El rostro de la mujer estaba demacrado. Su lustroso pelo rojo estaba reseco y sus ojos, como joyas, habían perdido su brillo. La suave piel se volvió áspera y los sensuales labios se agrietaron como un árbol de invierno.
Atrás quedaba el glamour de la sociedad imperial, sustituido por la sordidez de la muerte. Una vez más llegó el dolor.
Esta vez supo que su vida había terminado. Un hombre apareció en su mente.
Un hombre al que amaba entrañablemente, un hombre al que odiaba tanto que incluso ahora su corazón tiembla de resentimiento y dolor.
En sus últimos momentos, rezó con fervor.
"Espero no amarte nunca en mi próxima vida....".