Érica y Lucifer huyeron por un par de días. No era nada nuevo para ellos, de hecho se lo tomaron con bastante calma. Robaron varios autos uno tras otro, compraron pelucas, se cambiaron de ropa varias veces y evitaron lugares muy poblados, pues así tenían menos probabilidades de que alguien se fijara en ellos. Érica ya había terminado el colegio un par de meses atrás, y aunque tenían planes para el futuro, no había nada que los apurara.
Vivir en el camino estaba bien, pero pronto se cansaron. Por eso, cuando vieron un letrero junto al camino que los invitaba a un "lujoso hotel junto a la playa", decidieron que no sería mala idea ir a echar un vistazo. Inmediatamente giraron en el desvío hacia el hotel y siguieron las indicaciones que les fueron surgiendo. A pesar de encontrarse en la playa, esa zona entera estaba llena de montañas y desniveles, por lo que su viaje se vio lleno de curvas e inclinaciones. Los árboles junto al camino se alzaban grandes sin dejarles ver el cielo, de cuando en cuando aparecía un animal que se los quedaba mirando con curiosidad. Era una zona tranquila.
Subieron y subieron, y al final el camino bajó precipitadamente a un enorme edificio muy vistoso junto a la playa. En unos minutos dejaron su maltrecho auto robado en el estacionamiento, se dirigieron a recepción a pedir una habitación, se fueron a duchar y luego bajaron para cenar. Los atendió una camarera de pestañas largas que no le quitaba los ojos de encima a Lucifer.
—¿Qué desean?— preguntó con una mano sobre la mesa y la otra contra su cintura, sonriéndole al hombre.
—¿Qué tiene para ofrecer?— preguntó este de vuelta, con una de sus sonrisas encantadoras.
Érica frunció el ceño.
—Yo quiero jugo— dijo la chica con la voz más alzada de lo necesario.
Pero a pesar de esto, no logró interrumpir por mucho tiempo las miradas coquetas que se mandaban ambos adultos. La mesera aprovechó la interrupción para darle una lista a Lucifer de los tragos que tenían disponibles, él pidió vino. Cuando la mesera se fue, Érica se quedó mirando a su padre con una cara de pocos amigos.
—¿Qué?— alegó él.
—Yo también estoy aquí— reclamó ella.
—Jaja. Disculpa.
A pesar de esto, Érica no se quedó tranquila.
—No te vas a escabullir por la noche para pasarla con ella ¿O sí?
Lucifer sonrió de oreja a oreja.
—Quizás.
Érica apretó los dientes y miró a otro lado, frustrada. Sin embargo recapacitó: no recordaba la última compañera de su padre. No podía ser injusta con él, por mucho que le desagradara la idea. Al final suspiró.
—No, está bien. Puedes ir si quieres— le espetó.
Lucifer la miró con ojos abiertos como platos, sorprendido. Luego volvió a reír entre dientes.
—Solo bromeaba, mi princesita— contestó con un tono liviano. Se inclinó sobre la mesa con parsimonia y entrecruzó los dedos— estas vacaciones son para nosotros dos. Pasémosla bien juntos.
Érica sonrió, emocionada.
—¡Sí!
Al día siguiente se levantaron temprano para aprovechar de realizar varias actividades. Bajaron a desayunar, prepararon sus cosas y partieron.
—¿A dónde vamos primero?— preguntó Érica.
—¿Qué te parece si damos un paseo por el bosque?— sugirió su padre.
Y al bosque partieron. Se alejaron del hotel hacia las montañas llenas de árboles y se perdieron por ahí, caminando sin rumbo. Atravesaron arroyos, vieron animales exóticos y se tomaron fotos. Todo iba bien, hasta que en medio del sendero se encontraron a un hombre herido, uno de los guías del hotel. Se acercaron a ayudarlo, cuando un puma apareció de la nada y atacó a Lucifer. Érica rápidamente se preparó para agarrarlo y quitárselo de encima, pero antes de poder actuar, su padre derribó al animal de un simple movimiento y luego lo agarró del lomo como a los gatos para mostrárselo a su hija de cerca. Esta tomó al puma con sus manos y observó que estaba dormido.
—¿Qué le hiciste?— le preguntó a su padre.
—Ese es uno de mis grandes secretos— contestó antes de dar una risita frívola.
