Gritos, gruñidos y las estridentes pisadas de los caballos; hombres y mujeres tratando de encontrar un lugar seguro; el ejército revolucionario corriendo con salvajismo, excitación y sin importarle la situación actual.
Varios eran los ingredientes que decoraban el nada apetecible plato en el que se había tornado la capital. Del lujo y la ostentosidad, se había tornado en un lugar aterrador y caótico. Ya nadie quería acercarse a los límites de este sitio. Pero esta situación no tardaría pronto en cambiar.
Los alfas enloquecidos contemplaron a los betas que habían arribado a su territorio. Les concedieron una rápida mirada antes de perder el interés. No eran la presa que estaban buscando.
Hyno no perdió el tiempo en ellos. Escupió al costado del camino, tratando de borrar las náuseas que subían por su garganta.
"Repugnantes alfas"
Soltó con desdén, antes de continuar cabalgando hacia el palacio imperial. Su corazón latía de emoción y su sangre corría a toda velocidad por su torrente sanguíneo. Retrataba la ansiedad que sentía su portador al estar tan cerca de alcanzar su objetivo.
Sujetó las riendas del caballo con mayor firmeza. Sus dedos estrujaron la correa de cuero y sus piernas golpearon ligeramente el estómago del animal, indicándole que aumentara de velocidad.
Poco a poco, Hyno fue observando la puerta de entrada a lo lejos. Se trataba de un portón reluciente, bien cuidado y con detalles delicados. Denotaba el alto estatus que debían tener las personas que vivían detrás de ella.
Si. Sería el lugar perfecto para que él viviera luego.
Hyno sonrió y apuntó su arma hacia la puerta vacía. No había guardias custodiando ni sirvientes bloqueándoles el paso. Hyno suponía que habían entrado en pánico a causa de la revuelta alfa.
El ejército revolucionario irrumpió con brusquedad. La puerta se abrió de golpe y dejó al descubierto el elegante palacio y sus caminos únicamente fabricados para el paseo de la realeza.
Con un ademán de mano, Hyno le ordenó a su grupo que siguieran avanzando. Se encaminaron hacia el centro del palacio, donde yacía el tan ansiado trono del emperador. Hyno pensaba sentarse y así apoderarse de todo lo que debía pertenecerle por ser de un gen superior.
Sus ojos ardían de pasión y su respiración era agitada. Las ansias habían derrotado su corazón, haciéndole perder la calma y el raciocinio. Hyno, sin quererlo y sin saberlo, se había transformado en uno más de esos alfas que perdieron toda capacidad de razonamiento. Al fin y al cabo, uno termina convirtiéndose en lo que más detesta.
Los demás betas comenzaron a sospechar. A diferencia de Hyno, se percataron de la extrañeza del palacio ya que no se podían observar personas por los alrededores. El lugar parecía estar desierto, lo que claramente no tenía sentido.
Por más asustados que estuvieran los eunucos y los sirvientes, ¿sería posible que evacuaran tan rápidamente?
Intentaron expresarle sus dudas, pero él ni siquiera los escuchó. La codicia y el odio lo habían enceguecido sin retorno.
Hyno arribó hasta las escaleras que conducían hacia la sala del trono. Detuvo su caballo y descendió de un salto. Corrió por los escalones marmolados y cubiertos por una tela rojiza brillante. Sus pisadas eran potentes y firmes, acercándose cada vez más hasta la cima y en dirección a la sala.
Los betas lo acompañaron. Estacionaron sus caballos y lo siguieron con confianza pero incertidumbre al mismo tiempo. Todo era demasiado fácil para ser verdad.
Hyno subió los últimos escalones y observó la puerta de la sala enfrente. La empujó con nerviosismo y ansiedad, permitiendo que una ranura se hiciera presente y mostrara lo que yacía en su interior.
Hyno esbozó una alegre sonrisa. No recordaba haber estado tan feliz nunca antes. Sin embargo, la siguiente escena lo arrojó a un pozo de desesperación y tormento. Su rostro se contrajo y sus manos comenzaron a temblar.
"Veo que tenemos invitados indeseados. ¿Qué cree que debemos hacer su majestad?"
Dae comentó con tono burlesco, mientras analizaba con detenimiento la abominación de los dioses. Tras largos meses, finalmente estaba delante del protagonista de este plano.
El emperador buscó una posición más cómoda en el trono y apoyó su espalda con cansancio. Acababa de recuperar la consciencia y apenas comprendía la situación general. Ahora debía enfrentar una revuelta beta lo que lo ponía de muy mal humor.
