En ciertas ocasiones, puede parecer como si el mundo conspirara en contra de ti, socavando tus convicciones y desafiando tus ideales. Justo cuando todo parece ir mejorando, algo malo surge para borrar todos tus esfuerzos.
La escena en la tribu era desoladora. Las chozas de paja y barro que antes albergaban la vida de la comunidad ahora estaban reducidas a escombros. Los árboles y la vegetación que rodeaban el asentamiento se veían hundidas bajo tierra.
El aire estaba impregnado de una tristeza abrumadora y una profunda desesperación. Los miembros de la tribu se reunían en un silencio pesado, incapaces de comprender el desastre que había azotado su hogar. Sus rostros mostraban una mezcla de dolor y confusión, mientras buscaban desesperadamente respuestas en medio de la devastación.
Un acto cruel de los Dioses, un castigo, una maldición o tal vez un simple juego divino. Nadie sabía las razones detrás de la tragedia, pero eso ya no importaba; la tribu había sido casi completamente sepultada bajo la tierra. La magnitud del desastre era desgarradora y dejaba a todos con una sensación de impotencia y desamparo.
En medio de la destrucción, el sentimiento de incredulidad era palpable. Cada rincón del pueblo tribal parecía haber sido tocado por la mano implacable del destino. Las calles y los hogares que una vez rebosaban de vida y actividad, ahora estaban sumidos en un silencio que solo se rompía por los suspiros ahogados de aquellos que buscaban supervivientes.
Las marcas de la tragedia quedaron grabadas en los corazones de cada miembro de la tribu. La pérdida y el dolor se entrelazaban en cada mirada, en cada palabra, sin pronunciar. Las súplicas desesperadas de aquellos que clamaban por respuestas quedaron suspendidas en el aire, sin recibir una respuesta clara.
Ymac contemplaba estas escenas con un llanto silencioso, su pecho ardía de dolor. El sufrimiento y la aflicción penetraban en lo más profundo de su alma. La tribu había sido devastada, dejando tras de sí niños sin padres y padres sin hijos. Esta tragedia no era solo un acontecimiento aislado, sino una pérdida que afectaba a cada miembro de la tribu. Para Ymac, que había luchado por aceptarse y encontrar su lugar en la tribu, verla sumida en la extinción fue un golpe devastador. Había llegado a amar a cada uno de sus compañeros y verlos ahora en la desolación era como perder una parte de sí misma. El sentimiento de pertenencia y conexión que tanto había anhelado se vio empañado por la tristeza y el vacío que ahora inundaban la comunidad.
Ella caminaba entre los escombros, contemplando los rostros que alguna vez irradiaron felicidad. Con cada paso, los recuerdos de días más luminosos se entrelazaban con la tristeza del presente. Entre las ruinas de lo que una vez fue su hogar, se encontró con Vera, cuya expresión estaba cubierta de cenizas y angustia.
—¿Vera? ¿Estás bien? —preguntó Ymac.
—¡Ymac! Me alegro de que estés bien —dijo Vera, abrazándola muy fuertemente.
Vera no pudo contener el torrente de emociones y rompió a llorar. Ymac le trataba de reconfortarla dándole palmaditas en su espalda. Mientras el llanto de Vera se entrelazaba con el suave sonido de las gotas de lluvia que comenzaban a caer, las nubes se oscurecieron aún más. Una lluvia lenta y constante envolvía el paisaje, como si el cielo mismo compartiera la tristeza que afligía sus corazones.
Vera cesó sus lágrimas y, con una determinación renovada, le pidió a Ymac que la acompañara en la búsqueda de sobrevivientes. Sin dudarlo, Ymac asintió, sabiendo que esta era una oportunidad para ofrecer su ayuda en tiempos de desesperanza. Juntas, se adentraron en el caos de los escombros en busca de señales de vida En su camino, se encontraron con varios miembros de la tribu que parecían necesitar su presencia y apoyo. Vera revisó cada escombro y piedra, buscando incansablemente señales de vida entre el desastre, pero lamentablemente, no encontraron más sobrevivientes.
Cuando la fatiga comenzaba a hacerse presente en sus cuerpos, un sonido de llanto afligido rompió el silencio. Siguiendo el eco del dolor, las dos mujeres llegaron hasta Mia, quien se encontraba sollozando junto al cuerpo inerte de Maco, su rostro bañado en lágrimas. A su lado, Ruyo tenía una mirada triste y abatida, compartiendo la tristeza de la pérdida.
El corazón de Vera se llenó de empatía al ver a su amiga Mia sufrir una pérdida tan devastadora. Sin decir una palabra, se acercó a ella y la abrazó con fuerza, ofreciendo un hombro en el que apoyarse. Ymac se unió al abrazo, creando un círculo de apoyo y consuelo.
En ese momento de profundo dolor, las palabras no eran necesarias. La presencia de Ymac y Vera era suficiente para transmitir su compasión y apoyo incondicional. Juntas, compartieron el duelo y el dolor, dejando que las lágrimas fluyeran libremente como un tributo a la vida perdida.
Con el tiempo, el llanto se fue calmando y las tres mujeres se sentaron en silencio, encontrando consuelo en la presencia del otro. Ymac sabía que no podía eliminar el dolor que Mia sentía, pero estaba decidida a estar allí para ella, para ser su apoyo en el camino hacia la sanación.
Ruyo, en silencio, tomó la mano de Mia, transmitiendo su apoyo y solidaridad en un gesto lleno de amor y comprensión. Juntos, enfrentarían el dolor y la tristeza, y encontrarían la fuerza para seguir adelante, honrando la memoria de Maco y reconstruyendo su comunidad una vez más.
En medio del caos y la pérdida, la amistad se convirtió en un refugio, una luz en la oscuridad. Ymac, Vera, Mia y Ruyo se convirtieron en pilares de apoyo mutuo, recordándose a sí mismas que en los momentos más oscuros, la conexión humana y el amor son lo que nos permite sobrevivir y encontrar la esperanza para un nuevo amanecer.