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Alpha y Omega. Destino o Fatalidad.

🇨🇺DahlyZern
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Synopsis
“Un error puede cambiarte la vida.” Mi error no fue tan grave, ni tan trascendental. Aun así, basto para cambiar todo cuanto sabía y conocía de la vida. Desenterrar un pasado llenó de verdades oscuras. Arrancar las falsas mascaras de familiaridad. Alejarme de manos sucias y codiciosas. Y caer directamente en sus manos. Que van a encontrar en esta historia. Una dulce historia de amor y familia con muchas escenas candentes. A manos de un sexi hombre alfa con un exterior frio y un aura inaccesible, pero con un interior caliente, tierno y pervertido. Una joven mujer que comienza a descubrir como pararse en sus propios pies a pesar del afán proteccionista de su alfa y las maquinaciones de una familia conflictiva.
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Chapter 1 - Capitulo 1: Fatalidad.

Sin importar qué, mi día siempre empezaba de la misma manera.

—No olvides tu dosis de la tarde— Madre habló desde su lugar en la mesa.

Cada mañana y sin importar qué, todos nos reuníamos alrededor de la mesa para compartir la primera comida. Padre en la cabecera, como cabeza familiar del poderoso y prestigioso Grupo Redfield, madre a su derecha, Rhys –mi hermano mayor- a la izquierda de padre y por último yo a continuación de madre. Todos eran altos y rubios de ojos castaños claros en tanto yo era morena y difícilmente llegaba a una estatura media.

Soy la hija menor de la familia Redfield, un prestigioso y poderoso clan beta dueño del Grupo Redfield. El Grupo tiene sus largas garras metidas en todas las esferas de Rhaven, una de las más grandes ciudades en el Viejo Mundo.

Fue a mediados del siglo XIX, cuando un nuevo factor evolutivo apareció en el genoma humano y todos los científicos del mundo se lanzaron sobre este como perros de caza tras un ganso.

Un tiempo después y mediante de una serie de ensayos e investigaciones el nuevo factor fue conocido como factor-D o "factor Dominiun" no solo alteró la estructura genética del ADN humano, sino que también se expresó activamente en su fenotípico.

A partir de los diversos estudios realizados el factor-D fue clasificado en tres clases y desde entonces, el mundo dejo de estar dividido entre ricos y pobres, ahora las nuevas clases sociales son:

Alpha, beta y omega.

Y como con todas las evoluciones, el mundo cambió y las revoluciones sociales no se hicieron de esperar. Las antiguas naciones desaparecieron una detrás de otras, dejando a otros en su lugar. El Viejo Mundo, el Nuevo Mundo y el Medio Oriente son tan solo algunas de estas.

—¿Megan? — parpadeé y devolví mi atención al presente.

—Lo haré, no te preocupes tanto, madre— no pude evitar murmurar.

Katalina Redfield, bajó lenta y cuidadosamente sus cubiertos y me lanzó una mirada de cuatro decibeles, si llegaba a diez, estaría en serios problemas.

—¡Megan Redfield! ¡no te atrevas a decirme que hacer! — exclamó por lo bajo con frialdad.

Mi columna vertebral se envaró.

—Perdón, señora— murmuré, bajando mi cabeza en sumisión.

Madre podría no ser una alpha, pero los imitaba a la perfección.

Rhys me lanzó una sonrisa de compasión e hice un puchero. Su sonrisa se amplió y terminé por sacarle la lengua.

…Idiota… Vocalizó en mi dirección.

Fruncí el ceño y seguí desayunando.

—¿Tomaste tu medicamento de la mañana? — madre preguntó después de un rato.

Quise suspirar, pero contuve el impulso.

—Si— respondí por hábito.

De niña solía ser bastante sana, pero cuando entré en la adolescencia me enfermé con una rara e inexplicable enfermedad. De no ser por los cuantiosos recursos de la Familia, dios sabe que habría sucedido conmigo. Fui atendida por los mejores médicos e investigadores que el dinero pudiese comprar y luego de una serie pruebas y ensayos, recibí el tratamiento indicado. Por esta única razón desde entonces me he visto obligada a tomar una píldora en la mañana, una en la tarde y otra en la noche.