Érica entrecerró los ojos y lo miró con una expresión de buena perdedora.
—Otro más para mi colección. Algún día te haré contarme todos estos trucos.
Lucifer dejó al puma a un lado, se agachó sobre el guía medio muerto y lo examinó. Tenía una herida horrible en el cuello. No se veía con claridad por la tierra y la sangre en exceso, pero a Érica le pareció que no tenía posibilidad de sobrevivir.
—Primero hay que detener el sangrado— apuntó Lucifer— ¿Podrías ir a buscar agua? Creo que oí un arroyo antes, donde pasamos.
Érica asintió y se dirigió corriendo al lugar donde indicaba su padre. Como sus piernas eran más veloces que el mejor velocista olímpico, no se tardó nada en llegar. Sin embargo, al hacerlo se dio cuenta que no llevaba ninguna botella consigo, por lo que sorbió el agua dentro de su boca y regresó con los cachetes inflados con su padre. Al girarse y verla, Lucifer se echó a reír. Érica quiso protestar, pero tenía agua en la boca.
—Limpia la sangre— le pidió su papá.
Érica esparció el agua sobre el cuello del sujeto, con cuidado de no tocar la herida. Para su sorpresa, al limpiar la sangre y la mugre, se dio cuenta que apenas había un tajo de un par de centímetros sobre un músculo, nada del otro mundo. Aun así Lucifer se echó al hombre inconsciente al hombro para llevarlo de regreso al hotel.
Después de dejarlo con la enfermera y dar las explicaciones suficientes, Érica y su padre se dirigieron a la playa para relajarse. Descansaron un buen rato bajo la sombra de un quitasol. Más tarde compraron un bote inflable y se dirigieron mar adentro, a donde perdieran de vista la tierra. Curiosa, la chica miró el horizonte en relativa calma.
—¿Qué vinimos a hacer?— le preguntó a su padre.
No recibió respuesta inmediata. Lucifer no solía dejarla esperando, por lo que se giró, solo para notar que él ya no se hallaba en el bote. Miró en todas direcciones, pero no logró encontrarlo en ningún lado.
—¡¿Papá?!— lo llamó, entrando a desesperarse— ¡PAPÁ!
En eso, algo grande saltó desde el agua y le hizo sombra al bote. Por un instante Érica se vio debajo de un animal.
—¡¿Un tiburón?!— pensó al reconocerlo.
El animal describió un arco en el aire y cayó al otro lado del bote. Al hacerlo, golpeó el bote con su cola y lo dio vuelta. Érica cayó al agua.
—¡Wah!— exclamó— ¡Maldito tiburón! ¡Me botaste!
Pero no pudo enojarse, pues en ese momento la cabeza de su padre surgió por la superficie del agua.
—¡Papá!— Érica le saltó encima y se colgó de él como cuando era niña.
—¿Te gusta mi sorpresa?— inquirió Lucifer.
—¿Tu qué?— se extrañó, hasta que relacionó uno con otro y se dio cuenta de lo que había pasado— ¿Me trajiste este tiburón?
Lucifer le mostró una amplia sonrisa de orgullo.
—Me di cuenta que nunca habías nadado con tiburones, y pensé: por qué no. Nada mal para el viejo de tu padre ¿Eh?
Érica no pudo contener su emoción. De inmediato descendieron para jugar con el tiburón y lo acompañarlo en su expedición por comida. La chica pasó su mano sobre su piel escamosa, maravillada.
Pronto se encontraron con un par de cardúmenes, que la bestia se zampó sin miramientos. Érica lo sujetó de su aleta con cuidado. El animal la dejó ahí, nadó sin problemas con ella a su lado.
Finalmente el padre y la hija dejaron al tiburón tranquilo y regresaron al hotel. Se divirtieron tanto que se les fue la hora del almuerzo. Quedaba muy poca gente en el restaurante cuando se sentaron. Se llenaron los estómagos y subieron a ver una película en su dormitorio, solo que ambos se quedaron dormidos a la mitad y despertaron casi al final.