"Son invitados a fin de cuentas. No podemos permitir que digan que la realeza carece de hospitalidad. Será mejor que los invitemos a sentarse"
El emperador mordió esas últimas palabras, dejando en evidencia su furia y repulsión. Chasqueó sus dedos y sus guardias secretos se manifestaron en el salón. Se ubicaron delante de él, sujetando firmemente sus armas y esperando por sus órdenes.
Los betas entraron en pánico, ya que no esperaban encontrarse cara a cara con el emperador. Creyeron que había sucumbido a la enfermedad y que la capital estaba desprotegida. ¿Qué estaba sucediendo?
Pero quién más confundido estaba era Hyno. ¿Por qué su droga no estaba funcionando en él? Había duplicado la dosis y estaba seguro de que nadie sería capaz de resistir sus efectos. ¿Entonces por qué? ¿Por qué las cosas no estaban yendo de la manera correcta?
Dae observó su expresión estreñida. Hyno estaba gritando por dentro lo que era su deleite.
Dae tomó una de las espaldas de los guardias secretos y descendió del pedestal en el que yacía parado. Dejó el lugar junto al emperador y bajo uno por uno los escalones que separaban la parte superior de la inferior.
Por su parte, los ojos de Hyno destellaron de furia al notar al omega acercándose hacia él. Sujetó con fuerza el arma en su mano, respirando hondo y tratando de contener sus ansias por atacarlo.
"De seguro quieres saber por qué tu maldita droga no funciona en la capital ¿verdad?. Eso es porque encontré la cura y alimente a los alfas de los alrededores. Es solo cuestión de tiempo para que los efectos desaparezcan por completo y este país vuelva a la tranquilidad de siempre". Dae se detuvo a unos metros de él. "Muy pronto el mundo regresará a la normalidad. Los alfas, omegas y betas retomarán su lugar y no hay nada que puedas hacer para manipular el orden de las cosas. Ya no"
La mente de Hyno estaba hecha un caos. No comprendía lo que estaba observando ni escuchando, pero por sobre todas las cosas no podía creer las palabras de este omega. ¿Qué había encontrado una cura? Quería reír.
"¿Que un simple omega halló la cura? ¡Ja! No me hagas reír…"
"No fue difícil". Dae lo interrumpió. "Utilizaste hierbas que son fáciles de contrarrestar. No averiguaste sus funciones ni experimentaste con ellas lo suficiente. Un poco de atención y te habrías dado cuenta de tu grave error, pero creíste que unas personas de una época atrasada no serían capaces de descubrirlo ¿no es así?"
Hyno lo miró consternado.
"¿Qué estás…?"
"¿Nunca se te ocurrió que podría haber otra persona igual que tu? ¿Qué no es de este tiempo ni lugar?". Dae rio con sarcasmo. "No eres nada especial. Eres un simple…beta"
Dae no despreciaba por género. Alfa, beta u omega, le resultaban exactamente lo mismo; aunque eso no quitaba que dijera palabras discriminatorias para enfurecer a Hyno. Verlo perder el control le llenaba el alma.
Venas se marcaron en la frente de Hyno y sus ojos se enrojecieron. Dae había apuñalado su punto más delicado. Lo había menospreciado e insultado por ser un beta. Él, siendo un omega a quien consideraba inferior y asqueroso.
"¡Cierra la boca!"
Gritó indignado y rápidamente saltó al ataque. Lo atacó con su espada, apuntando directamente hacia su garganta. Pensaba erradicarlo con un simple movimiento, ¿pero quién era Dae? Había peleado contra monstruos, bestias, ¿y podría estar desprotegido contra un humano normal? Claro que no.
Dae bloqueó su ataque y arremetió sin piedad. Era consciente de la diferencia en sus cuerpos, pero sus habilidades en el manejo de la espada lo compensaban.
El enfrentamiento sorprendió a los presentes. Los betas quedaron anonadados por un segundo, antes de lanzarse a la ofensiva también. Intentaron asesinar al emperador, encontrándose de frente contra los guardias secretos. Así la batalla final dio inicio.
Al mismo tiempo, Seiju lideraba a sus hombres para reunir a todos los alfas de la capital frente a las puertas del palacio. Emitía sus feromonas con intensidad, tratando de aplacar su locura y garantizando la menor cantidad de daños y heridos.
"¡Primer ministro!"
Un médico se acercó corriendo hasta Seiju. Era acompañado por un séquito de sirvientes, eunucos y profesionales que cargaban fuentes y ollas de madera. Las transportaban con cuidado, evitando volcar el líquido en su interior. Líquido que Seiju reconoció de un vistazo.