—Bien.

Y sabía que esa era toda la atención que me daría por el día de hoy.

Madre volteó en dirección de Rhys, su semblante se suavizó y dulcificó al instante cuando comenzó a platicar con él.

Concentré mi atención en terminar mi desayuno, sin sentirme molesta o irritada con la diferencia de tratamiento. Después de todo, Rhys era su hijo biológico en tanto yo solo era una niña de la calle que por alguna razón la familia decidió adoptar.

Hay veces en que ociosamente me preguntó el por qué tras mi adopción. No es como si Katalina fuese especialmente maternal conmigo por lo que un deseo irrefrenable por tener una niña no era, ni podía ser usado como justificación.

Aun así, yo estaba bien con eso.

¿Por qué no habría de estarlo? Si los Redfield no hubiesen tenido un arranque de compasión aun seguiría en el orfanato y viviendo en las calles del bajo mundo de Rhaven. Por el contrario, crecí con un techo sobre mi cabeza y deliciosa comida en mi estómago. Hoy en día asisto a una de las más prestigiosas Academias del Viejo Mundo y estoy a un paso de sacar mi título en Historia Mundial y Antigua e independizarme de la Familia.

A pesar de la frialdad de mis padres adoptivos para conmigo, no me faltó calor y afecto durante los últimos años. Rhys se encargó de llenar esa parte de mi crecimiento en particular.

—He terminado— me disculpé y abandoné el comedor cuando me dieron permiso.

Subí, trotando la gran escalera de mármol hasta el segundo piso y entré a mi habitación. Hice una breve visita al baño y lavé mis dientes, terminé rápidamente y tomé mi mochila en mi camino a la salida.

Me sorprendí cuando al abrir la puerta encontré a Rhys ante ella.

—¿Qué haces? — pregunté adelantándolo y cerrando mi habitación.

Rhys me siguió.

—¿Vas a la facultad? — preguntó sin responderme.

Miré por encima de mi hombro. Rhys era un β promedio, apuesto, pero sin la belleza de otro mundo de los alphas. Alto y rubio, agudos e inteligentes ojos castaño claro. Tenía un buen físico y era atractivo para la gran mayoría de las mujeres, cosa que exprimía a su favor con dedicación.

—Ajá— asentí y seguí mi camino.

Quizás por haber crecido con él, pero para mí tan solo era mi amado hermano mayor.

—Compartamos coche— propuso.

Asentí y en silencio bajamos. En nuestro camino de salida, pasamos primero por el gran comedor de la mansión y nos despedimos de madre y padre.

Cuando atravesamos el umbral principal, un Mercedes negro de último modelo esperaba por nosotros. Montamos en la parte de atrás y comencé a mirar por la ventana polarizada.

—¿A qué hora sales? — Rhys preguntó a mi lado.

—Hoy trabajo en el departamento, así que saldré tarde— Observé el reflejo de su rostro en el cristal. Su ceño se arrugó y una expresión oscura nadó sobre sus ojos castaños.

—Ese alpha trabaja ahí, ¿verdad? — su voz goteaba veneno.

Actualmente, había un único alpha trabajando en toda la facultad de Letras y artes liberales de la Academia. Un hombre serio y con un aura inaccesible. Quien era también y en comparación con el β a mi lado sustancialmente más pobre. Un caso atípico y único para un alpha.

El atractivo magnetismo propio de un alfa más el velo de misterio absoluto se juntaban entorno a él, convirtiéndolo en el objetivo preferido de todos para polemizar y chismear.

Porque después de todo… ¿Quién ha visto a un alpha de clase media?

Sin embargo, todos coincidíamos en una única opinión. Sus circunstancias sociales eran por su propia voluntad y no por falta de oportunidades reales. Aun así, su trabajo como profesor lo establecía firmemente y desde un sentido monetario en un escalón inferior.

Cientos de años atrás habría importado y marcado la diferencia, en la nueva era sin importar qué tan pobre sea el alpha o qué tan rico sea el β, será el β quien siempre baje su cabeza en sumisión ante el alpha.