Para ese momento aún les quedaban unas horas de sol, así que se dirigieron a la playa de nuevo para pasar el rato y jugar en la arena. Lucifer cavó un hoyo, tranquilamente, sin quitar más que unos pocos kilos de arena con cada braseada. Pronto Érica se le unió y se dedicaron un buen rato a cavar. No mucho después Lucifer tuvo que meterse adentro para continuar. Érica estaba muy entretenida, solo que no transcurrió mucho tiempo para que comenzara a sentir sed. Para su suerte, un hombre pasó por ahí cerca vendiendo helados.
—Justo a tiempo— exclamó Lucifer, dejando de cavar por un rato— Princesita ¿Quieres ir a comprar helados?
—¡Sí, yo voy!
Érica se puso de pie y se acercó al vendedor para comprarle dos de vainilla. La muchacha recibió los helados, el vendedor se marchó, y mientras la chica regresaba sobre sus pasos, una señora gorda la empujó por la espalda mientras intentaba recibir un disco volador. Los helados cayeron a la arena.
—Más cuidado, niña— le espetó la señora, como si hubiese sido falta de Érica, y se preparó para volver con sus amigos a jugar frisbee.
Sin embargo, la muchacha alcanzó a agarrarla de un hombro, la dio vuelta para mirarle la cara y alzó su mano para estrujarle el cuello. Sin embargo, antes de alcanzarla, sus dedos se entrecruzaron con otros más gruesos y familiares; los dedos de su padre.
Entonces se dio cuenta que Lucifer se encontraba junto a ella. Había evitado que matara a la señora frente a todo el mundo. Esta se marchó, confundida y algo amedrentada.
—¡Papá!— exclamó la chica.
Rápidamente bajó la mirada, avergonzada por su falta de auto control. Su padre, sin embargo, la acercó hacia sí y le dio un abrazo reconfortante.
—Está bien, solo son helados— le indicó— te compraré uno mucho más sabroso ¿Qué te parece?
Érica frunció el ceño, molesta.
—Ni siquiera se disculpó— alegó.
—Entonces es una tonta. Déjala ser una tonta, no necesitas verla nunca más.
Érica asintió. Ya no importaban los helados, estar rodeada de los fuertes brazos de su padre era mucho más reconfortante.
Caminaron por los alrededores del hotel y compraron helados más sabrosos de lo que parecían los anteriores. Cuando se hizo de noche, se dirigieron a su habitación para descansar.
Al cerrar la puerta tras de sí, Érica se atrevió a hacer una pregunta que no quería hacer en público.
—Papá ¿Alguna vez has pensado en conquistar el mundo?
Lucifer se giró hacia ella, algo perplejo.
—¿Como los malos de las películas?
—Sí, justo como ellos.
Lucifer se sentó en su cama y sonrió, mostrando que el tema le divertía.
—¿Y por qué te interesa conquistar el mundo, de repente?
Érica se encogió de hombros y con sus brazos señaló a la ventana, desde donde se veía el resto del hotel y la playa.
—Si fuéramos los dueños del mundo, no tendríamos que aguantar gente así— argumentó.
—Es verdad, pero conquistar el mundo es una lata. Necesitas muchas cosas, como gente confiable, dinero y una estrategia sólida. Gobernar un país es algo, pero un mundo entero…
Lucifer se detuvo al notar que su hija lo miraba con desconcierto. Por supuesto, pues esta había propuesto la idea casi como una broma, sin embargo su padre hablaba de todo como si ya lo hubiera experimentado.
Entonces él le sonrió.
—Pero si quieres, podemos intentarlo.
—Ah…— musitó Érica, antes de darse cuenta de lo que realmente proponía Lucifer— espera ¿Qué?
—Sí, ya me lo imagino. Será bastante trabajo, pero podríamos dejar de huir de la policía. Tengo algunos amigos por aquí y por allá, podría cobrar unos cuantos favores…
—Espera, espera— lo cortó Érica— ¿En serio quieres hacerlo? Yo solo lo decía como un juego.
Lucifer se la quedó mirando con extrañeza.
—Sí, lo sé— meditó un momento— Quizás deberíamos pensarlo un poco más. Dejémoslo para mañana ¿Sí?
—S… sí— contestó Érica.
Para distraerse, encendieron la tele y se pusieron a ver más películas, luego se hizo tarde, apagaron todo y se fueron a acostar. Érica se quedó mirando la silueta de su padre en la oscuridad, pensando en lo genial que era. No necesitaba a nadie más en el mundo mientras lo tuviera a él.