«Así que esa es la hija del Conde Montgomery», pensaba Jack mientras estaba recostado en el catre de la cama.
Se removió inquieto sobre el colchón ultra delgado de espuma sin saber cómo remediar el creciente dolor de espalda que estaba teniendo por estar acostado prácticamente en el suelo. Pero era ley: todas las noches entre él y sus amigos hacían una tirada de moneda para ver a quien le tocaba la única cama que había en él lugar… y a Charlie le había tocado la cama, a Jack y Olison (Oliver) dos de los catres y lo peor para Gerdy (Roger) a quién dormía en el armario con unas frazadas.
No había nada que hacer… era lo que tenían por el momento.
Como sea, mientras se debatía qué hacer con el dolor de espalda pensaba en cómo esa chica a quién le decían DeeDee (apodo bastante meloso para su gusto) había resultado ser la hija del Conde Montgomery, famoso aristócrata.
No le sorprendía en nada. Con el "le diré a mi papá" que ella le había lanzado no le sorprendía que fuera su hija. Jack no sabia nada de la realeza Anatolense, había nacido y crecido en una casa obrera y en Onicent, pero le convenia mantenerse alejado de ella, incluso de la calle de su casa.
Lo más lejos posible de esa chica.
Mientras divagaba, su mente intentaba pensar en Michelle y como convencerse a si mismo de que terminar lo corto que habían tenido era lo mejor, pero sin querer su hilo de ideas se adentraba en una chica de cabello marrón en cascada y ojos aguamarina. Demonios, ¿cómo había llegado siquiera a considerar hacer negocios con ella? Bueno, tampoco había sido como si él hubiera sabido antes que era ella y tampoco es como si él hubiera tenido el dinero en la mano como para hacer negocios en ese momento, pero había albergado el sueño y la esperanza.
Su mente se remontó a la primera vez que la vio y la primera vez en que interactuaron.
Fue un desastre.
Ellos dos, seres tan diferentes entre sí e irremediablemente similares ante el universo se encontraron por primera vez gracias al Ford rojo.
Si. Gracias al coche de Edith. Y es que en sus muchas jornadas laborales recorriendo las calles y juntando las bolsas de basura, Jack pasaba siempre por una determinada calle, y en esa calle siempre había aparcado un coche hermoso: un Ford rojo. Era precioso y Jack siempre soñaba con tener un coche así. Nunca había tenido nada y por un momento, por solo un momento, Jack se permitió salir de su carencia para soñar.
En una de sus jornadas laborales se decidió a ir a tocar el timbre de ese chalet lujoso y preguntar al dueño del coche cuánto le pediría por el Ford.
Algo bastante tonto dadas las circunstancias, pero no lo suficientemente tonto para él, por lo menos en ese momento.
Esperó a terminar de trabajar. Se duchó muy bien en el baño de la pensión y se quitó la mugre para eliminar cualquier rastro de olor a basura. Debía estar muy presentable para hablar en ese chalet, quería verse bien. Se puso su ropa más limpia. Y salió.
Estaba tranquilo, confiado. Hizo todo el trecho de la pensión hasta el chalet practicando lo que iba a decir… Pensaba decir que se llamaba Jack Wembley y que muchas veces había pasado por el lugar y no había podido ignorar el hermoso Ford rojo que se estacionaba siempre fuera del chalet. Iba a decirle a la persona que él era un simple recolector de basura y que no tenía el dinero suficiente al momento pero que quería saber, si en algún momento existiera la posibilidad para él de comprar, si estaría dispuesto a venderle el coche y a cuánto.
Así, practicaba todo lo que iba a decirle al dueño, solo esperaba no asustarse con el número que le dijera, aunque sabía que sería muy caro ya que era un coche muy lujoso.
Espera… no importaba. El dinero que fuera, él lo tendría en algún momento.
Llegó a la puerta del chalet, se secó el sudor de las manos en la chaqueta verde y tocó el timbre labrado de bronce. Que lujo…
Al poco rato salió una chica rubia que lo miró de arriba a abajo…
—¿Sí? ¿Qué necesitas?
Jack había perdido un poco la confianza que había mantenido en el trayecto, pero se recompuso.
—Buenas noches. Soy Jack y quisiera hablar con el dueño de ese coche Ford, por favor —dijo señalando el coche en la acera.
Jack pudo ver el fugaz desconcierto en el rostro de la chica, pero ésta se limitó a sonreírle.
—Espera un momento.
La chica entró y cerró la puerta, dejándolo esperar. Hasta que, al cabo de un rato una chica apareció desde el marco de la puerta, cortando todos los pensamientos de Jack.
Dejándolo sin palabras ni pensamientos.
Dejándolo parado firmemente en el suelo, con el corazón parado y con el pensamiento entre las nubes.
La chica que apareció desde la puerta del chalet y ante sus estupefactos ojos era preciosa. Simplemente hermosa.
Un cabello reluciente marrón le caía en cascada hasta la cintura y unos ojos aguamarina brillantes lo miraban, contrariados. Una nariz respingona, rubicunda y con una figura de lo más atractiva, Jack se dio cuenta de que esa era la mujer de sus sueños. La había vuelto a la vida.
Se quedó mirándola embobado, sin decir nada y sin dejar de mirarla.
Era hermosa, como una estrella brillante en el cielo. En lo alto. Cada parte visible de ella era perfecta y perfectamente besable. Demasiado besable. Se sonrojó instantáneamente, ya quisiera él besar unos labios como los de esa chica.
La atracción fue completamente inmediata.
La chica se lo quedó mirando durante un rato a él también, y por unos segundos celestiales y perfectos en la mente de Jack fue posible la idea de que ella se hubiera quedado tan prendida de él como él de ella, que estaba fascinado.
Sintió como si dos imanes se hubieran encontrado.
—Disculpa… —rompió el hielo la chica— Me dijeron que vienes por mi auto.
Eso bastó para despertar a Jack de su sueño. Cuando se dispuso a explicarse, a decir quien era y empezar con su discurso, la chica continuó sin dejarlo empezar siquiera.
—Mira, no se qué amigo de mi hermano seas, pero realmente no voy a prestarte mi auto ni a vendértelo.
El discurso de Jack se fue al traste y su humor se fue al suelo.
—Yo no… —intentó explicarse Jack, pero la chica no le dio ni una sola oportunidad.
—No, por favor. Estoy cansada de que me toquen el timbre por el coche. Es mío y no lo voy a vender ni prestar. Así que, si me disculpas, tengo cosas que necesito terminar. Buenas noches —dijo, y le cerró la puerta en el rostro.
Jack se quedó desencajado. No solamente no había salido como esperaba, sino que se había quedado con la baba en la cara mientras esa mujer lo despachaba sin siquiera dejarlo decir su nombre.
Jack se sintió humillado… pero ya estaba acostumbrado.
Toda la maravilla que sintió por la hermosa mujer, se deshizo en una marea de desilusión. Era una mujer cruel, y en ese momento Jack se dio cuenta de que esa mujer sería su perdición. Ni siquiera supo por qué, pero tuvo esa sensación inexplicable.
Mientras volvía por la calle hacia la pensión, con las manos en los bolsillos, cabizbajo, nervioso y avergonzado por alguna extraña razón como un muchacho enamorado, humillado y adolorido en su ego, se juró a si mismo que nadie más le cerraría la puerta en el rostro.
En el futuro, la gente lo respetaría, nadie más lo lastimaría como esa chica hermosa e hiriente, como esa rosa con espinas.