Hecho que irritaba de sobremanera a la Familia en general y a Rhys en particular.

—El Sr Gray es el jefe de la cátedra de Historia. — Asentí y me encogí de hombros.

—No pases mucho tiempo con él, ¿entendido? — Parpadeé ante el tono demandante en su voz.

Un poco difícil puesto que soy su ayudante.

—Lo siento— carraspeó disculpándose, aunque no sonaba arrepentido.

Le di un último vistazo y continuamos el resto del camino en silencio.

Un tiempo después llegamos a la Academia, tomé mis cosas y me despedí de Rhys, quien aún continuaba huraño. Observé al auto seguir su camino hasta su próximo destino. Rhys estaba en la facultad de Economía en tanto yo asistía a la de Ciencias Sociales.

Me dirigí a mi facultad. Estaba cursando mi tercer año de estudio, dos años más y obtendría mi grado en Historia Mundial y Antigua. Vivir con la familia no estaba del todo mal, pero aun así yo quería independizarme en el menor tiempo posible. Conseguir un buen trabajo, un lugar para vivir y crear mi propia familia.

Lo normal.

Asistí a mis clases de la mañana y pasado el mediodía, estaba en la cafetería tomando un almuerzo en compañía de mis compañeros de clase.

Puntualmente a la 1:00 pm mi móvil de pulsera vibró, recordándome mi medicamento. Obedientemente, saqué mi siguiente dosis de la mochila y cuando me disponía a tragarla...

—¿Qué es eso? — preguntó curiosa una de mis compañeras de clase.

Uno de mis mayores defectos es una memoria distraída y con tendencia al olvido, razón por la que realmente no podía recordar el nombre de esta compañera en particular.

—Medicamento para la alergia— respondí a la ligera.

—¿Puedo verlo de cerca? Me recuerda a algo más— solicitó.

Me encogí de hombros.

—Está bien. — Acepté y le pasé la pequeña píldora.

La chica la tomó de mis manos y comenzó a estudiarla con atención, sacudió varias veces la cabeza y murmuró para sí misma. En el lapsus de tiempo que le tomo darse por vencida terminé mi almuerzo. Justo cuando me pasaba la píldora nuevamente…

La desgracia golpeó.

En cámara lenta vi al par de chicos chocar contra nosotras, conmocionada contemplé el vuelo de la píldora lejos de su mano. La píldora describió un arco en caída libre y cayó al suelo justo debajo de la suela del zapato de otro estudiante.

Y plaff ahí quedo.

Mis tres compañeras de clase y yo observamos la escena congeladas en nuestros lugares.

Helen.

En ese momento recordé su nombre.

Helen me miró con desazón y vergüenza. También se disculpó una infinitud de veces y como si no hubiese un mañana.

Quince minutos después conseguí quitármela de arriba. Para eso fue necesario una buena cantidad frases tranquilizadoras y argumentos reconfortantes.

Recogí todas mis cosas y corrí en dirección del departamento. Llegué jadeando, abrí la puerta y entré.

—Llegas tarde. — Miré al dueño de tan fría voz.

Joshua Gray o simplemente Gray. Era un hombre joven y apuesto de facciones finas y una belleza física de otro mundo.

Su cabello era castaño y lo llevaba corto y lizo sobre su rostro. Sus ojos por otra parte eran afilados, de color humo y con una perpetua e indiferente expresión fría en ellos.

Su cuerpo era delgado y esbelto, pero había pasado el tiempo suficiente trabajando a su lado como para percibir la promesa de fuertes y atractivos músculos debajo de su camisa.

Su espalda era ancha, su cintura estrecha y sus piernas kilométricas, haciéndolo ver más alto que sus ciento noventa centímetros reales.

Sentí mis orejas arder, tosí y desvié la mirada. No soy tan susceptible como otras chicas a este alpha, pero aun así y de vez en vez me cogía con la guardia baja.

—No. No lo hice. — Apunté al reloj en la pared tras él.

Su expresión fría e indiferente no cambió ni un ápice, ni siquiera echó un vistazo al reloj. Si no estuviera tan acostumbrada a sus maneras, me ofendería con toda seguridad, pero he sido su ayudante el tiempo suficiente como para acostumbrarme.