"La señora le envió esto. Dijo que sabría que hacer con ello"
Seiju asintió y le indicó que dejaran los recipientes a un costado. Le concedió una fugaz mirada al médico y recordó con atención su rostro. Planeaba darle una recompensa por sus palabras después.
Seiju estaba de acuerdo con el término empleado para referirse a Dae. Era su mujer, la futura señora del primer ministro.
Si Dae hubiera sido testigo de esta situación, habría reprendido a su hombre por pensar en estupideces. No era el momento para andarse por las ramas, pero desafortunadamente Seiju no tenía a nadie quien lo controlase.
"Chiyo". Seiju mencionó un nombre. Inmediatamente se presentó el alfa de ojos verdosos quien resulta ser su segundo al mando. "Es hora"
"Como ordene maestro"
Chiyo subió a su caballo color oscuro y cabalgó con sus soldados. Cada uno tenía una soga especialmente elaborada para tratar con alfas. Era de un material resistente, que les permitiría atarlos y arrastrarlos hacia el ingreso del palacio. Los atraparían cual ganado.
"Será mejor que busquen un lugar seguro"
Le aconsejó Seiju al resto, antes de liberar más de sus feromonas. Tenía planeado terminar con su trabajo y ayudar a su bebé. Después podrían disfrutar de su tiempo a solas sin interrupciones.
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En el salón del trono.
Los guardias secretos no estaban teniendo problemas en controlar a los betas revolucionarios. Si bien eran muchos, no eran sus rivales en término de fuerza y manejo de la espada. Ellos eran alfas debidamente entrenados para matar. No tenían rival, salvo el primer ministro y sus hombres.
Dae seguía luchando contra Hyno. Estaban igualados, compensando sus deficiencias mutuamente. Hyno carecía de conocimiento en combate, mientras que Dae no poseía la energía necesaria como para prolongar la pelea. Aunque era más que suficiente como para ganar.
Dae esquivó la estocada de Hyno y giró su espada hacia su rostro. Alcanzó a cortar su mejilla, provocando que gotas de sangre bajaran por su mentón y se perdieran en el rojo de la alfombra que cubría el suelo.
Hyno observó con asombro la herida en su mejilla y el fuego de la ira ardió aún más. Un omega; un simple omega le estaba haciendo frente. Era inaudito.
Sus ataques se volvieron más feroces y descontrolados. Hyno había perdido la razón y arremetía por simple instinto. Su único objetivo era destruir y no le importaba los métodos que empleara para eso.
"No cabe duda de que tu nombre quedará grabado en los libros de historia". Dae sonrió con picardía. "Como el primer beta en perder contra un omega"
Siguió burlándose de Hyno, haciendo que perdiera la cabeza. Sus ojos estaban rojos y sus dientes se presionaban con fuerza, amenazando con destruiste por la presión.
Los movimientos de Hyno incrementaron de velocidad. Sin embargo, la rapidez de sus ataques no significaba que fueran superiores. Comenzó a presentar fallas y aberturas en cada estocada que realizaba. Hyno estaba siendo descuidado, lo que le permitía a Dae atacarlo con mayor facilidad.
Dae sujetó la espada con firmeza y planeó acabar con esto de inmediato. Su cuerpo le resultaba cada vez más pesado y su respiración estaba fuera de control. Su cuerpo de omega había llegado a su límite.
Dae le propinó una patada en el estómago y lo hizo retroceder. Hyno trató de mantenerse en pie y masajeó la boca de su estómago que palpitaba de dolor.
"¡Te atreves!"
Dae no se molestó en responderle y agitó la espada en su mano. Hyno cubrió cada una de sus estocadas, perdiendo el balance y el ritmo. Pero los movimientos de Dae no se detuvieron sino que siguió avanzando, arremetiendo y confundiéndolo.
Hyno retrocedió y retrocedió. Ni siquiera se percató de que había perdido la ofensiva y simplemente estaba resistiendo. Cuando su espalda impactó contra uno de los pilares del salón, ya era demasiado tarde como para que esquivara lo que venía.
Dae cortó su pecho, provocando que la sangre saliera a borbotones. Sus prendas de vestir se tiñeron de cobre y el olor de la muerte cubrió los alrededores.
Hyno trató de detener el sangrado, ejerciendo presión sobre la herida. Pero era demasiado larga y profunda, y no había nada que pudiera hacer al respecto.
Cayó de rodillas al suelo, soltando su espada y esforzándose por respirar entre medio del odio, la bronca y el dolor.
Dae lo miró con frialdad.
"Esto es todo lo que eres". Hyno le devolvió la mirada y escuchó una serie de palabras que lo apuñalaron sin piedad. "Un perdedor"