La música se había apagado, la caja dejó de sonar y la bailarina descansó. Ella palpó nuevamente la manecilla y la giró con delicadeza, haciendo que la misma volviera a cantar.
––Una última vez–– Se recostó en la pared.
La lluvia hacía espacios en los suelos y el olor a tierra húmeda impregnaba su nariz, el frío caminaba a su alrededor. Sus vestimentas estaban manchadas, al igual que todo a su alrededor, todo estaba húmedo y ella también.
Mientras estás recostada en la pared, sumergida en esa inmensa oscuridad, piensas en las notas y observas en la oscuridad su movilidad, sabes que te está envolviendo y sabes que está acariciando cada fibra de tu corazón. Te levantarías, pero no tiene sentido, sabes que está lloviendo y cada vez el cielo deja caer sus lágrimas con fuerza. Escuchas a lo lejos un caballo y te resguardas, tomas tu taza de madera y las pocas monedas que sobraron para comprar el pan resuenan como los charcos al ser pisados.
La música sigue sonando y te calmas, no te harán daño… ¿Verdad? El pan ya no existe, y solo estás en la noche eterna, tus vestidos se balancean entre las aguas que sientes y dejas que tu cuerpo dance con la melodía.
––¿Eres feliz?
––Si
Sus ojos celestres brillaban entre el día lluvioso y sus ropas la cubrían ante las inclemencias del frío. Sus pies estaban sucios por el barro y estaba cansada, había recorrido las calles por horas, por lo que luego de una jornada merecía un descanso.
––¿Eres feliz?
––¿Por qué no habría de serlo?
Él la observo y sus palabras eran miel que se derramaban de sus labios. Ella se encogió de hombros y deslizó sus manos por la caja, sintiendo el movimiento de la muñeca.
––¿Por qué eres feliz?
––Porque puedo oír la música del mundo de las sombras.
La bailarina estaba sucia y la llave un tanto herrumbrada, pero de su seno el violín lloraba como lo hacía un niño y enredaba con sus cuerdas las notas que se pavoneaban en el aire como las hadas en los bosques o los pájaros al poniente.
––¿Amas tu vida?
Ella se encogió de hombros.
––¿Por qué preguntas eso? ––Rascó su pierna, el agua empezaba a mojar sus pies.
La música se detuvo y las sombras volvieron a rodearlos, la noche estaba cayendo y pronto tendría que buscar un refugio y él la iba a acompañar.
––Me sorprende que seas feliz. Muchas personas no lo serían.
Ella no se levantó.
––¿Te vas a quedar aquí?
––Si.
Las monedas que tenía podrían haber funcionado para pasar la noche en un cuarto digno.
Las sombras empezaron a cubrir los cielos mientras las gotas preparaban el ambiente. Los dibujos que pintaban las hadas en los árboles aparecieron y desde la lejanía observaban a la chica, quien seguía sentada, remojando sus vestidos en los charcos que se creaban.
––Es hermosa la lluvia, a las flores les gusta y se vuelven más hermosas.
––Me sorprende que pienses eso. Es… ––Observó con sus ojos el panorama, la casa en la que estaban tenía goteras y estaba en un estado deplorable––, curioso.
Ella se levantó, se apoyó en la pared mientras él solamente se limitaba a observarla.
––¿No le temes a la oscuridad? Los espíritus de la noche salen siempre.
––Nunca le he temido a la noche.
Caminas torpemente, extiendes tus manos para poder palpar la ventana rota, quizá puedas cortarte con unos cristales, pero una herida más o una menos no es importante y lo sabes ¿Verdad? Los pisos de tierra están húmedos y algunos tablones los sientes al pisarlos, la madera podrida tiene un olor inusual al ser mojada. Los sonidos te van guiando y puedes escucharlo rebotar.
La luna danzaba aquella noche por los cielos mientras que las nubes cubrían su espectáculo, aquella noche nadie podría verla bailar.
Los sonidos la envolvían como una serpiente a una presa y alzó su mirada hacia los cielos, la oscuridad era su amante y siempre convivía con él.
––¿Por qué no le temes a la noche?
––Porque es hermosa y silenciosa. Puedo oír mejor la música.
Él tomó la caja de música mientras que observaba los espíritus del mundo de las sombras, jugar y arrastrar almas a sus sendas. Uno de ellos pasó por la casa y observó a la joven, pero ella, a pesar de sentir su presencia, solo siguió observando los cielos con aquella mirada amodorrada que cargaba. El espíritu la contempló con más paciencia, observando cada parte de su cuerpo y estaba oliendo su fragancia ya que las flores corales habían impregnado en ella sus feromonas y esto atrajo a más espíritus de la noche. La lluvia caía por sus mejillas.
––Puede que la noche sea hermosa, pero… ustedes los humanos no la ven así. Siempre le temen.
––Si no le temieran podrían oír la música.
Él inspeccionó la caja de música y se sorprendió, alzó su mirada hacia ella y se acercó con gentileza.
––¿Mañana irás a la ciudad?
––Si. De lo contrario no podré comer.
––No vas solo por comida, hay algo más.
Ella se volteó, guiada por el sonido de su voz.
––Te diste cuenta ¿verdad?
Él la tomó por el mentón y observó sus ojos.
––Los ojos son la ventana al alma. Ellos cuentan todo y aunque en tu caso no tengan luz, brillan como carbón.
Le tomó la mano, caminaron, los tablones que pisó resonaron. Ella se sorprendió mientras él tiraba de su brazo con delicadeza y salían de aquel lugar, los espíritus de la noche observaron a Zero mientras llevaba a la joven hacia un lugar.
––¿A dónde vamos?
La lluvia dejó de caer y las gotas se asentaban en la tierra, caían de planta en planta y las brumas empezaban a jugar como los niños en primavera.
––¿Por qué eres feliz?
––Mi caja de música, no puedo salir sin ella.
Él frenó y caminó un poco, ella palmeaba mientras la noche silenciosa no producía ningún sonido. Observó los cielos despejados mientras ella seguía sumergida en el mundo de la noche como lo había estado desde su nacimiento.
––Amas la música ¿verdad?
Ella asintió.
––Bien.
Caminó hacia la joven sin nombre y tomó sus manos, estaban sucias por la tierra, pero a pesar de eso eran cálidas. Registró en su saco y sacó la caja de música, la observó bien mientras la luna los alumbraba y dejaba que sus sombras se tocaran, disipando las brumas que estaban en derredor de ellos.
––Vamos a escuchar al violín llorar en un lugar muy especial.
Ella dibujó una sonrisa en su rostro, mientras él le entregaba aquella caja de música, que había dejado de sonar… … hace ya dos décadas…