Sin esperar más, tomé asiento y coloqué mis cosas sobre el escritorio continuo al suyo. Saqué mi portátil y lo encendí, al segundo mi bandeja de entrada se llenó de trabajo procedente de Gray.

Trabajamos en silencio como de costumbre.

Diez minutos después hice un alto sobre el teclado, tiré del cuello de mi camisa abriendo el primer botón, comenzando a sentirme un poco sofocada. Maldije en silencio a la Academia, pensando que había un problema con la climatización.

Esa fue tan solo la primera de mis molestias de esa tarde.

Rasqué un poco mi cuero cabelludo, sentía como una irritante comezón comenzaba a crispar mi piel. Por el rabillo del ojo vi a Gray dar una profunda inhalación. Lo ignoré y seguí trabajando.

—¿Tú? — Parpadeé extrañada en su dirección.

Por norma general solemos trabajar en un silencio absoluto.

—¿Hmp? — arqueé una ceja interrogante.

—¿Cambiaste tu perfume? — Mi expresión se torció de asombro.

—No— murmuré.

Eso me tomó por sorpresa, no imaginaba que sería consciente de otras personas y menos de mí.

—¿Estás segura? — insistió.

Asentí.

Gray respiró hondo y devolvió su atención al monitor de su portátil. Durante un segundo lo miré, mi expresión tan perpleja como antes. Di una rápida olfateada al cuello de mi camisa e inhalé.

Nop. Nada inusual.

Sacudí la cabeza en negación e imité sus acciones, muy pronto yo también me sumergí devuelta en mi trabajo. El ambiente quedó en silencio con la única excepción del sonido de las teclas al ser pulsadas.

Terminaba de revisar un ensayo de historia evolutiva cuando una oleada de calor me golpeó. Aparté el portátil fuera de mi camino y me encorvé sobre el escritorio. Jadeé sin aliento, mi sangre ardió y un molesto calor se instaló en mi vientre. Apreté los muslos y me removí inquieta en tanto abanicaba mi rostro sudoroso.

En medio de una bruma escuché el chirrido de una silla al arrastrarse, seguido por el sonido de pasos.

—¿Estás bien? ¿tienes fiebre? — Alcé la vista cuando una fría mano se apoyó en mi frente.

Con el tacto de piel contra piel, mi sangre literalmente explotó. Me sentí envuelta por una espiral de fuego y calor, mi mente tropezó y sentí algo cambiar, no cambiar, más bien florecer en mi interior.

Gray inhaló una brusca respiración como si en vez de por la nariz hubiese estado respirando por la boca hasta ese momento.

Sus ojos brillaron con un calor confundido y…

—Omega. — Sus finos y mordisqueables labios susurraron atónitos.

Mi mente enfebrecida apenas registró sus palabras.

Jadeé y tiré de su corbata hacia mí, poniéndome en pie y encontrándolo en el camino. Mordí su boca y lamí su labio, sentí su gemido contra mis labios. Mi corazón tronó y se saltó un paso.

—Gray. — Gemí bajo en mi garganta y seguí besándolo con desesperación.

Necesitaba algo. Mi cuerpo se estaba quemando lentamente en desesperación.

Tiré más fuerte de su corbata y lo empujé sobre el escritorio. Antes de darme cuenta ya estaba sentada sobre sus caderas, mi centro ardiente frotándose contra el bulto en sus pantalones.

Clack…

Los botones de su camisa saltaron cuando de un tirón rasgué esta, revelando una deliciosa piel dorada de paso. Tragué saliva.

—Espera. — Su voz ordenó, en un tono ronco y sexi, que hacía bullir mi sangre.

Algo en mí se retorció queriendo obedecer, pero el calor quemó cualquier deseo de ser obediente. Negué con la cabeza y me incliné sobre él, olfateandeando el más maravilloso aroma. Olía a chocolate y wiski.

¿Cómo nunca me di cuenta que olía como mi postre favorito?

—Espera, Megan. Tú no quieres esto. — Murmuró sin aliento.

¿Qué no lo quiero? Me muero por ello de hecho. Lamí lentamente su cuello y mordisqueé su clavícula.

