"¡No! ¡No! Yo no perdí. ¡No perdí!"
"¿Estás seguro de eso?". Infirió Dae en tono burlesco. "¿Por qué no lo miras por ti mismo entonces?"
Dae se apartó unos pasos y le concedió espacio suficiente para que contemplara lo que había sido de sus preciados amigos. Así Hyno fue testigo del cuerpo sin vida de sus camaradas esparcidos por el salón del trono, y a los guardias secretos custodiando firmemente al emperador.
No había quedado ni un revolucionario en pie. La sangre había manchado el suelo del salón, las decoraciones y paredes.
El pecho de Hyno se contrajo. Comenzó a tener dificultades para respirar.
"No…no…no puede ser…Esto no puede estar pasando"
La puerta del salón se abrió de repente. Pasos potentes y seguros resonaron por el lugar, donde solamente se escuchaban los lamentos de Hyno.
Un hombre ingresó y avanzó hacia Dae. No se molestó en presentarle sus respetos al emperador, sino que simplemente se acercó hasta el joven y lo abrazó con ternura.
Dae acarició la espalda de su hombre.
"¿Terminaste?"
"Si. Los alfas de la capital ya están curados"
Hyno pareció ser alcanzado por un rayo. Esa revelación lo acercó al barranco de la desesperación, haciendo que su cuerpo temblara con locura. ¿Le estaban diciendo que habían contrarrestado su droga? ¿Droga por la que había pasado incontables años desarrollando?
No. No podía ser cierto.
"¡Mientes!". Hyno se negaba a creerlo. Aunque más que negarse, era lo único que podía hacer para no caer en la completa locura y desesperanza. "No hay forma de que mi droga sea neutralizada"
Seiju lo observó con desdén. Por culpa de esta persona su bebé había pasado varios días ocupado.
"Velo por ti mismo"
Seiju dio la orden y su séquito de soldados ingresó al salón. Abarrotaron el espacio, mostrando su porte y característica de alfa dominante. Se mantenían firmes en su posición y completamente orgullosos.
Hyno estaba aterrorizado. Tantos alfas y ninguno estaba enloquecido. Pese a que un omega estaba delante de ellos, se mantenían calmados y cuerdos. ¿En verdad su droga ya no era efectiva?
Hyno inclinó la cabeza abatido. Había perdido. Ciertamente había perdido.
"Dime". Le preguntó Dae. "¿Qué se siente perder contra los genes que más detestas?"
El cuerpo de Hyno se estremeció. Empezó a temblar; aunque no tenía en claro si se trataba de miedo o de ira. Sus emociones estaban hechas un desastre, al igual que su mente. Los sonidos zumbaban y su alrededor estaba borroso.
"No te preocupes si no puedes contestarme ahora. Tendrás mucho tiempo para reflexionar mientras los alfas y omegas que tanto aborreces siguen reinando este mundo"
"Llévenselo"
Ordenó Seiju sin ceremonias. Dos soldados avanzaron y sujetaron a Hyno de cada brazo. Lo arrastraron hacia la cárcel; lugar que se convertiría en su nuevo hogar.
Dae no pensaba acabar con su vida todavía. Lo haría lamentarse y ser testigo de cómo sus preciados enemigos vivían sin problemas. Ese sería su mayor castigo y tortura.
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La situación del país no mejoró de la noche a la mañana. Requirió del trabajo incansable de médicos, sirvientes, soldados y funcionarios para poder preparar la medicina y distribuirla uniformemente por el territorio.
Los príncipes recibieron la tarea de recorrer las distintas ciudades y asegurarse de que los alfas regresaran a la normalidad. Al mismo tiempo, se abrieron centros de rescate y ayuda para las víctimas que habían quedado huérfanas, desamparadas o directamente lo habían perdido todo a causa del incidente.
Tame acompañó a los soldados y se cercioró de que la familia de Dae fuera atendida. Los familiares de Dae recuperaron la razón, pero no pudieron evitar lamentarse por lo que habían hecho. Su preciada familia había sido destruida por sus propias manos. Eso les rompió el corazón y por poco cayeron en la desesperación.
Su única luz fue Dae. Cuando se enteraron de que estaba sano y salvo en la capital, acudieron de manera inmediata. Lo abrazaron con fuerza y derramaron lágrimas de arrepentimiento. Los "perdón" nunca dejaron de salir de su boca.
Dae acarició sus espaldas con suavidad y constancia. Los consoló como pudo, a pesar de que el personaje original ya no estaba en estos momentos. Pero él sabía que no los culpaba. El verdadero Dae no los odiaba por lo sucedido, sino que deseaba que fueran felices y no se castigaran por sus actos.
Dae intentó transmitirles este sentimiento, expresando su cariño y comprensión.
Seiju contempló la escena familiar a un costado. Esperó y esperó, hasta que no pudo resistirse y liberó a su bebé de las garras de esos alfas. Ya lo habían abrazado lo suficiente.
Dae tuvo un ligero deja vú por el que sintió dolor de cabeza. Su hombre no cambiaba a pesar de la época.
"¿Qué crees que estás haciendo? Aleja tus sucias manos de mi tesoro"
El padre de Dae secó sus lágrimas y arremetió contra Seiju. Trató de propinarle un golpe en el rostro, que él ni siquiera se molestó en esquivar. Sigo besando la mejilla de Dae y frotando contra su cuerpo. No podía importarle menos la presencia de su suegro y cuñado.
"¿Para cuando está pactada la boda?"
