder sobre ella.
Sadica.
Sin embargo, esa expresión juguetona desapareció cuando vio a Bruno regresar y junto a un adulto, alguien guapo que hacía suspirar a varias adolescentes y siendo la última persona que quería ver. Ella curvó su comisura en un puchero por dejar su diversión y ver como Jessica corría hacia él.
— ¡FUE LA CULPA DE ELLA! ¡ES UNA BRAVUCONA!
— ¡LOS BECADOS SIEMPRE HACEN LO MISMO!
Gritaron al unísono, aunque, el hombre no dejo de ver a esa chica que lo veía con desaprobación y asco. Suspiro resignado y dio un paso atrás.
— Bien … kayle, Bruno, acompáñenme.
Unos cuantos minutos pasaron, cuando Theo se encontró en la oficina de la superiora, a lado de esos cinco adolescentes.
— iniciaron la guerra de comida, hostigaron e incumplieron con las reglas del retiro. Todos serán castigados — dijo la mujer de arrugas bajo sus ojos.
« Genial, me han castigado por idiota » siguió el pelirrojo por sus adentros.
— Pero, no le diré a la directora — soltó la mujer sorprendiendo a todos — A cambio, dormirán en la cabaña del lago y lavarán los platos por el resto del retiro. El profesor Nicolas será su supervisor.
Nicolás Pardo, el único consejero de esa escuela y quien para ese punto había solo visto una mosca, regresó a la realidad al escuchar su nombre.
Estaba a punto de refutar, cuando un espantoso estallido golpeó las ventanas y un escalofrío recorrió los cuerpos de cada uno. En cuestión de pasos, estudiantes, veían un conjunto pequeño de vidrios rotos proveniente de una habitación del segundo piso y aun lado, Talia, Jessica y Lucia.
La joven de trenza tenía sus manos en la cara muy avergonzada con una enorme presión en su estómago y culpa por traer su experimento.
Sintió miles de miradas sobre ella, pero ninguna peor que la superiora y sus palabras "castigada".
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AVANCE:
Su mente se quedó en blanco, mientras sus uñas se enterraban en la tierra y sus pupilas se dilataban en el ardor atentó contra la boca de la pistola que esa máscara amarilla apuntaba.
« Enserio, soy un idiota » penso Theo.