Hmmm. Delicioso.

Inspiró bruscamente y soltó un bajo gruñido que era mitad gemido mitad quejido. Gray sujetó mis manos tras mi espalda, mi cuerpo apoyado sobre su pecho desnudo. —Megan. — Él trató de razonar con la irrazonable y acalorada yo. —Es a causa del celo que estas enloqueciendo.

¿Celo?

Mi mente lo pensó por un segundo, pero fue rápidamente distraída por la visión de un pezón masculino. Me abalancé a por él y lo mordí, el gran cuerpo bajo mi se estremeció, sus manos apretaron incontrolablemente mis muñecas y un latigazo de dolor me recorrió.

Aun así, no me importó, metí el pezón en mi boca y chupé, alternando lamidas y mordidas sucesivamente.

Una de sus manos se deslizó por mi brazo en tanto la otra mantenía con facilidad juntas mis dos muñecas. Esa mano ascendió por mi hombro y se deslizo por mi cuello. Me estremecí y un gemido de placer se me escapó. Ni siquiera estábamos piel contra piel, no quería ni imaginar cómo sería sin nada entre los dos.

Lo consideré por un segundo.

En realidad, sí quiero.

—Mierda. — Maldijo, alcé la cabeza y me observé en esos ojos por lo general fríos e indiferentes ante la vida que ahora quemaban con calor.

Parpadeé ante lo que vi en ellos.

Mis ojos eran lánguidos y sensuales con una expresión de confusión, miedo y deseo en ellos.

Él me miró a su vez.

—¿Es tu primer celo? — Preguntó, soltó mis muñecas y sentí sus manos acariciar mi cuerpo, el calor traspasó la fina tela de mi camisa y me estremecí con placer.

—¿Celo? — No soy una omega ¿Cómo podría pasar por un celo? O ¿acaso no lo sabe?

—Soy una beta. — Jadeé

Maldijo una vez más, y una pequeña parte cuerda de mi pensó que era la primera vez que lo veía perder el control. Por alguna razón me gustó verlo así.

Lo mordí una vez más y él gimió, mi cuello picó con anhelo.

—Escúchame. Estás atravesando tu primer celo, ¿me entiendes?

Me retorcí sobre él, buscando un poco más de esa placentera fricción. Una mano cayó sobre mi trasero y gemí en silencio.

—Préstame atención, Megan — demandó, su voz ronca.

Lo miré.

—Eres una omega, Megan.

…No. No lo soy… Quería gritar, pero mi cerebro y boca no cooperaban. El calor aumento un par de grados más. Mierda, siento que estoy quemándome viva.

Me incorporé, aun firmemente sentada sobre su erección y antes de que él se lo esperará, saqué mi polo azul por encima de mi cabeza. Mis pechos quedaron a la vista únicamente protegidos por la fina tela blanca del sujetador.

Gray se estremeció. Sus ojos se calentaron y oscurecieron de excitación.

—Mierda. — Fue lo último coherente que dijo.

Escuché un sonido de rasgado y una fría brisa sopló sobre mis pechos redondeados cuando mi sujetador fue despedazado. Grandes y fuertes manos se deslizaron por mi torso y hasta mis senos. Me estremecí. Firmes dedos tiraron de mis pezones enhiestos, arrancándome un gemido sorprendido.

Gray se incorporó sobre el escritorio y tiró de mi más cerca. Mis pechos cayeron directamente frente a su rostro, entrecerró los ojos en mi dirección y succionó uno. Chupó con fuerza. Me arqueé atrás cuando la más maravillosa sensación llenó mi cuerpo. Gemí fuerte y una mano se deslizó sobre mis labios, amordazándome con efectividad.

Él torturó y jugó con ambos senos sin rastro de piedad alguna, alternando mordidas, lamidas y succiones sucesivamente entre ambos. Con cada tirón o lamida de esa malvada lengua una deliciosa sensación de algo se construía lentamente en mi núcleo. Tensión llenó mi vientre, mis músculos se contrajeron y espasmos de placer me sacudieron. Mi visión nadó y chiribitas estallaron ante mis parpados cerrados.