"¡Kimon! ¿Pero qué dices?"
El hermano observaba la escena tranquilo. Él comprendía mejor que nadie la importancia que ese hombre tenía en el corazón de su pequeño hermano. Dae lucía relajado y seguro a su lado. Su rostro estaba iluminado y alegre. No podía ir en contra de eso.
"Será dentro de un mes. Los preparativos ya están en marcha"
"¿En un mes? ¡No sueñes! No aceptaré ese matrimonio. Mi pequeño no se casará con alguien como tu"
Dae suspiró ante la negativa insistente de su padre. Podía decir que el curandero del anterior mundo era un poroto a su lado. ¿Por qué les resultaba tan complicado entregar la mano de su hijo?
"Estoy marcado papá. Ya somos pareja y no podemos deshacer eso"
Dae trató de calmar las aguas, pero nunca esperó que sus palabras provocaran todo lo contrario. Su padre pegó el grito en el cielo y hasta apuntó a Seiju con su espada.
"¡Bestia! Te atreviste a marcar a mi hijo. Te mataré. ¡Te juro que te mataré!"
Kimon masajeó su frente y suspiró ante la actitud sin sentido de su padre. Enseguida lo tomó por el cuello y lo arrastró hasta la salida de la mansión. El hombre seguía gritando y retorciéndose, pero no era nada por lo que la pareja debiera preocuparse.
Dae decidió ignorar el suceso y Seiju simplemente se distrajo acariciando a su bebé. Lo que debían hacer a continuación no iba a cambiar hubiera alguien en contra o no. La boda iba a ocurrir, o al menos el casamiento número 5 de Dae.
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Un año después, el país había recuperado su esplendor y cotidianeidad. La locura de los alfas había quedado como un evento aterrador y devastador que nadie quería recordar. Los pueblerinos preferían enfocarse en trabajar y tratar de salir adelante antes que lamentarse por lo acontecido.
Lo mismo aplicaba para la familia de Dae. Tras la boda de su pequeño, decidieron instalarse en la capital y contribuir en la recuperación y el crecimiento del territorio. No querían perder su tiempo en lamentos y recuerdos dolorosos.
Dae estaba contento con su forma de actuar. Le reconfortaba saber que no iban a sucumbir a su pasado, sino que iban a luchar por su futuro. Futuro que prometía ser brillante y alegre.
Aunque esas palabras no parecían aplicarse para él en estos momentos. Dae acarició su vientre y trató de reprimir el sentimiento que brotaba en su corazón.
Más de una vez se había repetido que era por su bien, pero no podía evitar dudar de su decisión. ¿En verdad estaba haciendo lo correcto?
Cerró los ojos con fuerza y trató de calmarse.
Varios funcionarios habían manifestado cierta preocupación por la familia del primer ministro. Se había casado con un tierno omega, pero meses habían transcurrido desde entonces y no había señales de herederos. Se preguntaban si su cuerpo no estaba en condiciones para engendrar.
Dae no podía acallar esas voces e intentaba no molestarse, ya que era consciente de que no podía tener hijos. En realidad, estaba consumiendo anticonceptivos para evitar quedar embarazado. Estaba empleando los mismos métodos que en el mundo anterior.
Creyó que sería más sencillo afrontarlo en este plano. Como ya había experimentado la falta de descendencia, pensó que no sería una lucha interna complicada pero el fuerte deseo que cargaba en su interior le ponía las cosas difíciles.
Añoraba tener un hijo que combinara lo mejor de ambos. Sería el fruto de su amor.
´Pero no´, se repitió a sí mismo. No podía darse el lujo de tener un hijo al que nunca más podría volver a ver y que se convertiría en un personaje. Sería un peón de esos dioses, siendo obligado a sufrir la asquerosa historia de este tiempo.
Dae no quería eso y de ahí su tajante decisión. No importaba si su cuerpo podía quedar embarazado o no, él no se convertiría en padre a menos que tuviera una forma de llevarse a su pequeño consigo.
Sumido en sus pensamientos, Dae no se percató de la llegada de Seiju. Él contempló a su pareja preocupada y abatida, dándose cuenta rápidamente de lo que lo mantenía inquieto.
Seiju juró reprender a sus subordinados y funcionarios luego. Él no quería que su bebé se preocupara por estas cosas. Para él, hijos o no, no le importaba. Solo quería tenerlo en sus brazos y pasar el resto de su vida con él.
Seiju lo abrazó por detrás y besó su nuca. Dae se estremeció ante el contacto repentino y un calor brotó de esa zona que habían acariciado esos labios carnosos y suaves.
"No te preocupes amor". Le dijo. "No necesito herederos. Si te tengo a ti, nada más importa"
Dae se recostó contra su pecho y entrelazó los dedos de su mano. Se dejó llevar por el calor que emanaba el cuerpo de su hombre, tratando de borrar esos sentimientos e ideas que lo aprisionaban.
Seiju estaba en lo cierto. La presencia del otro era lo más valioso que tenían. Siempre que estuvieran juntos, podrían hacerle frente a la soledad y el desánimo.
Dae debía ser valiente y confiar en que, muy pronto, podrían estar unidos sin interrupciones ni peligros. Cuando esos dioses fueran erradicados, ya tendrían tiempo suficiente para tener uno, dos o veinte hijos.
Debía ser paciente. El día en que su estómago estaría inflado, con un diminuto ser retorciéndose en su interior, no estaría lejos. Se iba a encargar de que eso fuera así.