Mi cuerpo se aflojó y olí en el aire un aroma diferente. Tan bien, tan placentero, pero aún insuficiente. Faltaba algo. Mi instinto me decía que faltaba algo.

—P-por f-favor. — Gemí cuando mi boca fue liberada.

Su aliento calentó la piel de mi pecho desnudo y escalofríos corrieron por mi piel. Sentí una mano deslizarse por mi espalda, rodar por mi trasero y deslizarse más allá de mi falda, hasta mi núcleo. Sus dedos se deslizaron abriéndome.

Temblé.

—Estás lista. — Respiró en mi oído. Su voz provocando estallidos de emoción en mi sangre.

Me sentí ingrávida durante un segundo y al siguiente Gray me cargaba, confusa lo miré y fui devorada por esos ojos grises.

Gray me dejó caer sobre un gran sofá en una esquina de la oficina. Sentí frío durante un segundo y luego sus manos estaban otra vez sobre mí. Me colocó sobre mis rodillas de cara a la pared. Escuché el sonido de un cinturón siendo abierto seguido por el de una cremallera.

Miré atrás y abrí los ojos. Mi mente velada por una bruma sensual y necesitada admiró la visión del hombre. Su camisa colgaba abierta sobre sus hombros y una mano sostenía su miembro erecto. Gray dio los últimos pasos entre los dos, desvié la mirada.

—Tranquila. — Se colocó tras de mí.

Mi espalda estaba contra su pecho, él abrió mis rodillas y entonces lo sentí caliente contra mi entrada. Su aliento abanicó mi nuca y temblé.

—Tranquila. — Volvió a susurrar en mi oído.

Una lenta lamida corrió por mi nuca y suspiré de placer. Mi corazón bombeó y mi sangre volvió a quemar.

—Gray. — Gemí.

—Shh. Tranquila Meg. Todo estará bien, te lo prometo—Un instinto desconocido, pero familiar me hizo creer en sus palabras.

Y entonces me mordió. Al mismo tiempo que sus dientes se enterraban en mi nuca desprotegida, su cuerpo envistió de una estocada en mi interior. Un rayo de placer/dolor me sacudió y mi mente se quedó en blanco por un segundo.

Me sentía tan llena, tan colmada de él, haciéndome creer que en cualquier momento estallaría. Era doloroso, pero las primeras veces siempre lo eran.

Gray se quedó quieto durante quien sabe que tiempo. Su respiración jadeante me abanicaba la piel con cada latido fuerte que su corazón daba. Luego de un tiempo comenzó a moverse en mi interior, con una lentas y profundas estocadas que con cada segundo pasado aumentaban en fuerza e intensidad.

Poco a poco un sentimiento de salvajismo creció y era transmitido por cada ondulación de sus caderas contra las mías, salvajismo que desmentían su usual carácter sosegado.

Una mano sujetó con fuerzas mi cadera en tanto la otra amasaba un pecho desprotegido, mientras que sus dientes permanecían fuertemente apretados sobre mi nuca.

Jadeé en sus brazos, la misma placentera sensación comenzaba a construirse con cada nueva y dura envestida en mi interior. Un poco después, montaba una ola suprema de placer con el sonido de mi nombre en sus labios. Me derrumbé sin fuerzas y un segundo después sentí a Gray ponerse rígido contra mí. Dio una última y potente estocada y se estremeció.

Parpadeé sin fuerzas, comenzando a perder el conocimiento.

Sentí la lengua de Gray lamer suavemente la herida de mi nuca. Suspiré y lo dejé hacer. El infierno en mi cuerpo remitía con lentitud al igual que mi consciencia.

Medio dormida, lo sentí deslizarse de mi interior y calor líquido corrió por mis muslos. Me abrazó en silencio, su respiración trabajosa y su corazón latía contra mi espalda. Lentamente nos deslizó a ambos sobre el sofá, conmigo acurrucada entre el espaldar y su cuerpo.

Respiré cansada y cuando empezaba a dormirme lo escuché murmurar.

—Bueno. Esto definitivamente no estaba en mis planes.

Ni en los míos quería decir, pero caí dormida en ese instante.